Nueva York conmemora el décimo quinto aniversario de los atentados del 11 de septiembre de 2001 más fuerte, más rica y más diversa que nunca, pese a que que tiene grabada a fuego esa fecha nefasta.
Aquellos atentados perpetrados por Al Qaeda, los primeros en territorio estadounidense en casi 200 años, quebraron la sensación de seguridad y lanzaron a occidente a una guerra que sigue librándose actualmente.
Más de 2 mil 750 personas murieron en aquella jornada cuando Al Qaeda estrelló dos de los cuatro aviones de línea que había secuestrado contra las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York, símbolo del poder financiero y la confianza. Solo se identificaron los restos de mil 640 personas.
Otras 75 mil viven con trastornos mentales y físicos como resultado de los atentados, muchos de ellos trabajadores de emergencia que respiraron las toxinas cancerígenas mientras intentaban valientemente salvar vidas.
En los últimos 15 años, Nueva York ha buscado un equilibrio entre recordar a las víctimas de la matanza y hacer lo que hace mejor: regenerarse, reconstruirse y mirar hacia el futuro.
El centro de Manhattan es una de las partes más chics de Nueva York, llena de hoteles de lujo, boutiques y restaurantes elegantes. El lugar donde se erigía el World Trade Center ha sido reconstruido totalmente. Alberga el Memorial y Museo de los atentados del 11 de septiembre, la estación de tren más costosa del mundo, un centro de performance artística y oficinas.
"Personas de todas partes del mundo vienen a este lugar. Ahora es un símbolo de fortaleza para la gente alrededor del mundo", dijo el alcalde Bill de Blasio.
La joya de la corona es el World Trade Center One, o la Freedom Tower (Torre de la Libertad), la que con mil 776 pies (cifra que coincide con el año de la independencia de Estados Unidos) o 541 metros, es el edificio más alto del hemisferio occidental y sus luces se ven desde muchos kilómetros a la distancia.
Su observatorio ofrece impactantes vistas y el centro de transporte Oculus es una maravilla arquitectónica: un óvalo de acero y vidrio de 4 mil millones de dólares diseñado por Santiago Calatrava.
En los 15 meses transcurridos desde su inauguración, el vecino museo del 11-S ha recibido casi 7 millones de visitantes.
Turistas de todo el mundo y aquellos que lloran a sus seres queridos colocan rosas en los muros donde están inscriptos los nombres de las víctimas en torno a dos piscinas donde estaban los cimientos de las torres gemelas.
A medida que pasan los años, el Museo dice que enseña a los estudiantes nacidos después de 2001, que ya ven a los atentados como historia."Para tener las herramientas de un adulto capacitado en este mundo tan complicado, creo que este lugar proporciona fundamentos para comprender este mundo", consideró su directora Alice Greenwald.
"Es como si todos los que vienen a Nueva York tuvieran que pasar por aquí", señaló Vicenzo Nardone, un ítalo-estadounidense que vive en Nueva York desde hace 47 años y quien perdió a un amigo en los atentados.
Recorrió el museo "llorando como loco", pero dijo que luego de la tragedia la ciudad se volvió más amigable y tolerante.
No obstante, Nueva York tiene estrictos y rutinarios controles de seguridad. Se enseña a los neoyorquinos a informar de cualquier cosa sospechosa que vean.
El Departamento de Policía de la ciudad, el más rico y mejor equipado del país, anunció el año pasado la incorporación de mil 300 nuevos uniformados para fortalecer los esfuerzos anti-terroristas.
Los cargos electos hablan constantemente de asegurarse de que jamás vuelvan a ocurrir atentados, y aseguran haber frustrado 20 aparentes planes terroristas.
"Creo que todos estamos un poco más en guardia", dijo Hal Shane, de 68 años, un retirado del espectáculo en Broadway quien visitó el memorial por primera vez esta semana.
Es lo mismo en todo el mundo, especialmente en Europa, dijo. "Me siento como el tipo de Marsella, que tiene en este momento el mismo problema que yo, así que somos como una familia víctima, nos hemos unido a todos aquellos otros lugares que han sufrido el mismo horror", dijo Shane.
La polarizada carrera presidencial entre dos neoyorquinos -el magnate inmobiliario Donald Trump y la ex senadora del estado de Nueva York Hillary Clinton- no colabora en apaciguar los nervios de los moradores de la ciudad.
Pero la posibilidad de que los atentados queden relegados a la historia preocupa a aquellos neoyorquinos para quienes representan buena parte de su vida cotidiana.
"Lo que realmente me atemoriza es que el 11-S se convierta en una nota al pie de página", dijo Scott Matty, 62, que sufre de cáncer en la sangre.
Los médicos vincularon su enfermedad al hecho de que regresó a trabajar al bajo Manhattan apenas días después de los atentados, cuando el aire aún estaba saturado de polvo con sustancias cancerígenas.
"El 11-S no terminó", dijo Matty a la AFP. "La gente se sigue enfermando hoy, la gente sigue muriendo hoy por lo que ocurrió".