Enterraron las armas, se miraron a los ojos, se dieron la mano. 52 años esperó Colombia para ver la escena: dos históricos enemigos, el Gobierno y la guerrilla más poderosa de esa nación, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), firmaron un documento de casi 300 páginas que marca el fin de una guerra que ha dejado ocho millones de víctimas.
Juan Manuel Santos, presidente de Colombia, y Rodrigo Londoño “Timochenko”, máximo líder de las FARC, estamparon su firma en el papel a las 5:29 de la tarde de ayer ante la presencia de jefes de Estado, víctimas del conflicto, empresarios, representantes de la comunidad internacional, artistas, periodistas, funcionarios.
“Sí se pudo, sí se pudo”, gritaba un público enardecido que en la Plaza de Banderas del Centro de Convenciones de Cartagena de Indias, observaba el capítulo que puso un antes y un después en la historia de Colombia.
La luz de las seis de la tarde cayendo sobre la ciudad amurallada marcó el momento. “Nuestra única arma será la palabra”, dijo el jefe de las FARC al momento de iniciar su discurso.
Rodrigo Londoño
Máximo líder de las FARC
Recordó al pueblo cartagenero que no pudo presenciar ese momento. “Los marginados”, les llamó. “Vamos hacia la política sin armas, preparémonos todos para desarmar las mentes y los corazones.
Lo escrito en el papel va a cobrar vida en la realidad y para que esto sea posible, además de la verificación internacional, el pueblo colombiano debe convertirse en el principal garante de lo pactado (...) Vamos a cumplir”, dijo el hombre que un día llegó a tener 117 órdenes de captura.
Pidió perdón. “En nombre de las FARC-EP pido sinceramente perdón a todas las víctimas del conflicto por todo el dolor que hayamos podido causar en esta guerra”. El público lo aplaudió de pie y agitando pañuelos blancos.
“Se acabó la guerra, estamos empezando a construir la paz, el amor de Mauricio Babilonia [personaje de Cien años de soledad del Nobel Gabriel García Márquez] por la Meme [Renata Remedios Buendía en el libro] …”.
En ese instante, tres cazabombarderos surcaron el cielo cartagenero. Timochenko, viejo guerrero de los montes colombianos, miró atónito a las naves bélicas.
El público, sorprendido por el ruido y la destreza de las aves de acero, aplaudió otra vez. Y el guerrillero, ahora sonriendo, exclamó: “bueno, esta vez venían a saludar la paz y no a descargar bombas”.
El discurso de Santos inició y finalizó con estrofas del himno colombiano. “Cesó la horrible noche….”, sostuvo. “Hoy, al firmar el acuerdo de terminación del conflicto con las FARC, decimos esperanzados: ha sido un surco de dolores, de víctimas, de muertes, pero hemos logrado levantarnos sobre él para decir: ¡el bien germina ya! ¡la paz germina ya!”.
Al igual que Timochenko, recordó a García Márquez. “Gabo, el gran ausente en este día, que fue artífice en la sombra de muchos intentos y procesos de paz, no alcanzó a estar acá para vivir este momento en su Cartagena querida, donde reposan sus cenizas. Pero debe estar feliz, viendo volar sus mariposas amarillas en la Colombia que soñó, nuestra Colombia que alcanza por fin, como él dijo, una segunda oportunidad sobre la tierra”.
Lo ovacionaron. Llamó dignos negociadores a los representantes de las FARC, le dio un espaldarazo al equipo de Gobierno que tejió los acuerdos. “Prefiero un acuerdo imperfecto que salve vidas a una guerra perfecta que traiga dolor y muerte”, advirtió el presidente colombiano.Bautizó a Cartagena como la “ciudad de la paz”.
Sonó la Oda a la Alegría, la sinfonía No. 9 de Beethoven. Y así concluyó una jornada que había empezado con una Cartagena radiante.
A eso de las 6:30 de la mañana el sol empezó a alumbrar las aguas del Caribe y el cielo se llenó de colores.
Silenciosas, las calles del centro histórico presenciaban el ir y venir de hombres con camisa blanca, radio en mano, y aires de autoridad. Se paseaban por los andenes dando órdenes, llamándole la atención a cualquier descuidado.
Juan Manuel Santos
Presidente de Colombia
En una casa de la calle El Guerrero, en el barrio Getsemaní, se vivía la paz en primera fila. Un hombre instalaba una especie de monumento para recibir el gran día. Dos banderas: la de Colombia, y otra de un blanco inmaculado, la de la paz.
