Juan Lorenzo Holmann: ‘Mi determinación fue: tengo que salir vivo y fuerte’

Juan Lorenzo Holmann: ‘Mi determinación fue: tengo que salir vivo y fuerte’
Juan Lorenzo Holmann.


En las celdas del Chipote no se sabe qué hora del día es. No hay relojes ni se permite preguntar a los carceleros. “Creemos que esa hora era”, “suponemos que eran las…” y así va hilvanando su relato Juan Lorenzo Holmann.

Cinco de la mañana, medicamento. Desayuno. Café, un huevo y gallopinto. “Gallo chiricano, le decía yo porque era más blanco que pinto”, bromea. A las siete, otra vez medicamentos. Rezar. “Rezábamos un rosario. Lo hacíamos con mis hermanos de celda. Y últimamente lo estábamos haciendo en grupos, en comunidad”. Luego, caminar. Doce mil pasos. Diez kilómetros recorriendo una y otra vez la pequeña celda. Baño. Almuerzo. Arroz, frijoles, algún bastimento y fresco. Pláticas de presos. Rezar otra vez. Cena. Lo mismo del desayuno. Dormir.

Ese era un día apacible en el Chipote. Otros eran con interrogatorios varias veces al día. Otros con la angustia y la alegría de las visitas familiares. Y siempre contando los días… 324…. 421… hasta 545 cuando en la noche les dijeron “alístense” y cambió todo.

Juan Lorenzo Holmann Chamorro, gerente general de LA PRENSA, no es el primero de su familia que cae preso por sus ideas. Ni el primero que destierran o se va al exilio. De hecho, en el mismo avión que los llevó al destierro iban otros tres primos hermanos, presos políticos del régimen de Daniel Ortega. “Ojalá nosotros seamos los últimos. Que no vuelva a ocurrir esto”, dice Holmann en esta entrevista que relata su cautiverio y la situación del Diario que él dirige.

¿Cómo se siente ahora?

Estoy acomodándome emocional y mentalmente. Estoy libre, pero no completamente porque no puedo estar donde yo quiero estar.

¿Hay secuelas de la cárcel?

Debe haber. Trato de no pensar en ellas, no dejar que me minen. No he podido ir donde el médico para hacerme los chequeos, pero ya tengo una cita. ¿Qué le preguntaban en los interrogatorios? Me preguntaban cosas de LA PRENSA. Cómo funcionaba, que quiénes eran los responsables en LA PRENSA. Quiénes eran de la Junta Directiva, quiénes eran los socios, y yo siempre contestaba con evasivas. Me preguntaron de la Fundación (Violeta Barrios). Estos interrogatorios pasaron hasta, más o menos, enero de 2022, y después nuevamente iniciaron en junio, pero era una vez al día, en la mañana, y eran unas oficiales que me preguntaban más sobre mi salud. Todos los días. Nunca supe por qué porque nunca se hizo nada.

¿Se enteraban de lo que ocurría afuera?

No. Las únicas noticias que teníamos del exterior era cuando había visitas de nuestros familiares. Las visitas eran erráticas. No teníamos una fecha o un calendario. Las anunciaban de un día para otro y a veces el mismo día. A veces nos dábamos cuenta porque nos empezaban a alistar. Cortarnos el cabello, rasurarnos, cortarnos las uñas. Sospechábamos. Muy pocas veces llegaban y nos decían “van a tener visitas”. Ahí era que teníamos noticias. Cuando llegábamos de regreso a las celdas, intercambiábamos información. La comunicación era solo entre personas que estábamos compartiendo celdas. Entre celdas no se podía hablar. Yo oía hablar a los de la celda de al lado y seguramente ellos me oían a mí, pero no podíamos hablar con ellos.

¿Con cuántas personas compartía celdas?

