Hierros retorcidos, agujeros de balas en puertas y paredes, vidrios esparcidos por doquier, televisores destrozados, casas quemadas, rastros de sangre en el piso. Un olor repulsivo. Un olor a descomposición y amoniaco se expande como testigo incómodo y silente de una escena atroz.
En el respaldo de un desvencijado sillón rojo, alguien ha colocado fotografías de una familia que vivió en este escenario de horror: Kfir Bibas, de 10 meses de edad; Ariel Bibas, de 4 años; Yarden Bibas, de 34 años; y Shiri Bibas, de 32 años, cada uno con un cartel que dice: “Bring him home now” (Tráelo a casa ahora).
Es lo que queda de las casas de la granja agrícola Nir Oz, en el sur de Israel, cerradas tras cuatro meses de la llamada masacre del 7 de octubre de 2023, cuando milicianos del grupo extremista Hamás entraron en Israel, mataron al menos a 1,200 personas y secuestraron a otras 240. Afuera, se escuchan los retumbos de la guerra a un par de kilómetros de Gaza, con su saldo de más muerte y dolor. Si suena una alarma de misil en curso, tengo 14 segundos para buscar refugio.
Nir Oz, que significa “pradera de fuerza”, fue uno de los primeros kibutzim fundados por Israel en el desierto en 1955, siete años después de que David Ben-Gurión proclamara la independencia de Israel en el territorio asignado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en su Plan de Partición de Palestina en un estado árabe y uno judío.
Allí residían unas 400 personas. Una cuarta parte de sus habitantes fue víctima de Hamás: 49 asesinados y 67 secuestrados.
Dentro de Gaza permanecen como rehenes 134 personas, incluyendo 31 que se presume están muertas; además de cuatro cautivos que Hamás mantenía desde hace años en el enclave, entre los cuales están los cadáveres de dos soldados. El resto de los secuestrados fue liberado a cambio de 240 prisioneros palestinos en noviembre de 2023.
‘¡Hay un bebé allá!’
Con lágrimas en los ojos, a veces gritando y entonando canciones, los familiares de los secuestrados demandan respuestas. Cada sábado se reúnen en el Plaza de los Secuestrados, ubicada frente al Ministerio de Defensa en Tel Aviv. Ponen música, expresan sus quejas y venden diversos recuerdos de la masacre del 7 de octubre, todos con un diseño que muestra un corazón roto y la frase omnipresente: “Tráiganlos a casa ahora”.

Yifat Zailer, prima de Shiri Bibas, guarda consigo una fotografía de su prima y sus dos hijos con expresiones de pavor en el momento del secuestro en Nir Oz. Entre sollozos, expresa: “No quiero que esta imagen sea mi último recuerdo de ellos. Llevo cuatro meses gritando: “por favor, hay un bebé allá”. Sabe lo que sufre una madre, porque tiene un bebé de la misma edad de Kfir.
La información más reciente sobre este caso fue divulgada por las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), que publicó el 19 de febrero un video de una cámara de seguridad en Gaza del día del secuestro. Se muestra a la madre y sus hijos rodeados por terroristas armados, siendo cubiertos por un trapo en la ciudad gazatí de Khan Younis, a tan solo 10 kilómetros de Nir Oz.
Kfir es el rehén más joven que se cree sigue en Gaza. Fue secuestrado junto a su hermano Ariel y su madre, mientras que el padre, Yarden, fue raptado por separado y también llevado al enclave. Los padres de Shiri, Yossi y Margit Silberman, no sobrevivieron al ataque. Aunque Hamás afirmó que Shiri, Kfir y Ariel fallecieron en un bombardeo israelí −como ya ocurrió con tres rehenes− Zailer mantiene la esperanza de que puedan seguir con vida dentro de algún túnel de la extensa red construida por los terroristas.
Informes de inteligencia israelí han detallado la existencia de una red de hasta 700 kilómetros de túneles en un territorio que en su punto más largo solo alcanza unos 40 kilómetros. Una ciudad subterránea de varios niveles en la que la población civil vive arriba, recibe las bombas y los milicianos se ocultan a varios metros bajo tierra.
En la mañana del sábado 7 de octubre, sabbat o día sagrado para los judíos, Hamás lanzó alrededor de 3 mil misiles sobre territorio israelí, mientras que unos 2 mil milicianos −en motos, camionetas, equipo pesado y parapentes− se volaron la barrera de seguridad y atacaron una veintena de lugares. La Operación Inundación de Al-Aqsa estaba en marcha.
Dicen que es probablemente la mayor matanza de judíos en un solo día y que es la masacre más documentada de la historia. Videos, audios y fotografías se tomaron las redes sociales. Se obtuvieron de las cámaras GoPro de los terroristas, de los puestos de vigilancia, de los kibutzim y de vehículos de los ciudadanos asesinados.
La masacre
Ahora, en un intento por dar a conocer el dolor, el gobierno israelí muestra este material de forma controlada a quienes quieran conocerlo. Son 48 minutos titulados La Masacre de Hamás. Terror de principio a fin capaz de quebrar corazones de mármol.
Un rottweiler, sorprendido por el ingreso de extraños al kibutzim, ladra e intenta hacer frente al peligro que se viste de camuflaje. Otra mascota, esta vez una especie de “Firulalis”, corre la misma suerte. Son las primeras víctimas de las metrallas. Solo es el principio. Bazuca en mano, los terroristas gritan, tumban puertas, lanzan granadas, vandalizan y queman casas. Matan hombres, mujeres y niños.

