El Caribe Norte, una de las regiones más pobres de Nicaragua, quedó sumida en la incertidumbre y la desesperación tras el doble golpe de los huracanes Eta y Iota, que sembraron muerte y destrucción en Centroamérica.
En esta zona poblada por indígenas y afrodescendientes que se dedican a la pesca y la agricultura, se preguntan cómo lograrán retomar sus vidas tras el devastador paso de los ciclones que azotaron la misma zona en cuestión de dos semanas.
“Nosotros no trabajamos en ninguna institución, vivimos de la riqueza del mar. ¿Ahora cómo vamos a salir al mar? No podemos, porque las lanchas las dañó el huracán y hasta el muelle no está”, dijo Henry Washington, un pescador de Bilwi.
“Por eso pedimos que nos apoyen. Yo sé que de otros países mandan apoyo, pero aquí no viene”, agregó molesto.
“Solo quedamos con la ropa puesta, no sé qué va a pasar, yo quisiera que me consiguieran un colchón, una cobija. Mi casa se perdió y nos dieron albergue porque no tenemos dónde ir”, lamentó por su lado Diana Moore, de 52 años.
DESOLACIÓN
Tras el paso de Iota, que se disipó este miércoles sobre El Salvador, centenares de personas que quedaron a la intemperie en Bilwi se lanzaron como hormigas a buscar entre los escombros cualquier cosa que sirva para levantar “una champita” (ranchito) donde vivir.
Los damnificados, entre los que hay muchos niños, son presas del hambre y el frío, mientras las personas mayores que sufren de hipertensión, diabetes u otras enfermedades están muy vulnerables.
La Fundación San Lucas, una ONG que trabaja con en el Caribe en la prevención de enfermedades, teme un brote de malaria, que antes de las tormentas dejaba 400 afectados cada semana.
Iota impactó a Nicaragua el 17 de noviembre como huracán de categoría cinco, la máxima en la escala Saffir-Simpson, y dejó un panorama desolador de comunidades indígenas sin alimento, agua, ropa ni electricidad.
El ciclón fue peor que Eta, que el 3 de noviembre golpeó con sus potentes vientos de 240 km/h a las comunidades de la Región Autónoma del Atlántico Norte (RAAN), la más extensa y menos poblada del país, con 500 mil habitantes de las etnias miskito, sumos, ramas, garífunas, creole y mestizo.