Inicialmente estuve con Mauricio Díaz, en una celda, la 18, de un poco más de cinco metros cuadrados, del 14 de agosto al 23 de octubre. Son celdas de castigo. La Chiquita que le llaman. Esos fueron los días más duros, cuando más duro nos trataron. Después, el 23 de octubre nos llevaron a una celda más amplia, más iluminada, para ocho personas, pero solo estábamos cuatro: Francisco Aguirre Sacasa, Pedro Mena, Mauricio y yo. Era una celda bien grande y tenía un tragaluz por donde podía ver el sol, la luna y las estrellas.

El 23 de enero me sacaron de ahí y me llevaron de vuelta a la Chiquita. Ahí estuve con Miguel Mendoza, hasta el 1 de mayo. Se llevaron a Miguel y trajeron a Freddy Navas. Estuvo cinco días, se lo llevaron y quedé solo por una semana tal vez. Y después me volvieron a unir con Freddy Navas en otra Chiquita y, posteriormente, el 3 de julio nos pasaron a una celda grande que le decían la VIP, porque era VIP realmente. Tenía ducha, lavamanos, camas con colchones. Ahí estuve con Freddy hasta el 11 de noviembre que trajeron de regreso a don Francisco Aguirre.

En algún momento, en octubre, llevaron a Max Jerez a la celda esa VIP en la que estaba. Entonces me sacaron de esa celda y me pasaron nuevamente a la celda donde había estado con Pedro Mena y quedó Freddy, con Max y don Francisco Aguirre.

¿Cuál era el interés de todas esas rotaciones?

¡Quién sabe! Yo quiero saber cuál es la lógica de sus movimientos. Esa pregunta me la hacía y me la sigo haciendo. ¿Por qué cambiaban? ¿Por qué escogían a las personas de la forma que las escogían? En otros momentos compartí celda con Irving Larios, Félix Maradiaga, y José Antonio Peraza.

En la cárcel se relacionó con personas de todo tipo, campesinos, empresarios, estudiantes, gente de signos políticos diferentes…

Fue una experiencia muy enriquecedora. Pedro Mena, un líder impresionante, con un testimonio de vida muy rico. Un ser fuera de serie. Freddy Navas, otro líder campesino. Lo que hicieron ellos con el Movimiento Campesino es impresionante. Ninguno de los otros líderes preparados hicieron lo que el Movimiento Campesino hizo, que fue movilizar a toda Nicaragua y poner en aprietos al Gobierno. Max Jerez, un chavalo brillante, con mucho futuro. Estuve con don Francisco Aguirre. Estuve en los extremos, con Max y Lesther (Alemán) y con Francisco Aguirre y Mauricio Díaz, y en el medio con Irving Larios, Miguel Mendoza.

Te estoy hablando de las personas con las que compartí directamente. Félix Maradiaga y José Antonio Peraza. En la celda compartís más allá de lo que podés compartir en un salón de clases, en una oficina, en una fiesta, porque es el día a día. En la cárcel gané un montón, no de amigos, sino un montón de hermanos. Ellos saben que en mí van a encontrar todo el apoyo que necesiten y sé que en ellos encuentro ese mismo apoyo si los busco.

¿Hubo maltrato físico?

Nunca. No.

¿El trato verbal era grosero?

Una vez le dije a uno de ellos “hermano” y otra que estaba al lado me pegó una regañada. Me señalaba con una llave: “¡Ese no es tu hermano! No le podés decir así. Él es oficial”. Somos hermanos ante Dios, le decía yo. “¡Nada de eso! ¡Oficial! ¡No es hermano suyo!” Cuando me llevaron a los juzgados, un par de policías, que no eran los que estaban en el penal, me llevaban del codo, no era maltrato de empujones, pero los tipos sabían dónde apretar para que doliera.

Agresiones físicas no, pero sí lo que llaman “tortura blanca”. No nos daban permiso de tener lectura, no nos permitían comunicarnos entre nosotros, no teníamos comunicación fluida o directa con nuestros familiares más que en las visitas. En algunas celdas nunca apagaban la luz, en los interrogatorios te querían inventar cosas, noticias falsas, o a algunos les decían que iban a traer a sus familiares.

