Los representantes de la sociedad civil en la cumbre medioambiental de París pidieron este martes a los negociadores, encargados de forjar un acuerdo universal contra el cambio climático, que se sitúen a la altura de la grandilocuencia mostrada por los 150 líderes mundiales en sus discursos de inauguración de la COP21.
"Los líderes han hecho muy buenas propuestas, pero no veo que los negociadores estén haciéndoles caso. Tienen que escuchar más a sus líderes", resumió el responsable del Instituto Internacional para el Medioambiente y el Desarrollo, Saleemul Huq, desde París, donde 196 países buscan un pacto para limitar 2 grados centígrados el aumento de la temperatura del planeta.
Las oenegés temen que el entusiasmo generalizado de la jornada inaugural de este lunes encalle en una negociación que se supone será áspera, pues cuesta menos pedir un mundo más ecológico que traducir esas buenas palabras en esfuerzos políticos tangibles, especialmente entre las grandes potencias.
"Hay 106 países que están de acuerdo en que se limite el aumento de las temperaturas a 1.5 grados centígrados. Si esto fuera una democracia, ganarían. Lo que pasa es que no son los más ricos ni los más poderosos. Aceptamos los 2 grados centígrados y sabemos que es muy difícil. Pero lo difícil no es imposible", agregó Huq ante los medios, representando la voz de las onegés ecologistas.
Esas organizaciones no participan en las negociaciones oficiales, pero gravitan alrededor de las salas plenarias y despachos donde los técnicos nacionales juegan al tira y afloja con un documento inicial muy abierto que debería cristalizar en un primer texto provisional el próximo sábado, según ha exigido el ministro francés de Exteriores y presidente de la COP21, Laurent Fabius.
"Nadie quiere ceder demasiado pronto", señalaron a EFE fuentes negociadoras, que apuntan a que cabe esperar un verdadero impulso hacia un acuerdo universal a partir del próximo lunes, cuando comience el tramo ministerial de la cumbre para cerrar el acuerdo definitivo de la COP21, que finaliza el 11 de diciembre.
De los varios bloques que están sobre la mesa (reducción de gases contaminantes, infraestructuras que mitiguen sus efectos, diferenciación entre países ricos y pobres o mecanismo periódico de revisión), el principal obstáculo está en la financiación, una vez que China y Estados Unidos han abierto la puerta a que el acuerdo sea jurídicamente vinculante.
Los países pobres exigen a sus vecinos ricos –que se desarrollaron sin restricciones medioambientales– que financien su crecimiento bajo en emisiones de efecto invernadero.
Un ejemplo claro es el de India, que genera el 6.96% de las emisiones contaminantes y no parece estar dispuesta a sacrificar su boyante dinamismo económico sustentado en buena parte en el CO2.
Aunque Nueva Delhi sí se presta a iniciativas paralelas y por ello ha lanzado en París una alianza internacional para que los países ricos transfieran conocimiento y tecnología a los Estados pobres en materia de energía solar.
Las miradas también se dirigen hacia China, responsable del 25.3% de las emisiones contaminantes del planeta y con una economía con notables signos de ralentización.
"China está viviendo una gran transformación energética. Si hace un par de años se le hubiera preguntado a alguien en Beijing si pensaba que China reduciría su consumo de carbón en esta década, todo el mundo habría dicho que no. Pero ocurrió en 2014", señaló el responsable de Greenpeace para el gigante asiático, Li Shu.
Otros, como el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, avanzan programas que aúnan la recuperación social y medioambiental de las zonas más afectadas por el conflicto que vivió el país, para el que espera recaudar 600 millones de dólares en los próximos 15 años, con el apoyo del Banco Interamericano de Desarrollo.