La lucha contra la corrupción pasó a primer plano de una Cumbre de las Américas sin Donald Trump, que aspiraba a convertir la cita regional del fin de semana en la ciudad de Lima en una ofensiva diplomática contra el régimen venezolano del presidente Nicolás Maduro.
La ausencia del presidente de Estados Unidos deja sin brillo un cónclave hemisférico ya deslucido por problemas de la región y la difícil relación con la administración del imprevisible Trump.
Desde la creación de la Cumbre de las Américas por el demócrata Bill Clinton en 1994 para promover el libre comercio y los derechos humanos, esta VIII edición será la primera en la que no participe un presidente de Estados Unidos.
Según la Casa Blanca, Trump se quedará en Washington para “supervisar la respuesta estadounidense a Siria” y “monitorear los acontecimientos en todo el mundo”. Una señal inequívoca para el mundo y sobre todo para Rusia e Irán de que Estados Unidos agita los tambores de guerra.
Asistirá en su lugar el vicepresidente Mike Pence, al frente de una delegación que incluirá a la hija del primer mandatario, la joven y prominente Ivanka Trump, que según Washington promoverá en la cumbre los derechos de la mujer.
La relación de Trump con América Latina no ha sido fácil a lo largo de su presidencia, en particular con México, que al igual que Colombia, celebra este año elecciones presidenciales en las que la izquierda lidera los sondeos.
Más allá de amenazar con poner fin al Tratado de Libre Comercio de Norteamérica vigente desde 1994 si los resultados de la renegociación no le satisfacen, o de querer erigir un muro a lo largo de los 3 mil kilómetros de frontera común con México, Trump ha vuelto a arremeter en los últimos días contra la inmigración. Su ausencia en Lima no hará sino poner aún más distancia.
“Por primera vez en muchos años, Estados Unidos ha dejado de tener una agenda proactiva con América Latina y esta decisión sólo reafirma esta posición”, critica la analista política peruana residente en Chile Lucía Dammert.