El expresidente peruano Alan García tuvo como pocos una segunda oportunidad para enmendar los errores de su primer mandato, pero no lo logró. Nunca pudo quitarse de encima la mancha de la corrupción.
Su paso por la política quedó marcado por acusaciones que llevaron a las autoridades a intentar detenerlo el miércoles por el supuesto delito de lavado de activos ligados a la constructora brasileña Odebrecht. Pero no fue posible. Murió tras dispararse en la cabeza en su dormitorio cuando la policía se disponía a arrestarlo. Tenía 69 años.
Llevaba la política en las venas. Su padre, Carlos García, militante de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (Apra) fue perseguido y detenido en la década de los cincuenta al igual que millones de peruanos. Eso marcaría al joven Alan García para siempre.
En su juventud fue preparado por Víctor Raúl Haya de la Torre, uno de los líderes del partido fundado a inicios del siglo XX bajo los postulados de la revolución francesa y que ha sobrevivido a las persecuciones de parte de gobiernos militares y civiles.
García estudió Derecho en Lima y España y Sociología en la Sorbona, Francia, y retornó a fines de la década de 1970 a Perú para participar en una Asamblea Constituyente. En 1979, al morir Haya de la Torre, fue consolidándose en la dirección del partido apenas entrado en sus 30 años.
En su marcha ascendente en la política García ganó las elecciones presidenciales en 1985 con apenas 36 años en medio de un respaldo popular masivo, que lo llamó "el presidente de la esperanza", con discursos intensos en los que criticaba la expansión neoliberal de esa década.
Alimentado por el gasto estatal, los aumentos salariales y los controles de precios, las políticas proteccionistas de García crearon un aparente bienestar económico. Limitó los pagos de la deuda externa al 10% de las exportaciones, lo que transformó a Perú en un paria para las organizaciones internacionales de crédito.
El erario se vació pronto, los créditos se detuvieron y los inversionistas extranjeros salieron del país. Las huelgas por demandas salariales se multiplicaron en tanto se disparaba una inflación que superó el 1.000% y la producción nacional se paralizó.
En 1987 el repudio popular iba en aumento al igual que los ataques de Sendero Luminoso, que afectaron a todo el país y a zonas residenciales de la clase media y alta de Lima, mientras morían asesinados ministros y funcionarios en ataques terroristas.
Deprimido por su popularidad de apenas 9% García ofreció la presidencia a su vicepresidente de 88 años, Luis Alberto Sánchez. Pero el traspaso de poder no se produjo y concluyó su mandato de cinco años en 1990 dejando al país en la ruina económica.
Al terminar su gobierno apoyó la candidatura presidencial de un postulante independiente y desconocido hasta ese entonces, Alberto Fujimori, para evitar que el novelista Mario Vargas Llosa, rival y crítico tenaz, ganara los comicios.
Fujimori ganó las elecciones pero pagó mal a García, al que persiguió con ferocidad con acusaciones de corrupción y uso indebido de fondos públicos.
En 1992 Fujimori disolvió el Congreso, suspendió la Constitución y envió tropas a la casa de García, quien fue advertido a tiempo.
"Subí por las escaleras buscando mis pistolas. Tenía dos con nueve balas cada una y disparé las 18 balas al aire mientras ellos se preparaban para derribar la pared del estacionamiento de mi casa con un pequeño tanque y trepaban las ventanas", relató el exmandatario.
García huyó escalando una pared de su casa y pasó por los techos de cinco viviendas vecinas hasta llegar a una construcción donde se refugió hasta ser conducido a la embajada de Colombia, la cual garantizó su salida de Perú.
En su exilio compartió tiempo entre Colombia y París, donde su esposa y sus hijos residieron, hasta que en el año 2000 el gobierno de Fujimori se desmoronó en medio de escándalos de corrupción. García pudo retornar a Perú en 2001 luego que la justicia desestimó por falta de evidencias las acusaciones en su contra.
Tras su retorno, García entró de inmediato a la política a buscar el voto para un segundo período al admitir que cometió graves errores durante su primer mandato. Pero los votantes prefirieron apoyar a Alejandro Toledo.
Notoriamente más maduro, se postuló nuevamente a la presidencia para derrotar al nacionalista Ollanta Humala, con una propuesta de apertura al libre mercado y haciendo un mea culpa de sus errores durante su primer mandato. Asumió en julio de 2006 confiado en hacer mejor las cosas.
Su segunda gestión concluyó en 2011 con notables logros macroeconómicos los cuales después se vieron empañados por acusaciones de presunta corrupción ligadas a Odebrecht. El Producto Interno Bruto de Perú creció en promedio 7.2% durante su quinquenio impulsado por el alza mundial del precio de los metales, lo que permitió enfrentar sin problemas la crisis económica mundial de 2008.