Detrás del encanto de las arenas blancas y el agua turquesa del Caribe se oculta la crudeza de la trata de personas. Violaciones, homicidios y corrupción son algunos de los episodios que enfrentan quienes buscan un mejor futuro.
En lo que va del año, más de 22 mil cubanos han atravesado Panamá en una trágica travesía desde Ecuador hacia Estados Unidos.
Su recorrido está plagado de coyotes, un mal necesario para poder cruzar fronteras difíciles o conseguir un transporte. Quienes les paguen acaban sometidos a su ley y de no cumplirla quedan a merced de ser asesinados.
Testimonios de los protagonistas de estas historias refuerzan la tesis de que las policías de Ecuador y Colombia también despliegan un engranaje de corrupción y delincuencia, en el que exigen dinero y sexo para permitirles el paso.
El primer pueblo panameño por el que pasan los cubanos es Puerto Obaldía, comarca Guna Yala. Actualmente allí se encuentran más de mil 300 isleños que han gastado los ahorros de toda una vida para poder construir su sueño americano.
En esta localidad, de una población regular de 500 personas, no hay baños, calles ni restaurantes. Además, los comerciantes aumentaron los precios de todos los productos.
NEGOCIO
Odalys* y su hijo pequeño partieron de Cuba con la ilusión de una nueva vida y terminaron ahogados en el golfo de Urabá. Iban camino a La Miel, primer pueblo panameño en la ruta de escape hacia Estados Unidos. El resto de los migrantes sobre la lancha permaneció en silencio, con miedo a que también los empujaran.
Jorge* fue uno de los testigos. “Se le cayó su bebé, de tres o cuatro años. Ella comenzó a gritar ‘¡mi niño!’, ‘¡mi niño!’ y simplemente la tiraron. Nos quedamos en shock. Comenzamos 14 personas en la lancha y a Panamá llegamos 12”.
En esta zona del Caribe colombiano la ley la imponen los coyotes: una especie de sindicato que se dedica al tráfico de seres humanos. Sin su autorización, el que intente participar del lucrativo negocio corre el riesgo de ser asesinado.
De acuerdo con el Servicio Nacional de Migración, en lo que va del año han pasado por Panamá más de 22 mil cubanos. Su gran mayoría ingresó por La Miel y Puerto Obaldía, comarca Guna Yala. Venían de Turbo, un puerto colombiano con población de unas 60 mil personas. Huían del régimen político de la isla.
Desde que el presidente de Ecuador, Rafael Correa, permitió el ingreso libre de cubanos a su país en 2008, Turbo se ha convertido en punto de paso obligatorio rumbo a Estados Unidos.
El Clan Úsuga, según ha reportado en múltiples ocasiones el diario El Colombiano, ha aprovechado esta coyuntura para afianzar sus actividades criminales.
Entre tramo y tramo, los isleños gastan un promedio de $2 mil para llegar a ciudad de Panamá e intentar continuar su éxodo. Se deben cuidar, además, de los estafadores, de los ladrones y de los propios policías colombianos, que, según cuentan casi todos, escudriñan cualquier billete escondido.
“En Turbo hay que huir de los policías, que no te coja ninguno porque donde te agarren te revisan, te quitan todo el dinero, te golpean y te meten preso. Una muchacha que estaba con nosotros tuvo que acostarse con tres policías porque si no no la dejaban ir”, recuerda Jorge desde Honduras, dos meses después de su paso por Puerto Obaldía.
OTRA CARA DEL PARAÍSO
Juan Alberto Ayala tiene poco más de 60 años. Llegó a suelo panameño el jueves pasado. Todavía le falta cruzar todo el istmo, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México para poder llegar a su destino final. En su billetera solo tiene $15.
“Cuando llegué a Quito, tomé un taxi que me llevó a la frontera por $150. Allí, solo, sin guía y sin nada, me encontré con dos cubanos que ya les habían estafado $1,000 entre los dos. Brincamos la frontera y más adelante nos cogió la policía. Soborno: $200. Le digo, ‘compadre, $50 te doy...”, narra Ayala entre gritos y manotazos al aire.
“Seguimos hasta Cali, tomamos un bus y nos salieron las patrullas. Otros $200. A mi compañero le rompieron el pantalón, a mí me sacaron todo el dinero que tenía en los zapatos. Los únicos $200 que me dio mi hija que vive en Estados Unidos tuve que dárselos a los perros esos”, añade colérico.
Jorge también tuvo que repartir sus ahorros de toda la vida entre policías y coyotes. Además del pasaje de La Habana a Quito, que le costó $1,100, al llegar a la capital ecuatoriana le entregó $3 mil al coyote que había contactado desde la isla.
