Algunas personas piden que regrese la pasada administración; entonces, ¿para qué votaron por la actual? Ahora nadie votó por el gobierno que tenemos. El clásico y retrógrado “juega vivo” panameño. Algo que debería avergonzarnos, como orinar o tirar basura en la calle. La semilla del tercer mundo germinando en nuestra mente de nuevo.
“El otro robaba pero hacía; este no hace”, dicen. Siguiendo dicho enfoque, tan amplio, las próximas elecciones deberíamos realizarlas con candidatos de La Joya. El mismo patrón racional de quienes dicen: “Voto por este, que por lo menos me da algo”. Aceptamos que nuestras autoridades roben, vendemos la democracia por bolsas de comida o materiales de construcción.
¿Y a los maestros les exigimos suma preparación por tan merecido aumento salarial? ¿Es hipocresía?
Esa actitud de “cambiar a uno para que otro resuelva” nos tiene como el perro correteándose la cola. Por ser Panamá un país de consumo y servicio, tendemos más a comprar que a reparar. Sin embargo, la conciencia democrática no se compra ni se vende, ni mucho menos la regalan en las elecciones cada cinco años. Se crea y fortalece mediante participación y exigencia social, no solo por retribuciones monetarias, sino para luchar contra la injusticia, la corrupción, mejorar los servicios públicos, calidad de vida, etc. Pero nuestra comodidad nos impide actuar más allá de un comentario en las redes sociales, donde, dicho sea de paso, podemos ser revolucionarios y patriotas ocultándonos.
No podemos enfocar la política bajo la óptica pasional de un enamorado con baja autoestima, siendo infiel a sí mismo y cambiando de pareja por despecho. Peor que votar por un fraude, es saberlo y permitir que lo siga siendo. Y aun mucho peor es repetirlo. Todo pueblo que se respete a sí mismo sabrá darse a respetar. Pero, tristemente, en Panamá las clases de aeróbicos o los videojuegos del momento tienen mayor poder de convocatoria que los males nacionales.
Si el continuismo hubiera ganado las elecciones, para mantener el crecimiento especulativo, la deuda externa hubiera crecido al cuádruple. Cabría preguntarse si muchos de los hoy condenados por corrupción, seguirían libres, llenándose aun más de dinero, en oficinas lujosas, rodeados de privilegios. Así de pronto, nos llegaría un día en que amaneceríamos a medio progreso, pero en absoluta quiebra (como en Grecia), aún más repletos de extranjeros, tratando de aprobar un plebiscito para cambiar la legislación e intervenir el Canal. Y quizás, hasta sin enterarnos de la danza de millones, de los sobrecostos, de los proyectos fantasmas, ni la red delincuencial.
Yo critico a este gobierno más por torpe que por lento. Torpe con la administración de justicia, torpe por no manejar con carácter firme la migración descontrolada de extranjeros y todo lo demás. Los panameños hemos sido tradicionalmente lentos, exceptuando la sicodelia acelerada de la pasada administración. Para detener la carrera autodestructiva en que sumieron al país, fue preciso desacelerar y cambiar de rumbo. La construcción, por ser la actividad más aventajada del crecimiento especulativo, disminuyó, pero ni así se ha detenido. Léase, todavía no hay pie para hablar de tal caos, crisis o estancamiento.
Si queremos que Panamá cambie, necesitamos analizar las cosas desde su óptica real, ser más honestos, exigentes y participativos. No aceptar, por apatía bochinchosa y maledicente, la maldad en su pura esencia como lo mejor a lo que podemos aspirar, dado que la delincuencia no dejará de serlo, aunque la forremos con dinero y cemento.