Al borde del llanto, Glenda Lagos, de 45 años, lamenta que su hija de 17 haya partido para unirse a la caravana de migrantes hondureños en ruta a Estados Unidos, huyendo del desempleo y la precariedad en un barrio plagado de pandilleros.
Belckys Lagos se fue de su casa el 16 de octubre con el objetivo de sumarse a los miles que por entonces atravesaban Guatemala, porque "aquí no hay trabajo y hay mucha violencia", afirma Glenda a la AFP en su maltrecha vivienda en la colonia 'Los Pinos', periferia este de Tegucigalpa.
La caravana de unas 2 mil personas salió al alba del 13 de octubre de la violenta ciudad de San Pedro Sula, 180 km al norte de la capital hondureña, con pretensiones de alcanzar el 'sueño americano'.
Muchos más se fueron sumando en el camino, como lo hizo Belckys Lagos.
La ONU estima que ya son alrededor de 7 mil.
Su salida desató una avalancha de amenazas del gobierno estadounidense, que los acusó de "criminales y terroristas", mientras que el presidente hondureño, Juan Orlando Hernández, los señaló de recibir ayuda de políticos opositores para generar "ingobernabilidad".
Varios integrantes de la caravana dijeron a AFP que viajan a Estados Unidos en busca del empleo que se les niega en su país y para escapar de las violentas pandillas que les han matado parientes, en medio de la impunidad por el desbordamiento del crimen y el narcotráfico.
Son los mismos motivos que esgrime Glenda frente a la partida de su hija, según el testimonio que brindó en su covacha, construida con restos de fibra de cemento, madera y láminas, en la falda empinada de un cerro al que se llega sorteando unas gradas esculpidas en laja.