Nuestra generación tuvo la oportunidad de aprender de la naturaleza, porque el entorno estaba caracterizado por las fincas tomateras, donde aprendimos las labores propias de esa actividad agrícola, desde hacer los semilleros hasta la siembra y la cosecha. Usualmente nos mudábamos a las fincas los veranos, en un ambiente agradable cuando disfrutábamos de las brisas veraniegas, pero un poco hostil cuando caían las primeras lluvias, que nos anunciaban la entrada del invierno.
Esta experiencia era interesante, no había facilidades de energía eléctrica, pero disfrutábamos de una sana convivencia que nos hacía sentirnos felices. Lo más importante de todo aquello fue el aprendizaje que se generó de ese contacto con la naturaleza, aprendimos a nadar en los ríos, a montar a caballo, porque era un medio de transporte habitual para viajar al pueblo, a cocinar en fogones improvisados en el suelo, conocimientos adquiridos que han forjado nuestra personalidad.
Los jóvenes hoy en día no tienen esa opción. Las Colonias de Verano, programa destinado a que los jóvenes de la ciudad capital pudiesen tener la experiencia de convivir en la naturaleza. Ahora resulta que ya en el interior los jóvenes no tienen un entorno cultural que en los veranos les permita aprovechar el tiempo con programas destinados a su formación integral.
Registramos con beneplácito el proyecto “Granja y Eco Parque Agropecuaria Don Arcelio”, en Natá de los Caballeros, que les brinda a los jóvenes un programa didáctico dirigido a estudiantes de preescolar, escolar, educación media y superior, que les permite aprender de ese contacto con la naturaleza. Como estrategia didáctica, tener una percepción de primera mano de cómo ocurren los fenómenos que deseamos enseñar, es una metodología irreemplazable en el proceso de enseñanza aprendizaje.
Que los niños a temprana edad conozcan las bondades de la madre tierra, la función de cada uno de los animales en la granja, que puedan observar cómo se produce la leche y de otras actividades propias de las faenas agrícolas, constituyen una experiencia inolvidable, que comienzan a formar parte de sus mapas mentales que habrán de determinar su futuro.
Los niños que al llegar a la edad adolescente y no tengan las aptitudes para bañarse en un río o una playa, montar a caballo o de convivir en un ambiente rural, en primer lugar no pueden disfrutar de las bondades que nos ofrece la naturaleza, pero quizás lo más importante; se les dificulta el proceso de socialización y se genera un sentimiento de inseguridad, al no poder compartir con sus amigos propios de su edad.
Como parte del proyecto de jornada única que impulsa el Ministerio de Educación, sería interesante que a través de convenios se puedan utilizar estas instalaciones como formación complementaria para desarrollar aptitudes; y que los productores agrícolas, como parte de su responsabilidad social empresarial, tengan iniciativas similares donde se pueda insertar a los estudiantes de educación básica y media.
El autor es docente universitario