¿En algún momento Juan Lorenzo Holmann temió no salir vivo de ahí?

Fue un tema de determinación. Yo dije: “Voy a salir vivo de aquí. Tengo que salir fuerte. Mi lucha está afuera. Nuestra vida está afuera”. Sí temí por mi salud. En marzo de 2021 me operaron del corazón, a corazón abierto, y me agarraron (preso) en agosto. Estaba en recuperación de mi operación y a eso sí le temía. Me dejaron pasar todos mis medicamentos y me los tomaba. A veces dudaban que yo me estaba tomando el medicamento y yo les decía: “¿Y es que ustedes creen que se las voy a dejar fácil? Tengo que salir caminando de aquí”. No era temer por mi vida sino un mecanismo de defensa y fe. Yo siempre tuve fe.

¿Había entre los presos políticos momentos de quiebre, de frustración?

Sí, claro. Había momentos de bajones de ánimo. Entre nosotros nos acuerpábamos, si veíamos a uno caído le levantábamos el ánimo. Yo lo que hacía era rezar mucho y ponerme en las manos de Dios y decirle: “En tus manos entrego mi alma, mi ser, mi día. Vos sos el capitán de este barco. Vos nos vas a sacar de aquí. ¿Cuándo? Cuando vos digás”. Generalmente después de las visitas había un período, de un día más o menos, que quedábamos golpeados, pero siempre vi fortaleza en todos.

Cuéntenos cómo sucedió, desde su lado, aquel día que los vimos por primera vez llegar a los juzgados.

A partir del 4 de julio del 2022 comenzaron a cambiar un montón de cosas. El 3 de julio me sacaron de la Chiquita y me enviaron a una celda más grande, la VIP que te conté. En ese momento yo pesaba como 143 libras. Mi peso normal es 182 libras, pero con la operación al corazón perdí un poco y cuando me pesaron a la entrada al Chipote pesaba 173 libras. Imaginate que cuando una de mis hijas me visitó, entró a la sala y no me reconoció. En las fotos que salen de ese día que es finales de agosto y ya estoy repuesto.

A partir del 4 de julio comenzaron a cambiarnos el régimen alimenticio. Nos daban más comida, cosa que nosotros vimos raro. Nos sacaban de las celdas en cada una de las comidas a un lugar que es como el centro de la prisión y ahí hay un mostrador. Ponían la comida, servida en platos con la cuchara y llegabas, cogías el plato y te tomaban una foto y video con la comida que te estaban dando. Algo está pasando, decíamos nosotros. A alguien nos quieren enseñar. Nos fueron a cortar el pelo y cada 15 días nos estaban cortando la barba.

Había algunos que consideraban que eso es denigrante. Yo les decía, la tortura es tortura si nosotros aceptamos que es tortura. Que te resbale. Es como el insulto. Si mi insultan en japonés yo hasta le hago una sonrisa y sigo para adelante.

A los juzgados fuimos en tres grupos. Como a las cinco de la mañana llegan a mi celda y me pasan un uniforme nuevo y me dicen: “Bañate y vestite que vas a salir”. Yo pensé que iba para el hospital a verme el corazón y una hernia que me salió. Oigo que en la celda de al lado le piden a Irving Larios que se prepare, y coincide que Irving estaba también pidiendo ir al hospital. Nos llevaron a tres microbuses que estaban afuera y ahí sí vi a varios presos que llevaban. Llegamos a los juzgados y ahí estuvimos esperando tal vez una hora. Finalmente nos bajaron, uno por uno. Ahí me dijeron que era una audiencia informativa.

