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7 de mayo de 1989

Hace unos años, Alberto Simpser, entonces profesor asociado de ciencia política, del Instituto Tecnológico Autónomo de México, comentaba que, con otros autores, “el amañamiento de las elecciones se entiende mejor como un medio para desmoralizar al oponente y no como casos en los que márgenes de victoria excesivos reflejan un esfuerzo por refutar la incertidumbre del que manipula sobre el resultado”.

En elecciones reñidas, cuando existe el privilegio de buenos candidatos, mucho menos frecuente que por la pobre calidad de los argumentos y de los candidatos, sí se hace necesario, para engañar a la población, aumentar los márgenes de victoria, incluso, crear márgenes de victoria inexistentes y demostrar una fuerza, que tampoco existe. No nos es extraño recordar la relación inversamente proporcional del resultado de la última estadística de preferencia del voto popular y el nocturno resultado de las elecciones; o, las caravanas de buses hartos de personas con solo desayuno y 5 dólares en el bolsillo, unas veces inundando calles y parques y otras veces detenidas en el camino hacia su destino predeterminado.

Sus comentarios los hacía hace 5 años, en el 2019, sobre el libro How to Rig an Election. Para estos autores, existen varias categorías para amañar las elecciones: (1) la manipulación de la información, las estadísticas y los resultados, (2) la compra de votos, (3) la represión gubernamental, (4) el robo de la elección por medios electrónicos, (5) la divulgación de información falsa por las redes sociales, (6) el descrédito a los medios de comunicación, (7) el uso de urnas previamente llenas con votos aún no depositados, y (8) el engaño y burla a los observadores internacionales.

Para quienes hemos vivido más tiempo, allí faltó, y seguro que tampoco faltaba en el resto de Latinoamérica, Asia y el África, el asalto a mano armada de los centros de votación y el asesinato del adversario político, el asesinato impune. Aunque los métodos puedan haber cambiado en algunos lugares, el espíritu de corrupción que considera válido robarse las elecciones y burlar la voluntad de los electores sigue presente, incluso en la Europa civilizada, que aún arrastra la sombra de siglos de guerras. Nos recuerda Simpser, cómo las autoridades de St. Petersburg, en las elecciones para alcalde de 1988, las autoridades favorables a la derrota del candidato de oposición Oleg Sergeyev, reclutaron 2 otras personas con el mismo nombre de Oleg Sergeyev para que compitieran por el mismo cargo. Algo así como tener 3 candidatos del mismo partido, o dos. O, cómo el primer ministro de Ukrania, Viktor Yanukovych, entregó plumas con tinta que se borraba, para ser usadas en las papeletas, donde marcar al candidato de las preferencias.

La compra de votos no es solo el día de las elecciones, en el tumulto de votantes traídos como ganado en transportes canallas por el hacinamiento y el engaño, frente a todo el mundo, incluso frente a las autoridades electorales –que “son tú mismo”- sino también mucho antes, con partidas circuitales a los consentidos del gobierno, con los repartos paralelos a los mismos y otra vez. Coincidencia delatora, con la apertura del período de elecciones. Es compra de votos cuando las de la subvención de los partidos políticos son sumas escandalosas de dineros de los ciudadanos con cargas impositivas, acción legalizada para sufragar gastos no supervisados ni confirmados, sin huellas digitales de los delitos electorales.

Los partidos políticos se deben sufragar sus propios gastos porque sus cuotas les darían suficientes dineros, entre mayores son sus membresías. También se compran votos cuando durante el tiempo electoral se aumentan los salarios a los empleados públicos, se ofrecen mejores jubilaciones, semanas de menos días de trabajo, días de trabajo con menos horas, se da estabilidad laboral a los funcionarios del gobierno con solo la consideración del tiempo de trabajo y la membresía partidaria.

Por todo esto, son necesarias comisiones electorales independientes y confiables, como también, la tabulación paralela y simultánea de votantes y de votos. Sin la honradez del gobernante, la digitalización del voto no solo permite el temprano reconocimiento de los ganadores, sino que antes, el control de los votos de parte de quien controla las computadoras. Por ejemplo, un voto al candidato L salta por la gracia de pulsos de luz o por fotones, con la velocidad de la luz o la magia de la computación óptica, al candidato C. La presencia de organizaciones internacionales como observadores solo es válida en la medida que no se les limitan su número y desplazamientos y se les asegura presencia en los sitios donde el fraude es predecible, y contactos con quienes denuncian los fraudes.

Alberto Simpser sugiere que en aquellas elecciones donde el mandamás autoritario busca protegerse de cárcel y linchamientos, se debiera ofrecerle amnistía. No comulgo con ese tipo de medida que solo garantiza una transitoria solución y no una, ejemplar. Sin embargo, es una consideración en circunstancias particulares. Aquí, falló con Noriega. Para mí es preferible no reconocer el resultado de las elecciones y apoyar a la oposición, si es una democrática. No quiero imaginar una amnistía para Maduro o para Ortega. Ese tipo de propuesta solo puede venir de quien no ha sufrido las arbitrariedades y burlas de tales gobernantes, de parte de quien conoce los hechos sentados en una poltrona cómoda frente a un televisor con pantalla de cine.

La trampa electoral solo se puede desmantelar con un pueblo harto de los desmanes y arbitrariedades de sus gobernantes, ahogándolos en votos, como hicimos el 7 de mayo de 1989.

El autor es médico pediatra y neonatólogo.


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