El Foro Económico Mundial de Davos en Suiza, tiene la particularidad de servir como una incubadora de ideas y aceleradora de tendencias, para que los líderes empresariales, los políticos, los académicos y algunas privilegiadas organizaciones de la sociedad civil, puedan debatir, entre chocolate caliente y botanas, el futuro de la humanidad.
Davos acostumbra a tener un “infante terrible” que provoque la conversación sobre los grandes temas que afligen a la humanidad. Uno de los candidatos a ese título este año ha sido el izquierdista presidente de Colombia Gustavo Petro. Su discurso en el evento, del 18 de enero pasado, planteó dos dilemas fundamentales del momento actual.
La perspectiva de Petro
La mayoría de los Estados de América Latina llevan puesta la camiseta roja, pero ese color no significa lo mismo para los distintos líderes de la región. Hasta el momento, el mandatario colombiano Gustavo Petro ha demostrado mayor sensatez que sus colegas del norte y del sur.
En su discurso en Davos, Petro emplazó a los grandes líderes empresariales del mundo a entender que el capitalismo: “acabará con la humanidad o la humanidad lo enterrará para poder seguir viviendo”. Petro no propuso eliminar este sistema económico, sino convertirlo en un “capitalismo descarbonizado”.
Con esta referencia Petro buscó establecer un puente hacia la construcción de una nueva agenda económica, política y social, a nivel internacional. El mandatario colombiano señaló una grave debilidad del Derecho Internacional Ambiental de la siguiente forma: “El capitalismo descarbonizado tendría que hacer que los tratados de la OMC, Organización mundial del Comercio y el FMI, Fondo Monetario Internacional, se supediten a los acuerdos climáticos”. Petro enfatizó el contraste que existe cuando: “un tratado de libre comercio sí es vinculante y las decisiones para salvar a la humanidad en el planeta no”.
El canje de deuda
La deuda externa de Colombia fue calculada, en octubre del año pasado por el Banco de la República, en 176 mil 98 millones de dólares, un poco más del 50% del producto interno bruto del país sudamericano. Desde su campaña presidencial, en su discurso inaugural, así como en el mensaje que leyó en la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre pasado, el presidente Petro ha propuesto un megacanje de deuda externa de Colombia a cambio de protección climática, es decir, un pago por los servicios ambientales que las selvas, bosques, páramos, manglares y arrecifes de coral colombianos, hacen por el mundo.
La propuesta no es utópica, ya que a finales de la década de 1980 y principios de la de 1990, se efectuaron una multiplicidad de canjes de deudas por naturaleza en América Latina, incluyendo países como Bolivia, Costa Rica y Panamá. Más recientemente, Belice se ha sumado a esta lista. La propuesta de Petro se constituye en un mecanismo más eficaz que lo establecido en los pactos climáticos multilaterales, cuyos fondos para atender las necesidades de los países más vulnerables están atorados en burocracia y desinterés de los países desarrollados.
En su discurso Petro afirmó que: “El capitalismo descarbonizado tendría que prever que el inmenso plan de la descarbonización implica profundas reformas al sistema financiero mundial que permitan cambiar deuda por clima, de tal manera que las naciones puedan financiar los costos de la adaptación y, sobre todo, los de la mitigación a través de la reducción de su deuda”.
La adaptación que menciona Petro es un concepto que se deriva de los acuerdos climáticos y se refiere a la capacidad de los países de enfrentar desastres “naturales” y los impactos más graves del cambio climático. A su vez, la mitigación hace relación a la capacidad de los países de reducir su contaminación de gases de efecto invernadero, ya sea transformando sus tecnologías de generación de energía, producción industrial o transporte, y compensando su contaminación con medidas como la reforestación.
Aunque Petro no ha esbozado su plan en detalle, el canje de deuda por cambio por clima, o como pago por servicios ambientales, podría funcionar por medio de un pago proporcional que hicieran los países que históricamente más contaminación han producido (Estados Unidos, China, Alemania, Japón…), y de esta forma se reduciría el peso de la deuda externa. Aunque esta solución parece ser la más apropiada, es la menos política ya que los principales países desarrollados han querido evitar su responsabilidad sobre este tema.
Otra forma de financiar el canje de deuda sería imponiéndole un impuesto global a la venta y exportación de petróleo y sus derivados, que junto a una tasa sobre las transacciones financieras internacionales, podrían generar suficientes fondos para que alguna agencia de las Naciones Unidas comprara una parte importante de las deudas externas de los países dispuestos a cumplir con sus obligaciones ambientales.
Una tercera vía para este mecanismo podría ser la reconversión de una parte de los títulos de la deuda externa de un país en bonos de carbono, es decir, créditos por el ahorro en la contaminación que provoca el cambio climático. Al reconvertir un instrumento financiero, la deuda externa, en otro de igual naturaleza, en crédito de carbono, este tipo de transacción pudiera ser la solución más fácil. Así, las empresas obligadas a mitigar su contaminación, causante del cambio climático, tendrían que comprar una parte de los créditos de carbono provenientes de los reconvertidos de la deuda externa de países que se comprometen a cumplir con sus obligaciones ambientales.
La oportunidad para Panamá
Este discurso del presidente Petro, aunque no parezca así, le abre muchas oportunidades a Panamá. Por un lado, la comunidad financiera internacional se ha manifestado muy escéptica con Petro, y una propuesta como la presentada por el mandatario no es tan fácil de digerir. Por otro lado, el tamaño de la deuda pública colombiana, casi cuatro veces la panameña, hace muy compleja esa transacción. Además, Panamá tiene importantes ventajas por encima de nuestros vecinos del sur.
La primera ventaja de Panamá es que es una de las tres naciones en el mundo calificadas como “sumidero neto”, es decir Panamá es carbono negativo, o en otras palabras, es un país que produce mucho más aire limpio que los que produce como contaminantes causantes del cambio climático. Solo Bután en Asia, y Surinam en América del Sur, comparten esta cualidad.
La segunda ventaja panameña es que la descarbonización aquí se puede hacer muy rápido. Aparte de la mina de cobre, las plantas de generación eléctrica en base a hidrocarburos, la producción de cemento, los ingenios azucareros, y gran parte del transporte público y privado, el país no tiene mayores fuentes de producción de contaminantes climáticos. En otras palabras, llevar a Panamá hacia un capitalismo descarbonizado puede ser rápido y barato.
La crisis de la seguridad social y el enorme tamaño de la deuda pública obligan a Panamá a actuar creativamente. Cuando termine este gobierno, el monto de la deuda se aproximará a 50 mil millones de dólares, cuyo servicio en un mundo con altos intereses bancarios, puede convertirse en el desembolso de un 20% o más del presupuesto general del Estado. Esto significa que no habría capacidad para la inversión pública, ni para enfrentar el problema financiero del Fondo de Invalidez, Vejez y Muerte. El canje de deuda por cambio clima, o como pago por los servicios ambientales que le da Panamá al mundo, sería una forma de liberar fondos para atender la seguridad social, cumplir con las obligaciones ambientales del país, y promover un programa responsable de inversión pública que fomente el desarrollo sostenible y el crecimiento sostenido de la economía.
La propuesta de Petro le ha abierto la puerta a que países con gobiernos menos controversiales, puedan aprovechar un mecanismo financiero para darle sostenibilidad a sus economías y a sus ecosistemas.