Cuando regreso al microbús le digo a Róger Reyes, que es abogado, dicen que es una audiencia informativa. “Eso no existe”, me dice. “Lo están inventando. Sigue el circo”. Después me doy cuenta en una visita que tengo con mi esposa y hermano que lo que pasó fue una respuesta a unos retratos hablados que estaban saliendo. “Pero parece que les salió el tiro por la culata porque en la realidad, por ejemplo, los que te conocemos a vos sabemos que estás mal, que te ves físicamente deteriorado”, me dicen.

Y esto que los habían preparado…

¡Nos habían engordado! Yo había aumentado unas siete libras.

¿La salida final del Chipote fue inesperada?

Totalmente. Ese día transcurrió con completa normalidad. En la noche, cuando ya íbamos a dormir, yo calculo que eran como las diez y media de la noche, llegaron los custodios y nos dieron ropa de civil para que nos cambiáramos. Nos fueron a meter a unas celdas más grandes donde estuvimos unas 12 personas en esa celda. Ahí me encuentro con Michael Healy, Luis Rivas, con el padre Benito, con Francisco Aguirre, Irving Larios. Ahí estuvimos un rato y apareció un comisionado Ruiz y dice: “Van a salir ordenadamente a montarse a unos buses. Vamos a ponerles unas bridas plásticas, y se van a montar en los buses que les vamos a indicar”. Él siempre fue muy gentil en su trato. Y dice: “Ni me pregunten para dónde van que ni yo sé”. Ahí vi a muchos conocidos. Abrazos. Saludos.

Ya pusieron la fila y nos llevaron a un bus. Cuatro policías con pasamontañas decían quién se iba a sentar en cada lugar. Un policía con pasamontaña ese sí estuvo grosero, callándonos, hablando fuerte. “¡Guarden silencio!” “¡Vea hacia abajo!” “¡Con las manos enfrente!” Los buses iban manejando muy despacio. Como a 30 o 40 kilómetros por hora. El viaje fue eterno. Creo que ellos tampoco sabían para dónde íbamos. Cuando entramos a la Fuerza Aérea le dije al que iba al lado mío: “Nos están desterrando”. “¡Que se callen!”, me gritó el policía. El despliegue de patrullas que iba con los buses era como que iba el Chapo Guzmán ahí.

Nos pasan un documento que tenía tres línea y media. Decía: “Yo”, mi nombre escrito con lapicero, “acepto ser deportado a”, y escrito a mano, los Estados Unidos de Norteamérica, “de acuerdo a las leyes vigentes del país”. Punto. Firme. ¿Cuáles leyes? Explíqueme. “Firmá”, me dice el policía, “y si no, te bajo del bus”. Firmé bajo presión, pero contento. O sea, el machote estaba hecho pero el destino se los dijeron hasta ahí, y él llenó el papel. Ellos no sabían para dónde íbamos. Ahí nos empezamos a relajar. Comenzamos a hablar. El guarda este que iba como energúmeno seguía callándonos, pero ya no le poníamos atención. Volvió a subir el de los papeles y dijo: “Se calman, porque todavía yo tengo la potestad de bajarlos de este bus”.

Hicieron entrar el bus a la pista y nos comenzaron a bajar. Yo fui el segundo en bajar. Con un detector de metales empezaron a chequearnos. “Hermano, ¿y qué puedo traer de metal si vengo de tu cárcel de máxima seguridad”, le digo. “Son procedimientos”, me dijo.

Al pie de la escalinata del avión estaba un grupo de gente que era del Departamento de Estado (de EE.UU.) o de la embajada americana. Cuando llego me saluda una persona y me dice: “Buenos días Juan Lorenzo. Bienvenido a la libertad”. Me hizo pasar y había una persona con uno de esos contenedores plásticos, lleno de pasaportes. Ahí me di cuenta que no éramos solo nosotros, porque eran más pasaportes de los que estábamos en el Chipote. Me enseña mi pasaporte y me pregunta: “¿Este es usted?” Sí. “Ok. Nosotros vamos a tener el pasaporte y se lo vamos a dar cuando lleguen a Estados Unidos”.

