Según el DRAE, estadista es una persona con gran saber y experiencia en los asuntos del Estado. Es tan escueta la definición que parece fácil que algún candidato cubra las expectativas del diccionario pero no: no hay nadie.
Y si nos ponemos a pensar en las biografías de grandes estadistas, entonces solo nos queda el lloro y el crujir de dientes.
Un estadista no reparte bolsas de comida y un ciudadano de bien no las recibe. Es duro tener necesidad, pero es peor arrastrarse sin dignidad ante un político que pretende comprarnos. Si no construimos una nueva conciencia ciudadana los políticos corruptos gobernarán siempre. Deberían pudrirse todas esas bolsas indignas para que huelan de verdad el estado de su política.
Viejas vergüenzas de la política nacional pretenden volver a la presidencia, fíjense si está mal la cosa. Dice uno de ellos que nos pondrá entre los países desarrollados. No lo hizo entonces, pero ahora sí. Y todavía habrá quien coma del cuento y le vote. “A los cojos sigue el toro”, dice el refranero, así que, cuidado.
Qué decir de la comedia bufa de las tres aspirantes a la presidencia, una trinidad de opacidad y prepotencia, en la Asamblea Nacional hace unas semanas. Una que llora por no poder hablar, otra que se ríe con mueca descarada y la prepotente presidenta (que menos mal que se queda fuera de la carrera), que ordena y manda y cierra a cal y canto para que no se les vea lo corrupto a los “honorables”. Estadistas, ninguna.
Si no nos hablan claro de una renovación de la salud, la educación y la seguridad, no nos están hablando más que de paja. No nos dejemos engañar en esta carrera: tanto precandidato solo demuestra que los partidos (y los independientes) no tienen una idea clara de Estado pero sí del estado del negocio, ese que nuestra desidia les ha servido en bandeja de plata desde hace tiempo.
El autor es escritor