El café panameño vive su mejor momento. En julio de este año, una empresa japonesa pagó $1,029 por la libra del café Elida Estate Geisha Green Tip que es producido por la familia Lamastus en Boquete. Este mismo café rompió su propio récord establecido el año pasado de $803 por libra.
Esta bonanza en el café panameño era inimaginable hace unos 15 o 20 años. El café tradicional panameño había sido desplazado del mercado por la producción de países como Vietnam y Brasil. Las grandes extensiones de terreno y la mano de obra menos costosa de aquellos países hacían menos competitivo al café istmeño. Sin embargo, un grupo de cafetaleros panameños supo que, para mantenerse competitivos ante una nueva realidad, tenían que cambiar su estrategia y así lograron establecerse en el importante nicho de café de especialidad.
El éxito de los cafetaleros —que, sin duda, fue producto de arduo trabajo— nos demuestra que, como panameños, somos capaces de adaptarnos al cambio. La pregunta es si existe la voluntad de hacerlo por parte de otros importantes actores de la economía.
Sacudidos por las constantes listas negras, por el escándalo Panama Papers, y por nuevas e innovadores plataformas bancarias, ¿puede la industria de servicios financieros y legales reinventarse como los cafetaleros? En medio de un decrecimiento del comercio entre China y Estados Unidos, junto con la amenaza de la apertura de una nueva ruta producto del deshielo en el Ártico, ¿podemos como país brindar servicios logísticos de valor agregado en nuestros puertos que diferencien a la ruta de Panamá? Con un mundo cada vez más conectado y con competencia de otros destinos, algunos lejanos en Asia y África, ¿puede Panamá seguir intentando competir como destino turístico sin ofrecer un producto diferenciado?
Ante este panorama disruptivo, nos toca como país realizar un análisis objetivo y autocrítico de nuestras fortalezas y debilidades. Esto no es tarea única del Estado, sino de todos los actores involucrados. Así como los cafetaleros se reinventaron y no se quedaron culpándose entre ellos o culpando a otros países por la pérdida de su mercado, tenemos la oportunidad de hacer lo mismo con otras industrias que son la piedra angular de nuestra economía. La triste alternativa es quedarnos simplemente perdiendo nuestras ventajas competitivas mientras otros países viven sus mejores momentos. Busquemos nuestras propias soluciones en lugar de culpar a factores externos de nuestras propias desgracias.
El autor es ciudadano