Algunos entran a sus refugios, pero estos lugares, sellados con hormigón para resistir ataques de misiles, no están diseñados para este tipo de ataques. Por las ventanas lanzan granadas. Humo, fuego y gritos de agonía y terror. Es el infierno mismo.
Sin sospechar del mar de sangre que se les viene encima, en Reim, cerca de la frontera, 3,800 jóvenes bailan y cantan en el festival Nova. Se escuchan misiles, ráfagas de plomo, motos, ruidos. No son fuegos artificiales. Los recién llegados empiezan a disparar a quemarropa contra la multitud. Intentan acorralarlos en medio de la confusión. Hacen retenes en las calles y allí van matando a todo el que pasa.
Los cadáveres se amontonan a ambos lados de la vía o debajo de las llantas de los carros, mientras los vehículos con los conductores asesinados chocan entre sí. El que se baja de su carro es acribillado o es apresado, metido en una camioneta y llevado a Gaza, donde cientos de personas celebran el hecho como algo heroico. Una carnicería en un encuentro de fraternidad y celebración: 402 asesinados y 40 fueron secuestrados.
Un soldado decapitado, un conductor sacado a empujones de su carro y degollado, y un vecino del kibutz Beeri asesinado con metralla cuando intentaba abrir una verja.
En el kibutz Netiv Haasara, un padre, su esposa y sus dos hijos preadolescentes intentan ponerse a salvo. Tras un ataque con una granada, el hombre cae mientras protege a su familia en la puerta de un refugio antiaéreo. Los niños, aturdidos, se van a la cocina. “Papá, papá, está muerto”, dice el más pequeño. Al fondo se ve cómo se llevan a su madre. Tiemblan, ni llorar pueden, intentan curarse las heridas entre sí con un poco de agua. A su lado, un terrorista que los vigila, con fusil en mano, abre la nevera, saca una coca-cola la bebe directamente de la botella. Nada lo conmueve.

Odio y barbarie
La ola de violencia, destrucción, sufrimiento y desesperación se expande. No hay dios, ley ni ejército. Algunos pelean, pero están en absoluta desventaja. “¡Alá es Grande, Alá es Grande! ¡Alabado sea Dios!”, gritan victoriosos con sus armas en alto mientras llenan las camionetas de cuerpos de jóvenes heridos o moribundos. Una escena del celular de un miliciano muestra el cuerpo inerte de una mujer sin ropa interior y con las piernas abiertas.
El audio de la conversación entre un joven palestino y su familia corta el aliento: “Hola, papá... Abre el Whatsapp y verás a quiénes hemos matado. ¡Mira a cuántos he matado con mis propias manos! Tu hijo ha matado judíos”.
El padre responde: “Que Alá te proteja”. El hijo continúa detallando sus acciones, incluyendo el asesinato de una pareja judía y el orgullo de haber acabado con diez vidas. La conversación con su madre y hermano refleja el mismo horror, con su madre alentándole a seguir matando.
¿Cómo puede un ser humano hacer esto? Más allá del adoctrinamiento o de una interpretación extremista de un credo, hay un dato a tener en cuenta: casi todos los milicianos abatidos tenían rastros de drogas en su cuerpo, explica la doctora Diana Bolívar Valverde, una neurocirujana panameña que trabaja en el Centro Médico Sheba–Tel HaShomer, donde atienden a heridos, especialmente del ejército. Bolívar, con cuatro años en Israel, comenta que en sus 34 años de vida no había presenciado estos niveles de barbarie, ni siquiera en la película más sangrienta.
Un testimonio similar lo ofrece el médico Ricardo Nachman, del Instituto Forense de Israel, quien afirma que en sus 28 años como forense jamás había visto tantos métodos de aniquilamiento masivo: fusiles con municiones que atraviesan motores de autos, bazucas, cuchillos, machetes, azadones, granadas, cremación de personas...
“Jamás me había expuesto a algo así con estos niveles de sadismo, nunca, corrijo por las similitudes que rememora esta palabra, nunca, nunca”.

Hamás anuncia la muerte de otros siete rehenes
Hamás reportó el 1 de marzo la muerte de otros siete rehenes “en bombardeos israelíes”, un anuncio que aumenta la presión sobre Israel para alcanzar una tregua después de que las conversaciones de esta semana en París y Doha se hayan estancado. Entre los fallecidos estarían los ancianos israelíes Haim Peri, Yoram Itak Metzger y Amiram Cooper. Según Hamás van más de 30 mil muertos gazatíes desde que empezó la guerra el 8 de octubre de 2023, pero Israel pone en duda esta cifra, porque no ha sido verificada por ningún organismo independiente. Además, recuerda que Hamás usa a los civiles como escudos humanos.