Caravanas de familias venezolanas que condujeron durante horas este domingo 17 de julio por rutas infestadas de bandidos cruzaron la frontera a Colombia en busca de los alimentos y medicinas que escasean en casa.
Por segundo fin de semana consecutivo, el autotitulado gobierno socialista de Venezuela abrió la frontera a Colombia, cerrada desde hace mucho tiempo. A las 6:00 a.m. hora local una cola de aspirantes a compradores surcaba todo el pueblo de San Antonio del Táchira. Algunos llegaron en autobuses fletados desde ciudades a ocho horas de distancia.
El gobierno en Caracas cerró todos los cruces hace un año para reprimir el contrabando en la frontera de 2 mil 219 kilómetros. Sostenía que los especuladores causaban escasez al comprar alimentos y gasolina a precios subsidiados en Venezuela para revenderlos a precios mucho más altos en Colombia.
Sin embargo, la carestía sigue creciendo en Venezuela, con inflación de tres dígitos, controles monetarios que limitan las importaciones e inversiones y el derrumbe de los precios del petróleo que financia el gasto oficial.
En medio de una fuerte presencia militar, la gente mantenía el orden y se mostraba tensa y expectante. Algunos activistas repartían panfletos contra el gobierno, buscando explotar la frustración que ha caracterizado los tumultos y las largas colas en los supermercados en las últimas semanas.
Algunos de quienes esperaban para cruzar coreaban consignas antigubernamentales y cantaban el himno nacional, pero la mayoría de los que aguardaban en el cruce demostraban escaso interés por enfrentarse, entusiasmados por las perspectivas de encontrar supermercados con estanterías llenas y la oportunidad de comprar pequeños lujos, como esmalte para uñas y cerveza.
Alejandro Chacón, dueño de una ferretería en la población cercana de San Cristóbal y que cruzaba la frontera por primera vez desde el cierre estaba entusiasmado por la posibilidad de conseguir lo que quisiera en Colombia.
Funcionarios colombianos con camisas blancas recibían individualmente a los que cruzaban, la Policía les ofrecía pastelillos y los parlantes emitían vallenatos, la música tradicional que se disfruta en ambos lados de la frontera. Kioscos callejeros instalados por gente emprendedora que aceptaba moneda venezolana a cambio de bienes a precios muy inferiores a los que cobra el mercado negro.
“Es triste hacer esto, pero sabemos que allá encontraremos algo”, dijo Rosa Cárdenas, una maestra jubilada de 70 años a quien acompañaba su nieta de cinco meses.
El sábado, unos 35 mil venezolanos cruzaron la frontera el primer día de lo que el gobierno colombiano calificó de un “corredor humanitario”.
El gobierno venezolano trata de desacreditar las declaraciones sobre una crisis humanitaria y prefiere atribuir la escasez a sus enemigos y los contrabandistas. El presidente Nicolás Maduro calificó de “show mediático” las imágenes chocantes de medio millar de mujeres que atravesaban el retén y decían que estaban desesperadas por conseguir alimentos.
El domingo, la televisión estatal mostraba escenas de venezolanos que regresaban de Colombia con las manos vacías, quejándose de los precios supuestamente inflados y el mal trato a manos de sus vecinos.