La desigualdad social sigue en aumento. En enero de 2018, la oenegé Oxfam International publicó un informe en el que afirma que la riqueza del mundo no solo sigue en manos de una pequeñísima minoría, sino que, el año pasado, la brecha entre los superricos y los pobres se agrandó. De hecho, 82% del dinero que se generó en el mundo en 2017 fue al 1% más rico de la población global, mientras que la mitad más pobre del planeta no vio ningún incremento en sus ganancias, afirma la organización.
Por su parte, en mayo de 2018, en La Habana, el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, destacó que pese a los beneficios que ha traído la globalización, como la gran cantidad de personas que han salido de la pobreza extrema, el fenómeno también ha provocado desigualdades que dificultan el acceso a sanidad, educación y justicia.
El secretario general destacó el efecto transformador de la tecnología en nuestras tareas cotidianas. “Debemos aprovechar el potencial de la cuarta revolución industrial, y protegernos, al mismo tiempo, de los riesgos que plantea. Este es probablemente el reto más difícil que vamos a tener en las dos próximas décadas”, destacó.
El titular de la ONU añadió que esta revolución ha de representar una fuente de bienestar y no un peligro capaz de producir consecuencias negativas para las sociedades y las economías. A su vez, destacó que es necesario redefinir el concepto de desarrollo, en especial en un entorno mundial “cada vez más complejo y multipolar”, especialmente en las regiones en transición y las naciones de ingresos medios como América Latina y el Caribe. “Necesitamos una economía mundial que beneficie a todos y cree oportunidades para todos. Necesitamos construir una globalización equitativa”, recordó.
Vivimos una paradoja. Disminuye la pobreza, pero aumenta la desigualdad social. En febrero de 2017, Efosa Ojomo, investigador del Instituto Clayton Christensen de la Universidad de Harvard publicó un artículo en The Guardian, bajo el título “En su obsesión por erradicar la pobreza es donde el desarrollo se ha equivocado”, en el cual argumenta que erradicar pobreza no es lo mismo que crear prosperidad y nuestras estrategias no crean desarrollo sostenible, pues están dirigidas a resolver el problema equivocado.
El profesor Ojomo sugiere que la sola asignación de recursos, ayudas y obras de infraestructura sin la implementación de procesos complementarios orientados a crear autonomía y empoderamiento económico, solo acentuará la dependencia de sus beneficiarios de la asistencia estatal en un futuro.
En lo que va de siglo Panamá quintuplicó su economía y creó unos 800 mil empleos, pero 40.8% de sus trabajadores es hoy informal, 600 mil personas (15% de sus habitantes) viven en asentamientos informales, 1 de cada 4 jóvenes de 15 a 29 años no trabaja ni estudia (ninis), en 2016, y, con el ingreso per cápita más alto de Latinoamérica, tiene la décima peor distribución del ingreso en el mundo.
Nuestro sistema educativo está sirviendo de plataforma para la perpetuación de las desigualdades. 56% de los estudiantes que comienza su educación premedia y media no la termina, en los últimos tres años 100 mil alumnos desertaron de la escuela, el 95% de los graduandos humildes busca trabajo y de aquellos que ingresan a la universidad solo el 20% se graduará.
Ronald Reagan solía decir: “el mejor programa social del mundo es un empleo”. La educación es la plataforma para la inclusión productiva de su población joven y la deserción escolar está sirviendo de instrumento para la perpetuación de las desigualdades. Más aún, la tecnología amenaza con agravarlas, si no actuamos.
El autor es asesor empresarial