Al lado, dos esculturas. En la base de una de las banderas, varias armas en desuso. El de la idea se llama Jesús María Taborda. Asegura ser el presidente del grupo, social y cultural de Getsemaní.
“Soy músico, compositor y esta canción que estás oyendo se llama Buscando la paz…”, se presenta, mientras desde una gran bocina que adorna la sala de su casa, sale el ritmo guapachoso de una salsa.
Y luego explica su visión del proceso: “Getsemaní fue en su momento cuna de la insurgencia independentista. Ahora queremos ser anfitriones de la paz y promover la firma del acuerdo. Por eso estoy haciendo esto [señala su instalación], estas dos esculturas. Una representa el éxodo que ha dejado la guerra, y la otra al colombiano afectado. Le faltan unas cáscaras de huevo que demuestran la fragilidad de la paz”, narra.
La conversación se interrumpe porque, de repente, aparece un carro patrulla de la Policía Nacional. Una caravana de automóviles negros blindados se toma el viejo callejón. 11 automóviles en total. De uno de los vehículos se baja John Kerry, secretario de Estado de Estados Unidos (EU).
Entró a la Escuela Taller Cartagena de Indias, a pocos pasos de donde vive el hombre que esta mañana le hace homenaje a la paz. Allí estuvo por más de una hora. A su salida habló brevemente con el puñado de periodistas que le esperamos pacientemente bajo el sol del Caribe.
“La gente de Colombia tiene que decidir qué tan importante es el acuerdo. Nosotros estamos profundamente comprometidos con la paz”.
Minutos después, Frank Pearl, uno de los negociadores del pacto, explica qué hacía Kerry en esa casa colonial de Cartagena. Se reunió con jóvenes desmovilizados de las FARC, y víctimas de este grupo.
El segundo hombre más importante de EU, escuchó uno a uno las historias de varios hijos de la guerra. “Hubo un testimonio bueno. Todos son muy conmovedores. No había ninguna persona mayor a 27 años. Hay uno que dijo: cuando yo salí [de la selva con las FARC], únicamente conocía los árboles, las montañas y el ganado. Llegar a una ciudad fue muy difícil. Esto no es fácil, pero es lo que hay que hacer y vale la pena”.
-¿Qué les dijo Kerry?, le pregunto. “Ustedes han ganado mucho, siendo muy jóvenes y por lo que han vivido, han ganado mucha sabiduría a temprana edad. Úsenla”, respondió.
Y lo segundo que les dijo es que el sentido de la vida es trabajar para los demás. “Que la vida se trata de construir comunidad”.
Las víctimas, esos hombres y mujeres a los que la guerra les ha arrancado hijos, padres, madres, esposos, amigos, tuvieron un papel importante en el ‘Día D’. Tres aviones con 250 víctimas que fueron invitados especiales en el acto protocolar de anoche, aterrizaron desde temprano en Cartagena. Allí llegó Marleny Orjuela, directora de la Asociación de Familiares de Miembros de la Fuerza Pública Retenidos y Liberados por Guerrilleros.
Esta mujer que tiene más de 15 años como activista pro paz y de derechos humanos, luego de que las FARC secuestraran a su primo, el policía Alexander Zambrano, en una toma guerrillera en Miraflores, Guaviare.
“Estamos pidiendo la verdad porque son muchos los policías y militares desaparecidos en más de 50 años de guerra”, manifestó la mujer a su llegada a la sala de prensa ubicada en el Museo Naval de Cartagena.
Marta Inés Pérez Pérez, otra de las víctimas de las armas que callaron anoche, busca a su hija Ingrith Yuleidi Meneses Pérez, de 15 años. “La desaparecieron de Yarumal el 29 de noviembre de 2010”. Asegura que fue obra de los paramilitares. Ella solo quiere que le digan la verdad. Dónde están los restos de su hija.
“Hay un señor en la cárcel investigado por esto, se llama Jover Castañeda Ríos... necesito que me entregue los restos de mi hija”. Lo cuenta mientras muestra una vieja fotografía de una adolescente bonita, de cabello y ojos negros. Llora en una esquina de la Plaza de Banderas, donde un cuarto de hora después se le daría la bienvenida a la paz.
“Este día para mí es algo grandioso... no quiero que mi otra hija sufra esto. A mí ya me quitaron media vida, me dejaron martirizada por el resto de mis días”, y se va.
Se acerca la exsenadora Piedad Córdoba, otra de las que le ha apostado a las negociaciones Gobierno-FARC. Turbante crema, gafas Cartier. ¿Qué significa para usted este día”, se le pregunta. “Ya puedo morir en paz", dice.