Al cruzar la frontera, le tuvo que pagar $300 al guardia ecuatoriano y al colombiano. Viajó hasta Medellín en un contenedor de mercancía atiborrado de gente. Allí pactó por otros $400 con otro coyote para su viaje a Turbo y luego a La Miel.
Las autoridades colombianas han revelado que existen alrededor de 130 rutas ilegales identificadas en la frontera con Ecuador.
En el territorio colombiano la zozobra es permanente. Por ejemplo, en Medellín, una ciudad con un gran sistema de transporte, con alto nivel de cultura y con seguridad envidiable para el resto del país, no hay quién controle a los traficantes de personas. “En Medellín, el coyote estaba confabulado con el chofer del autobús y a unos amigos míos los llevaron a un lugar para robarles. Les apuntaron con armas a la cabeza. Ahí todo el mundo te estafa. Tuvieron que darle todo lo que tenían, si no te matan y ya. ¿Quién va a reclamar? Tus familiares están en Cuba, estás desaparecido, no sabes ni siquiera dónde estás”, se lamenta Raydel, un ingeniero de sistemas de 28 años que lleva una semana durmiendo en el parque central de Puerto Obaldía.
NEGOCIO REDONDO
Turbo es un pueblo controlado por los coyotes. Una noche en una habitación en la que duermen hacinados les cuesta cerca de $7. Para conseguir el contacto de uno de los lancheros, otros $16.
La organización en el negocio ilícito es tanta que las casas familiares que alquilan a los migrantes están vigiladas permanentemente por los llamados “campaneros”, cual mercancía en bodega.
Ayala llegó a Turbo sin un coyote oficial, por lo que tuvo que valerse de varios para poder salir de allí. “Tomamos un autobús hasta llegar a las 6:00 de la mañana a Necoclí. El coyote nos soltó, abrió una puerta de madera, ‘¡dale, que ahí los están esperando, ahí los están esperando!’. Se fue”, asegura.
Al seguir hacia las lanchas, les preguntaron por los nombres de su coyote y su lanchero. No tenían a nadie asignado, así que tuvieron que contratar a nuevos por unos $650 para poder llegar a La Miel.
Unos kilómetros antes de llegar a la playa paradisiaca de La Miel, los lancheros colombianos hacen un intercambio con sus homólogos panameños. Las nuevas embarcaciones abandonan a los migrantes en una pequeña isla a unos 10 metros de la costa. Les toca nadar y sortear los arrecifes y las olas, algunos con niños en sus brazos.
Al llegar a la playa los espera una montaña empinada, en cuya cima está el puesto de control de la Policía panameña. La trocha, empero, la siguen controlando los coyotes.
“Había una muchacha que andaba conmigo que la mató uno de los coyotes que sube la loma en La Miel. Supuestamente no había recibido el dinero de su traslado por parte de su socio en Colombia, así que le metió un tiro y dejó que el cuerpo rodara cuesta abajo hasta la playa”, narra Jorge.
La Policía panameña entonces decomisa los pasaportes y los envía a Puerto Obaldía, donde deben esperar hasta por dos semanas sin baños, hacinados, durmiendo en cualquier esquina y con una sola comida al día: arroz con atún o pan con mayonesa, usualmente.
En teoría, las autoridades panameñas no obstaculizan el tránsito de los cubanos, pero la falta de control migratorio y de salud advierten de una posible crisis.Milton Henríquez, ministro de Gobierno, percibe el asunto desde otra óptica. “No estamos viendo ninguna situación fuera de control ni tampoco algo que haya generado ninguna crisis”, afirmó el funcionario el viernes pasado.
Añadió que Panamá es un punto de paso para los cubanos, que intentan llegar a Estados Unidos y que ni siquiera han solicitado estatus de refugiados en el istmo.
Jorge cuenta que a partir de Panamá no ha necesitado de un coyote para llegar a Honduras. Todo ha estado bajo control, menos en Nicaragua, donde se ha limitado el libre ingreso a los cubanos. Por eso se escabullen en la selva de las autoridades, quienes disparan al notar movimientos en la espesura.
Guatemala también se pronunció sobre la migración cubana y anunció que implementará controles para evitar una crisis.
A los cubanos poco le importan estas advertencias o los peligros que suponen los coyotes, policías y estafadores. Para poder viajar a Quito, Miguel, de 28 años, vendió su casa y envió a su hijo de año y medio y a su esposa a la casa de su padre. “Prefiero morir en el camino que volver a Cuba”, dice desde Puerto Obaldía. Estaba por comer su único alimento del día: coditos con sal.
*Nombres ficticios.