La guerra en el cercano oriente, por el momento, parece estar en escalada. A corto plazo, hay crecientes animosidades que hacen que la paz se aleje, en vez de una solución. En el caso de los grupos terroristas Hamás y Hezbolá contra el Estado de Israel, las cosas parecen haber llegado a extremos que parecen irreconciliables.
Periodistas de medios de comunicación de América Latina y España, y algunos destacados en Estados Unidos, llegamos a Israel a conocer su realidad actual, justo cuando Irán lanzaba un ataque de 180 misiles a territorio israelí y cuando las tropas de este último país entraban al Líbano, donde grupos terroristas han establecido sus bases militares para el asedio contra Israel.
Doce meses antes, civiles israelíes sufrieron —este 7 de octubre se cumplirá un año— una masacre salvajemente brutal: 1,200 personas —hombres, mujeres, jóvenes y niños— fueron asesinados de formas inimaginables, al mismo tiempo que 251 personas fueron secuestradas, de las cuales, a casi un año de tenerlas como rehenes, hay poco más de 100 que aún permanecen en sus túneles y en manos de sus verdugos.
Las dantescas imágenes de ese día convulsionaron a Israel, cuya población, impotente y estupefacta, poco a poco se fue enterando del inesperado y sangriento ataque. No hubo piedad: la barbarie del ataque es la peor que los israelíes han sufrido desde el holocausto… y la frágil paz, después de la masacre, repentinamente se convirtió en guerra cruenta. Una guerra que el gobierno de Israel no parece tener la intención de detener, al menos de momento, ni perdonar a los responsables de la masacre ni de permitir que se reagrupen o sobrevivan a sus ataques.
Durante estos días, los periodistas hemos hablado con ciudadanos judíos que migraron a Israel desde América Latina, como el mexicano Aaron Kababie —casado con una panameña— y quien después de prestar servicio militar, trabaja en la actualidad con colegios israelíes.
O con una pareja de argentinos —Ilana y Yuda Gofer—, casados desde hace más de 60 años y radicados en Israel desde los 70. O Tobías, un cirujano mexicano que se fue a vivir a Haifa junto a su esposa y donde su hijo presta servicio en el Ejército manejando las baterías antiaéreas que interceptan los misiles balísticos que lanza Hezbolá y Hamas desde Líbano.
Casi todos ellos creían que la paz era posible, que a pesar de las diferencias y de los ataques que hacían los grupos terroristas, por primera vez había esperanzas de conseguirla. Y confiados en que la paz podría estar próxima, la visión de una masacre de la magnitud sufrida el año pasado fue inimaginable. De hecho, aún se investigan las causas por las que el Ejército llegó tarde ese día de octubre de 2023, en la que la sangre de cuerpos destrozados y mutilados tiñeron de rojo paredes, pisos, bunkers, carros, casas. Solo unos pocos pudieron describir el infierno que vivieron durante esas horas.
Guerra y tensión
Desplazarse hasta Israel hoy se ha convertido en una odisea. Su espacio aéreo ha sido cerrado tras el ataque de Irán, sin que se conozca la fecha en que se reabrirá, justo cuando los periodistas empezábamos a llegar a Israel. El transporte aéreo está limitado solo a aerolíneas israelíes, una de las cuales —El Al— nos transportó en vuelos que no se interrumpieron gracias a un sistema antimisiles desplegados en sus aeronaves civiles que inutiliza las armas aéreas enemigas, gracias al uso de rayos láser.
En tierra, hay tensión. Diariamente hay alarmas de misiles volando por el aire israelí, que en su mayoría son interceptados por el llamado “domo de hierro”, que consiste también en sistemas antiaéreos que rastrean sus objetivos para luego calcular su trayectoria e interceptarlos antes de que alcancen sus blancos.
La guerra tecnológica incluye también la irrupción del Sistema de Posicionamiento Global (GPS, por sus silgas en inglés) que el ejército israelí controla para que no sirvan de guía a los misiles que lanzan los grupos terroristas sobre objetivos civiles, industriales o militares.
Aplicaciones —como Waze o Google Maps, por ejemplo—son alteradas para que la lectura de la posición de quien las utilice aparezca en otros sitios, como Beirut o Siria, al mismo tiempo que hay aplicaciones gratuitas para advertir a la población de ataques con misiles o sustancias tóxicas, etc.
Es tensión que por estos días crece, a medida que se acerca el aniversario del primer año de la masacre, cuando el Ejército de Israel se prepara para contrarrestar y atacar, mientras la población civil se protege.
Poco que celebrar
A pesar de las incursiones de Israel al sur del Líbano, los diarios ataques con misiles sobre la población civil u objetivos militares, poco a poco la población israelí —especialmente la más joven— trata de recuperar la normalidad de antes, de volver a sus rutinas o disfrutar durante estas fiestas Rosh Hashaná (año nuevo, del 2 al 4 de octubre) y otras, como Yom Kipur (día de la Expiación, el más sagrado del año judío, que empezará el 11 de octubre).
Pero este año, los ánimos, como es comprensible, no están del todo bien. Por todas ciudades los rostros de los más de cien secuestrados siguen sufriendo en manos de los terroristas, mientras a la memoria vienen las imágenes de la barbarie del 7 de octubre pasado. En todo Israel, listones amarillos, carros destrozados, pintados del mismo color, exigen el retorno inmediato de los rehenes a sus casas.
Mientras tanto, el asedio continúa desde Líbano, al mismo tiempo que poblaciones civiles han sido desplazadas por la guerra, en un intento del Ejército israelí de expulsar de ese país lo que queda de los líderes terroristas, mientras siguen el diario bombardeo contra ciudades israelíes.
Los periodistas latinoamericanos hemos sido testigos del sitio y del temor que sufren las personas a causa de la guerra, incluso, de los dos millones de árabes musulmanes que viven en Israel, sí como del dolor que ha causado al país la matanza irracional de cientos de personas esperanzadas con la paz.