El final de la tarde de este lunes 26 de septiembre, Colombia tendrá un acuerdo de paz.
El presidente Juan Manuel Santos y Timoleón Jiménez, Timochenco, jefe máximo de las Fuerzas Revolucionarias de Colombia (FARC), firmarán el pacto que callará las armas en un acto que empezará a las 5:00 p.m. en el Centro de Convenciones de Cartagena, en el centro histórico de esta ciudad.
Lo harán en una tarima diseñada para el gran momento por unos 600 hombres que trabajaron con premura hasta caer la noche de ayer domingo.
“No es un show”, dijo María Claudia Lacouture, ministra de Comercio Exterior, a quien el mandatario colombiano le encargó todos los preparativos.
La ministra dice que no habrá pompas, que será un acto sencillo, que el costo del evento no supera los mil 500 millones de pesos, es decir, algo más de 500 mil dólares.
Serán tres discursos de 10 minutos cada uno. Uno lo pronunciará Santos, otro será el de Timochenco y el tercero estará a cargo de Ban Ki-moon, secretario general de la Organización de Naciones Unidas.
Juan Manuel Santos
Presidente de Colombia
Se estima que a eso de las 6:00 p.m., cuando la luz malva caiga sobre la ciudad amurallada, callarán las armas para siempre. La hora y el lugar parecen haber sido elegidos buscando la bendición de un hijo noble de esta tierra. Un colombiano que al igual que millones, siempre soñó con darle un gran abrazo a la paz: Gabriel García Márquez.
“Me bastó dar un paso dentro de la muralla, para verla en toda su grandeza a la luz malva de las 6:00 p.m., y no pude reprimir el sentimiento de haber vuelto a nacer”, dijo una vez el Nobel al hablar de la ciudad que amó.
Y Cartagena, ¿cómo ve la paz? A juzgar por lo que se observa en las calles, pareciera que hay un duelo encarnizado entre el sí y el no. Si uno pasa por las vías que conducen a las playas de Marbella, puede leer un montón de letreros que dicen: “Yo voto sí a la paz”, pero a medida que avanza el tráfico, se cruza con taxis, cual ejército, que tienen un “no” en letras gigantes pegado en sus vidrios traseros.
Pero más allá de la guerra de sí y no, el gran enemigo del acuerdo podría ser el abstencionismo.
A diferencia de Panamá, un país en el que en cada elección los ciudadanos se vuelcan de manera entusiasta hacia las urnas, el colombiano no vota. Los índices de abstención han sobrepasado el 50% de los aptos para sufragar en elecciones a la Presidencia.
¿Qué piensas del acuerdo que se firmará mañana [hoy lunes]?, le pregunto a Wendy Ríos, de 24 años, dos hijos, madre soltera, morena espigada y mesera en un restaurante de ensaladas y emparedados en el barrio Getsemaní, un vecino de la ciudad amurallada.
Ella, sin sonrojarse, dice que no le interesa en lo más mínimo, que no votará en el plebiscito convocado para que los colombianos digan si avalan o no el acuerdo, programado para el domingo 2 de octubre.
La preocupación de Wendy es inmediata, simple, sin complejidades: quiere saber si su jefe, un “cachaco de Medellín”, les dará el día libre hoy 26 de septiembre, día en que el Gobierno y las FARC se darán la mano.
En una tienda de este mismo barrio, Getsemaní, se gestó un debate de esos que solo suceden en el Caribe una tarde de domingo mientras llueve. Alberto Osorio se quejaba a todo pulmón, porque hoy será un día en que no podrá trabajar.
Las autoridades ordenaron limitar el paso en las áreas colindantes al centro histórico desde ayer a las 4:00 p.m. a propósito de la organización del evento. Entonces, este hombre que trabaja como guía turístico tendrá que quedarse en casa.
El dueño del negocio, que lo escuchaba con atención, dice que a él lo que le preocupa es que a Cartagena venga Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela.
“A ese sí le dan su parón aquí en Colombia”, dice, y el guía turístico le responde: “Si esos acuerdos los arreglaron fue en Cuba, no en Venezuela”. Y empiezan a discutir que si Maduro es amigo de Santos, que si Cuba, que si las FARC llegarán a gobernar el país.
El debate de la paz se siente en la calle, en la sangre caliente del colombiano.
Al acto de hoy, según la Presidencia de Colombia, se estima que asistan unas 2 mil 500 personas: mandatarios de al menos 17 países, representantes de la comunidad internacional, víctimas del conflicto, medios de comunicación (hay unos 900 periodistas acreditados), autoridades de los distintos ministerios de Colombia, entre otros.
La agenda es amplia hoy lunes, día en que se tiene previsto ponerle final a 52 años de guerra, de dolor, de cansancio, de agotamiento, de rabia, de espera, de lucha.
A las 8:00 a.m. el presidente Santos realizará un homenaje en agradecimiento a las fuerzas militares y a la Policía Nacional.
A las 12:00 mediodía el representante del Vaticano, Pietro Parolín, oficiará una ceremonia litúrgica en la que se orará por la reconciliación de los colombianos. Posteriormente, Santos ofrecerá un almuerzo a los jefes de Estado y directores de organismos multilaterales que vinieron a la firma del acuerdo.
El acuerdo no se firmará con un bolígrafo, sino con un “balígrafo”. Así ha denominado el presidente Santos a la pluma con la que él y Timochenco estamparán su firma.
“Nosotros creamos lo que hemos llamado un balígrafo, que es una bala convertida en un estilógrafo, para decir que es la transición de las balas a la educación, al futuro. Y le voy a regalar a cada uno un balígrafo, y con ese balígrafo vamos a firmar los acuerdos de paz”, manifestó el gobernante al explicar que cada mandatario tendrá su “balígrafo”.
Santos, personalmente, inspeccionó anoche los detalles del montaje del acto de hoy. Verificó dónde se ubicarán los miembros de las FARC –que hasta ayer no se sabía en qué lugar de la ciudad estaban–, los invitados internacionales, los locales, entre otros.
La seguridad de la ciudad, al menos por lo que dice la Presidencia de Colombia, está garantizada. Mil 500 policías custodian las calles, el aeropuerto, los hoteles, el centro histórico y demás zonas de la ciudad.
El acuerdo que hoy se firmará en Cartagena contempla cinco puntos: justicia para las víctimas, solución al problema de las drogas ilícitas, mejores oportunidades para el campo, apertura democrática, y más participación e implementación, verificación y refrendación.