Tres personajes contribuyeron a la teoría del desarrollo moral: Inmanuel Kant, Jean Piaget y Lawrence Kohlberg. Es preciso fundamentarnos en dos conceptos que yacen en común: la autonomía y la heteronomía. Nomos (son leyes de orden social, normas), a diferencia de las leyes naturales. Aquellas buscan la convivencia social que permita la edificación del Estado. Entonces, hablar de autonomía moral es referirnos al desarrollo de normas personales basadas en nuestra razón práctica y que se guíen por criterios altruistas. A diferencia de esta, la heteronomía moral se centra en el temor a la autoridad, la búsqueda de aceptación social o en el egocentrismo. Esto es común en el desarrollo infantil, donde el niño reconoce conceptos bipolares de bueno/malo desde la asociación del castigo/recompensa, o desde la aprobación/desaprobación de la madre o el padre.
Ahora bien, que un adulto con un juicio crítico conservado, en pleno goce de sus facultades volitivas e intelectivas, actúe por temor a la autoridad, por evitar un supuesto castigo o por esperar aprobación, es aproximarnos al concepto de inmadurez moral. Es menos acertado comprenderlo desde la psicología o desde la filosofía (ética), solamente. En cambio, existe una nueva rama de la filosofía que une ambas: la neuroética. Se ha comprobado desde estudios neurofisiológicos que mucho de la conducta moral asociada a juicios de valor ético, incluso estéticos, se relacionan con la actividad de ciertas áreas cerebrales. Entonces, la “educación en valores” no implica imponer las consideraciones sobre lo justo/injusto, lo bueno/malo, lo bello/feo en una persona; más bien permite las herramientas argumentativas para que la persona pueda construir su esquema valorativo y poder funcionar como un adulto autónomo que se dice a sí mismo: “Obra como si por medio de tus máximas fueras siempre un miembro legislador en un reino universal de los fines”. (Kant, Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres).
El autor es médico y bioeticista