La Amazonía es un tesoro ecológico. La mayor selva tropical del mundo se expande por más de 5 millones de kilómetros cuadrados atravesando Brasil y otros ocho países de América Latina. El "pulmón verde" del planeta podría ser un aliado en la mitigación del cambio climático. Pero, paradójicamente, la deforestación, que arrasa con decenas de hectáreas de árboles cada año- y la explotación económica de la selva, convierten a Brasil en el quinto emisor de dióxido de carbono.
Los expertos ambientalistas ven ahora otra amenaza para la supervivencia de este rico ecosistema: la presidencia del populista Jair Bolsonaro.
“El proyecto político del actual presidente coloca, con toda certeza, a la Amazonía en riesgo. Después de una fase positiva en la que el Estado consiguió reducir la tala de árboles en 80%, de 2004 a 2012, en el primer mes de Bolsonaro la deforestación aumentó 54% respecto a enero de 2018. Y esta devastación de la selva sucedió en el período lluvioso, cuando las dificultades logísticas obstaculizan la tala”, alerta a La Prensa la exministra de Medio Ambiente de Brasil, Marina Silva.
El exmilitar, que ha ensalzado abiertamente a represores de la dictadura, puso desde un primer momento en su agenda política el objetivo de comercializar la selva para transformarla en madera, pastos y grandes cultivos del agronegocio. Para ello ofreció incentivos a las empresas mineras y a las que extraen madera, y retiró la financiación a las instancias gubernamentales que garantizan la protección del medioambiente y preservan los derechos de las tierras indígenas.
“La campaña irresponsable y permanente que Bolsonaro y su equipo hacen contra los ecologistas es un apoyo directo a los que se saltan la legislación que protege la Amazonía. Con ello promueven un desarrollo en el que unos pocos se lucran por poco tiempo y la mayoría de la sociedad pierde por muchas décadas”, señala Silva.
Uno de los ejemplos de esta propaganda denigratoria contra los defensores del medioambiente la protagonizó el propio ministro de Medio Ambiente de Brasil, Ricardo Salles, cuando consideró “irrelevante” al legendario defensor de la Amazonía, Chico Mendes, asesinado en 1988.
Nada más llegar al Palacio de Planalto, Bolsonaro transfirió la prerrogativa de demarcación de las tierras indígenas -que antes eran gestionadas por la Fundación Nacional del Indio (Funai)- al Ministerio de Agricultura.
En Brasil existen actualmente 462 tierras indígenas que abarcan aproximadamente el 12.2% del territorio nacional, la mayor parte en la Amazonía. Muchos vieron en esta medida un subterfugio para entregar zonas, hasta ahora protegidas, a las corporaciones agropecuarias.
“Fue la peor forma posible de iniciar un gobierno”, considera la líder activista. “Esta estrategia política está orientada a aumentar la concentración agraria y a someter el interés nacional a los intereses de la agenda económica más retrógrada.
Siguiendo con la lógica del absurdo, el presidente también incluyó en su primer paquete de retrocesos la transferencia del Servicio Forestal Brasileño para el Ministerio de Agricultura. El objetivo es claro: acabar con la institución responsable de la importante misión de promover el desarrollo económico a partir del uso sostenible de los bosques brasileños”, agrega.
La reducción de las protecciones de los territorios indígenas ha permitido que los mineros, los agricultores, los leñadores y los ganadores se establezcan de forma impune en estos territorios.
La expansión de este modelo, que margina y esclaviza a las comunidades originarias, se ha topado con una fuerte oposición que suele ser vista como un obstáculo para el progreso y el beneficio. Y en el país más letal para los defensores del medio ambiente esto es una clara amenaza.
“La falta de acción gubernamental en el fortalecimiento de leyes e instituciones que aseguren el derecho a la tierra a las poblaciones que viven en ellas y las trabajan y la lentitud de la justicia, hace que el asesinato de indígenas y activistas sea algo banal”, asegura Silva.
En el camino hacia el retroceso, Bolsonaro está en línea con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que ha hecho del desmantelamiento de la política medioambiental de Barak Obama una de sus señas de identidad.
De hecho, no es casual que el exmilitar, que se ha ganado el apodo de Trump tropical, eligiera ese país para su primera visita de Estado internacional.
En la Casa Blanca, ambos líderes encarnaron el resurgir del nacionalismo de corte populista y exhibieron su sintonía también en otros ámbitos, como el apoyo a una intervención militar en Venezuela o la flexibilidad en el uso de armas por parte de los civiles.
Jair Bolsonaro, un exmilitar contra la Amazonía
08 abr 2019 - 05:30 PM