Los pobladores en esta remota comunidad indígena del occidente de Guatemala se esmeraron el domingo en darle una despedida adecuada a Felipe Gómez Alonzo, el niño migrante de 8 años que falleció la víspera de Navidad en un hospital de Nuevo México mientras lo custodiaba la Patrulla Fronteriza.
Efectuaron una vigilia a la luz de las velas, cubrieron con flores su pequeño ataúd blanco y luego lo llevaron al lugar de su descanso final. Catarina, su hermana mayor, escribió su nombre con un palo sobre una sencilla lápida de concreto. Varias mujeres con camisas y faldas bordadas sobre telas brillantes supervisaron las últimas honras fúnebres, ya que muchos de los hombres se fueron a Estados Unidos hace tiempo.
La aldea, ubicada en una meseta y rodeada de montañas brumosas cubiertas de pinos, es un sitio de pobreza aplastante y falta de oportunidades, donde sólo hay una pequeña escuela, caminos de tierra intransitables durante la temporada de lluvias y viviendas rudimentarias sin material aislante contra el frío, pisos adecuados, agua corriente ni electricidad.
En la comunidad habitan familias que huyeron a México durante los años más sangrientos de la guerra civil en Guatemala, la cual se extendió de 1960 a 1996, pero regresaron tras la firma de los acuerdos de paz.
No hay empleos, y la gente vive de una exigua agricultura de subsistencia y del comercio local. Los habitantes dicen que el gobierno guatemalteco se ha hecho de la vista gorda ante su sufrimiento, queja que puede escucharse en otras localidades pobres del país.
Fue la extrema pobreza y la falta de oportunidades las que impulsaron al padre de Felipe, Agustín Gómez, a partir rumbo a Estados Unidos junto con el niño, ha dicho la familia. Otros de la comunidad han podido cruzar la frontera estadounidense con niños, así que dilucidó que tendrían la misma suerte. Felipe fue elegido porque era el hermano mayor.
La Patrulla Fronteriza aprehendió a Felipe y a Agustín a mediados de diciembre. Después de casi una semana bajo custodia, el chico comenzó a padecer fiebre, a toser y a vomitar. En una autopsia efectuada por las autoridades de Nuevo México se detectó que tenía gripe.
Fue el segundo niño migrante guatemalteco en fallecer bajo custodia de Estados Unidos en diciembre, lo que desató temores de que las condiciones en las instalaciones de detención fuesen inadecuadas.