La ira recorre Estados Unidos (EU). Cada minuto se expande. Se refleja en las calles, en las plazas, frente a monumentos, en los comercios, en los portales de emblemáticas instituciones.
La protesta callejera se toma el país que gobierna Donald Trump por un incidente racista y de abuso de autoridad: el lunes 25 de mayo un policía blanco asfixió a George Floyd, un afroestadounidense de 46 años. La imagen se hizo viral: Derek Chauvin, el policía, clava su rodilla en el cuello de Floyd durante ocho minutos. El hombre negro se queda sin aire. Muere.
Un comunicado de la policía de EU, explicó que Floyd mostró resistencia cuando le solicitaron que saliera de su vehículo.
La rabia comenzó en Minneapolis, Minnesota, la ciudad donde ocurrió el incidente. Desde ese entonces la indignación colectiva se ha esparcido por más de 50 ciudades.
El toque de queda decretado para detener los disturbios ha dado pocos resultados. En Washington, cuna del poder, ocurrió lo impensable: Trump fue trasladado al búnker de la Casa Blanca en momentos en que centenares de estadounidenses protestaban en los alrededores, tiraban piedras, y quemaban banderas.
En medio del caos, la Casa Blanca apagó sus luces, un hecho que de acuerdo a Los Angeles Times es una de las mayores situaciones de alerta desde el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001. La última vez que la histórica residencia de los presidentes de EU apagó sus luces fue en 1889.
‘No queremos que se mueran’
"Tenemos hijos negros, hermanos negros, amigos negros, no queremos que mueran. Estamos cansados de que esto se repita, esta generación no se dejará arrasar. Estamos hartos de la opresión", dijo a la agencia AFP Muna Abdi, una mujer negra de 31 años.
El caso de Floyd es uno de cientos de episodios de violencia racista cometidos por las fuerzas de seguridad en Estados Unidos. Un hecho similar ocurrió en 2014, cuando Eric Garner murió en Nueva York.
En esa ocasión, el agente Daniel Pantaleo usó una maniobra de asfixia, prohibida por la policía de Nueva York, pese a que el hombre de 43 años le repitiera varias veces que no podía respirar. De esta situación trascendió el movimiento ‘Black Lives Matter’ (‘Las vidas negras importan’), que denuncia la violencia policial contra la comunidad afroamericana.
La calle arde
Ahora, y tras la muerte de Floyd, la violencia se apoderó de ciudades como Nueva York, Filadelfia, Dallas, Las Vegas, Seattle, Des Moines, Memphis, Los Ángeles, Atlanta, Miami, Portland, Chicago y la capital. Comercio saqueados, autos en llama, carreteras bloqueadas. Agentes policiales responden con gases lacrimógenos y en algunos casos con balas de goma.
El presidente Trump, que afronta los desórdenes civiles más importantes de su mandato mientras el país se ve severamente afectado por la pandemia de la Covid-19, prometió "frenar la violencia colectiva" y denunció a los "extremistas de izquierda radicales", en particular al movimiento "Antifa" (antifascista), al cual incluirá en la lista de organizaciones terroristas.
Pero Mark Bray, autor del libro "El antifascismo", advirtió que no es cierto que la mayoría de las personas involucradas en estas protestas o actos de destrucción de propiedad se identifiquen como Antifa o antifascistas. "No hay pruebas para sostener esto".
Los analistas hablan de un intento de Trump por deslegitimar el movimiento y de poner más sal a la herida.
La alcaldesa de Atlanta, Keisha Lance Bottoms, comparó en numerosas oportunidades la actual situación con los enfrentamientos de Charlottesville, donde choques entre supremacistas blancos y antifascistas causaron un muerto y decenas de heridos en agosto de 2017. Trump comentó entonces que había "gente muy bien" de ambos lados.
“El presidente agrava las cosas”, dijo la alcaldesa a la cadena CBS.
Trump “debe unir a nuestro país (...), no atizar el fuego”, dijo a su vez Nancy Pelosi, la presidenta demócrata de la Cámara de Representantes, a ABC.
Covid-19
Todo esto ocurre en el marco del mayor confinamiento en un siglo, con gran parte de la población en aislamiento desde hace más de dos meses.
"Hay tantas cosas que hacen que Estados Unidos sea inflamable en este momento", destacó la escritora Michelle Goldberg en una columna en el New York Times. "Un desempleo masivo, una pandemia que ha puesto al desnudo las desigualdades mortales en acceso a la salud y en el plano económico", enumeró.
“Adolescentes sin mucha ocupación, violencia policial, extremistas de derecha que sueñan con una segunda guerra civil y un presidente siempre listo a arrojar gasolina sobre cada fuego”.