¿Qué sintió en ese momento que le dicen “bienvenido a la libertad” y tiene segundos de haber salido del control de sus carceleros?

Volví a ver hacia atrás y agradecí a Dios por ese milagro. Sentimientos encontrados. Estaba siendo liberado, pero también estaba dejando mi casa, mi familia, Nicaragua. Exiliado. Yo había estado exiliado en los años 80, sé que el exilio es duro, pero no tan duro como la cárcel. Pensé en mi esposa. Mi mamá, de 96 años. No sé cuándo voy a volverla a abrazar. Cuando llegué al final de la escalinata, volví a ver atrás y dije para mí: “Adiós Nicaragua”.

¿Cuál es la historia de la famosa foto en que aparece Juan Lorenzo en el avión con sus primos Cristiana y Pedro Joaquín Chamorro Barrios y que fue la primera que conocimos de los presos políticos desterrados?

El avión parecía un bus que iba del Huembes a Rivas. Un alboroto. Las azafatas no hallaban qué hacer para que la gente se sentara. Me dice Cristiana: “Allá está Pedro”. Y nos sentamos los tres en una fila. En eso llegó una muchacha de AID y pasa saludando a Pedro y le dice: “Yo soy amiga de su hija. Me permite tomarle una foto”. Claro que sí, pero tómenosla a los tres. Entonces ahí tomó esa foto que parece una selfie, pero no lo es. Fue tomada por ella. “Voy a mandarle esta foto a su hija, pero no se la puedo mandar hasta que haya despegado el avión”, dijo. Esa foto corrió como reguero de pólvora. En todo el mundo.

¿Y no temía despertar en aquel camarote de aquella celda?

¡Por eso! Decíamos: “Será que estoy soñando”. Lo dije varias veces. Había un alboroto. “¡Siéntese por favor!”, decían las azafatas en un español machacado. Hasta que Michael Healy agarró el micrófono del avión y dijo: “Hermanos, por favor pongan atención. Se tienen que sentar todos. Si no nos sentamos este avión no arranca”. Todos comenzaron a sentarse. Cuando el avión ya estaba tomando pista, hablaron tres oficiales. Nos dijeron bienvenidos a la libertad, que ya no éramos secuestrados y que todos éramos considerados por ellos unos héroes. El avión tomó pista y en lo que iba agarrando velocidad para despegar, comenzamos a cantar el Himno Nacional.

Entre todo lo malo que significó esa pesadilla, ¿puede rescatar algo bueno de la cárcel?

Claro que sí. Hay una frase de mi tío Pedro Joaquín (Chamorro Cardenal), que tal vez no sea literal: “La cárcel magulla el cuerpo, pero fortalece el alma y el espíritu”. Yo siento que traigo el alma y el espíritu fortalecido. Siempre he sido creyente. Soy un católico practicante, pero la cárcel me acercó mucho más a Dios. Aprendí el valor de la libertad. El valor del amor y el calor de la familia. El valor de la libertad de expresión, más allá de la libertad de prensa. Poder expresarte libremente y poder platicar con quien querás. La cárcel es dura, pero sí fortalece. Aprendí el valor de las cosas pequeñas…

El valor de una frazada…

Sí. Inicialmente no teníamos nada. Ni una toalla. Pasé 450 días comiendo con la misma cuchara de plástico. Esa era mi Wilson. De lo que dejé en la cárcel lo que más me hace falta es mi cuchara.

La familia Chamorro, y LA PRENSA también, tienen una larga tradición de episodios durísimos, de ataques, cárcel, destrucción, asesinatos por su forma de pensar… ¿Alguna vez pensó que usted iba a seguir los pasos de otros Chamorro que han estado en la cárcel por sus ideas?

