La Berlinale entregó su Oso de Oro al cine “social”, a través del documental sobre un centro psiquiátrico del francés Nicholas Philibert, en una edición del festival cuya reina absoluta fue Sofía Otero, la niña que personifica la defensa de la diversidad sexual en la película española “20.000 especies de abeja”.
El máximo premio al filme del realizador francés es una de esas decisiones calificables de poco comprensibles y que probablemente se atribuirán a una supuesta falta de liderazgo de la presidenta del jurado, la actriz estadounidense Kristen Stewart.
“Sur l’Adamant”, el filme premiado, no estaba entre las favoritas de los críticos que siguen el festival y fue recibido como una mera exposición o sucesión de pacientes de dicho centro de día, una barcaza en pleno Sena, en el corazón de París.
A “Roter Himmel”, la sexta película con que el alemán Christoph Petzold acudía a la Berlinale, se le reservó el Oso de Plata Gran Premio del Jurado, cuando se barajaba para ese filme el máximo galardón. Y se dejó fuera del palmarés tanto a la mexicana “Totem”, de Lila Avilés, como a la película de animación japonesa “Suzume”, de Makoto Shinkai, ambas recibidas con entusiasmo en el festival.
Sobre el escenario del Berlinale Palast, Sofía Otero compensó con creces los desacuerdos que pueda generar el palmarés del jurado de Stewart, de cuyo equipo formaba parte la directora española Carla Simón, ganadora del Oro en 2022 con “Alcarràs”.
“A mi padre, Fernando Otero, el mejor padre del mundo entero”, proclamó la joven actriz, mientras entre el equipo de la película y los familiares de la niña presentes en la sala se repartían risas y lágrimas. “A mi madre, a mis hermanos...” siguió Sofía.
El homenaje a su padre, más allá de lo tierno o anecdótico, encaja en lo que es la película de Urresola: una inmersión en una familia del País Vasco, confrontada a la transexualidad de Aitor, el niño que no se identifica ni con ese nombre ni con el género atribuido.
El Oso de Plata a Sofía Otero era un premio al coraje de Urresola, cuya película es su ópera prima. El otro Oso de Plata de interpretación, en ese caso a un papel de reparto, fue para la alemana Thea Ehre, en el papel de una transexual recién salida de la cárcel, en “Bis ans Ende der Nacht” -”Till the End of the night”, de Chistopher Hochhäusler.
El cine español y latinoamericano brillaron asimismo en secciones como “Encounters”, destinado a nuevos creadores: “El eco”, de la mexicana Tatiana Huezo, ganó el premio al mejor documental y también a la mejor dirección de esa sección.
El español Lois Patiño consiguió el premio del Jurado de Encounters por “Samsara”, mientras que el premio a la mejor opera prima entre todas las secciones de la Berlinale fue para la argentina “Adentro mío estoy bailando”, de Leandro Koch y Paloma Schachmann.
El cineasta español, afincado en Francia, Paul B. Preciado obtuvo una mención especial del jurado de “Encounters”, así como el premio al mejor documental de los premios Teddy, orientados al colectivo LGTBI.
La 73 edición de la Berlinale era la cuarta con el italiano Carlo Chatrian y la holandesa Mariette Rissenbeck al frente de la dirección bicéfala del festival, que además recuperó todos sus formatos tras las restricciones de los años anteriores por la covid-19.
Eligieron un jurado con cinco mujeres y dos hombres: junto a Stewart y Simón integraban el equipo la actriz iraní Golshifteh Farahani, la directora alemana Valeska Grisebach y la estadounidense Francine Maisler, además del director rumano Radu Jude y su colega chino Johnnie To.
Al margen de las discusiones que pueda generar el palmarés, Chatrian y Rissenbeck lograron en su cuarto año una selección de 19 películas a concurso de calidad alta o suficientemente alta -con alguna excepción-.
Dominó el cine de autor sobre el de entretenimiento. Y se logró de nuevo el objetivo de llenar las salas de cine en distintos puntos de Berlín, con unas 400 películas en las distintas secciones del festival y para un festival que presume de popular, frente al despliegue de estrellas que caracteriza a Cannes.