El 28 de noviembre de 2023 encierra, en su trascendencia, un racimo de símbolos que los panameños habían perdido y que hoy, como una asombrosa oportunidad, pueden volver a recuperar para forjar el sentido y esperanza del ser panameño. Estos símbolos los podemos percibir desde palabras clave como patria, justicia, pueblo, gobierno, cultura, naturaleza, educación, ética y política. A simple vista, parecen sólo palabras aisladas, porque hemos también perdido el sentido y poder de las palabras.
La palabra patria registra trascendencia histórica y se relaciona estrechamente con la casa. La casa es la patria, por lo tanto, se ama, respeta y se honra la casa. Todos deben vivir en equidad y con la igual calidad de vida en una casa. Los panameños, en su mayoría, defendieron su casa común y rescataron otra palabra importante que es la soberanía. Hubo un tiempo en que algunos afirmaban que de soberanía no se come; tal vez volvamos a confrontar esta idea, sin embargo, un país no puede reafirmar sus valores de patriotismo si está colonizado de cualquier forma; por eso se hablaba de contrato leonino.
La palabra justicia recuperó la credibilidad por la institución que debe velar por ella: el Órgano Judicial. La justicia es una de las palabras más susceptibles y vulnerables. Sin ella es imposible hablar de desarrollo integral. Históricamente, se han registrado varios momentos en nuestra vida republicana donde los panameños han reclamado justicia y los tiempos recientes han servido para que los panameños reivindiquen la palabra justicia que ha encajado con algo que escribió José Martí: “La victoria no está sólo en la justicia, sino en el momento y modo de pedirla; no en la suma de armas en la mano, sino en el número de estrellas en la mente”. Por eso esta palabra fortalece a otra: cultura.
Aquí cabe otra reflexión que Martí nos dejó: “En pueblos compuestos de elementos cultos e incultos, los incultos gobernarán, por su hábito de agredir y resolver las dudas con su mano, allí donde los cultos no aprendan el arte del gobierno”. Cuando un pueblo ignora los elementos y componentes que lo conforman deja que la ignorancia lo gobierne. Estos días sirvieron para que los panameños reflexionaran y gestionaran formas de conocimiento desde distintos sectores vinculando ideas y pensamientos. Ahora sería pertinente que la cultura de los panameños también sirva para vernos en el espejo y cuidar la imagen del pueblo.
El pueblo es otra palabra clave. “Un pueblo unido jamás será vencido”, fue la consigna imperante que se usó para apretar un solo puño. Pero el pueblo panameño también está enfermo y su malestar solo desaparecerá cuando nos despojemos del juega vivo y otros males que son aprovechados por el político corrupto. Otra dolencia es el desconocimiento de lo que realmente importa, que va más allá de las necesidades materiales. Hemos sepultado los factores éticos que nos ayudaban a ser sinceros y solidarios entre nosotros. Tal vez la solidaridad es una noción que debe ir más allá de salir de las redes e ir a las calles. Debería de ser una constante en cada espacio que nos ayude a convivir mejor y definir lo que realmente necesita el país.
La palabra gobierno está ahora sobre la mesa y está casada con la política. La política es el espacio donde se logran consensos para tomar decisiones. La política es el arte de conseguir el bienestar social, dice José Ramón Ayllón, pero esta meta obliga a preguntar qué tipo de sociedad queremos y qué régimen de gobierno será el más adecuado.
Los panameños tenemos la responsabilidad (siempre ha sido nuestra responsabilidad) de poner a gobernar a los políticos que tienen que velar por el bienestar, la paz social, la justicia, la igualdad y los derechos de todos. El mal político, añade Ramón Ayllón, es el que pone en primer lugar la preocupación por el poder. De allí la crisis de gobernanza que existe en el país, porque los objetivos del mal político no están acordes con las necesidades del pueblo. Otra vez Martí: “Y quien intenta gobernar, hágase digno del gobierno, porque si, ya en él, se le van las riendas de la mano, o de no saber qué hacer con ellas, enloquece, y las sacude como látigos sobre las espaldas de los gobernados”.
Me quedan tres palabras: ética, educación y naturaleza. Haré una breve reflexión de ellas desde una sola: educación. Creo que ha llegado el momento de que apostemos por una nueva educación que no se enfoque solo en la preparación técnica para un mercado laboral. Debemos también formar ciudadanos con una fuerte ética, que reconozcan sus derechos y con nociones de lo que es la buena política. Una educación que recupere el diálogo con la naturaleza, porque la responsabilidad de cuidar nuestro patrimonio natural comienza en la educación. La necesidad de una ética que enseñe a saber elegir entre lo malo y lo bueno en un mundo donde parece gobernar el mal.
El Acta de Independencia del Istmo de Panamá de 1821 dice en su primer numeral: “Panamá espontáneamente y conforme al voto general de los pueblos de su comprehensión, se declara libre e independiente del gobierno español”. Tal vez, metafóricamente, nos volvimos a independizar. Es posible, pero nuestros peores enemigos siguen todavía durmiendo en nuestra casa.
El autor es escritor