No. Pensé que eso ya había quedado atrás. Aún cuando yo di el paso adelante para estar con ustedes en LA PRENSA, pensaba que a nosotros no nos puede pasar esto. Y no es porque LA PRENSA sea intocable, sino por el tema de la esperanza, que uno espera que a vos no te pase lo que le está pasando al otro. No prevés. Yo le decía en los interrogatorios: “Yo no soy el primero de mi familia que sufre todo esto”. No soy el primero que echan preso, no soy el primero que destierran, no es la primera vez que estoy en el exilio ni soy el primero que está en el exilio. Ni mi familia es la primera que pasa por este dolor.

Mi mamá está sufriendo este dolor con su papá, lo sufrió ella en carne propia en 1944, lo sufrió con sus hermanos, con su hijo, mi hermano estuvo preso en la época somocista. No soy el primero, Cristiana no es la primera, Pedro no es el primero, Carlos Fernando en el exilio no es el primero, Juan Sebastián no es el primero, pero sí, con honestidad digo, ojalá nosotros seamos los últimos. Que no vuelva a ocurrir esto. Ojalá esta vez sí logremos encontrar la sociedad, no perfecta, pero sí correcta. Que nos encaminemos, como decía mi tío Pedro, a que Nicaragua vuelva a ser República.

LA PRENSA sigue viva, sigue en pie, pero golpeada.

Y no es la primera vez que nos pasa. En el 44, en el 54, en el 56, en el 59, en el 72 por el terremoto, en el 79, en el 86… ¿Cuántas veces han querido callar a LA PRENSA? ¿Cuántas veces han querido ponernos de rodillas? Siempre LA PRENSA busca la forma de resurgir. Ahora nos dieron un golpe bien fuerte, pero ahí estamos, seguimos en pie.

¿Cómo está LA PRENSA enfrentando esta nueva etapa de su vida?

Yo veo que ustedes han seguido haciendo la labor. Eso era lo que yo les decía a los interrogadores: “Ustedes no entienden que LA PRENSA es una institución. LA PRENSA no somos las personas, es una institución y si me echan preso a mí, hay otro que va a agarrar la batuta”. Lo que ocurrió. Mi admiración y gratitud a todos ustedes, no como LA PRENSA sino como nicaragüense por mantener viva la llama de LA PRENSA que es la llama de la esperanza porque significa que hay una voz que está martillando, denunciando, opinando, e informando a la gente.

Ahora en el edificio robado a LA PRENSA se ha instalado un centro de capacitación estatal y se ha conocido que empezará a usar su imprenta.

Irónico que se llama José Coronel Urtecho, porque en 1973 José Coronel Urtecho le escribió un telegrama a mi tío Pedro que dice: “Para la conciencia del país, cuando LA PRENSA deja de salir es como que no sucediera nada, o todo fuera mentira”. Debe estar revolcándose en la tumba porque le están poniendo su nombre a un lugar que a todas luces es robado. ¿Con quitar las instalaciones qué hicieron? Ponérnosla más difícil, pero no ponernos de rodillas.

¿Qué le dice a sus carceleros, principalmente a la pareja en el poder?

Cuando estaba ahí (en la cárcel) yo le pedía al Señor que además de darme fortaleza, además de agradecer la protección que me das, quiero que el Espíritu Santo entre en mí y con su luz diluya todas las sombras que llevo adentro y que sane mi corazón. Que sane el corazón de todos los que están aquí, de todos los que están en el exilio, el corazón de mi familia, para que salga de aquí sin rencor, sin ganas de revancha.

Eso no significa que debemos apartar la justicia. Hay una frase de monseñor (Silvio) Báez que dice: “Para que haya perdón, tiene que haber justicia anteriormente”. Nosotros debemos actuar de la forma correcta, no podemos actuar como ellos porque si actuamos como ellos nos vamos a convertir en ellos y vamos a volver al mismo círculo vicioso que nos pone en la situación en la que estamos ahorita.

(También puede escuchar el audio aquí La Prensa de Nicaragua)




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