Aunque la palabra no aparece en el Diccionario de la Lengua Española, es cada vez más utilizada en la ciencia política. De acuerdo con los profesores Cassani y Tomini (2019), el término se refiere al proceso mediante el cual un régimen político transita hacia la autocracia. Dicho tránsito trae como consecuencia un ejercicio más arbitrario y represivo del poder, junto con restricciones a la actividad opositora y a la participación en la selección de gobernantes.
Según estos y otros autores, terminada la “tercera ola de la democracia” (que inició en 1974), el mundo ha entrado en una fase de autocratización. El más reciente informe de Freedom House (2018) revela que desde 2005 el retroceso ha sido continuo: en cada uno de los doce años siguientes hasta 2017, el número de países que experimentaron repliegues democráticos superó la cantidad de países que tuvieron adelantos.
La autocratización, agregan los doctores Cassani y Tomini (2019), puede ocurrir como resultado de intervenciones militares, manipulaciones electorales, violaciones al ejercicio de los derechos políticos, restricciones al ejercicio de las libertades civiles y el debilitamiento del sistema de pesos y contrapesos (“rendición horizontal de cuentas”).
¿A qué se debe esta creciente tendencia a la autocratización? En muchas partes, el mal funcionamiento del sistema democrático, incluyendo fenómenos como obstáculos a la participación política, una defectuosa representación y la omnipresente corrupción, han generado desilusiones, suspicacias y cinismo en muchos sectores.
Factores económicos—incluyendo la pérdida de empleos y condiciones de vida, particularmente como resultado de la recesión mundial en 2007-2008—aunados a un encarecimiento generalizado y la frustración que esto produce en la población, también contribuyen a producir desencanto con los sistemas democráticos.
En medio de esta situación, el surgimiento de liderazgos populistas, xenofóbicos y mesiánicos, que repudian las instituciones republicanas en favor de una supuesta relación directa con las masas, desvaloriza aún más la democracia.
El afianzamiento de la posición internacional de dictaduras altamente represivas, como Rusia y, en particular, China, también favorece la autocratización, sobre todo en momentos en que las democracias de occidente—principalmente, Estados Unidos—pierden su lugar preponderante y renuncian a un liderazgo global basado en los valores fundamentales del liberalismo democrático.
En este contexto, las perspectivas para Panamá y otros países de América no son muy halagüeñas. La cultura democrática no está muy arraigada en nuestro medio. Según el Latinobarómetro 2018, el apoyo a la democracia ha disminuido en los últimos 20 años.
En 1998, el 71% de los encuestados expresaba apoyo a la democracia en Panamá, frente a solo 42% en 2018. Ese mismo año, el 83% de quienes contestaron la encuesta consideró que Panamá está gobernado por unos cuantos grupos poderosos en su propio beneficio; el 48% describió al sistema político como una democracia “con grandes problemas”; y a más de un tercio de la muestra (34%) le da lo mismo que rija una democracia o una autocracia.
Treinta años atrás, la invasión estadounidense indujo en Panamá el tránsito hacia una democracia más de apariencias que de sustancia. Este barniz democrático ha servido para posicionarnos más arriba que la mayoría de los países de la región, posición que hemos mantenido, en medida no despreciable por la influencia de Estados Unidos, cuya política exterior hasta años recientes ha insistido en la celebración periódica de elecciones.
Estas votaciones nunca han sido ni libres ni pulcras: siempre han estado plagadas de clientelismo y corrupción, sobre todo en los comicios para diputados, alcaldes y representantes. Sin embargo, uno de los bandos opositores ha triunfado en cada una de las elecciones presidenciales celebradas a partir de 1994.
Bajo la mirada de Washington, se ha entregado el poder al partido opositor que mayor número de votos consiguió en los comicios (mediante buenas o malas artes, como en 2019). Ese mero hecho ha servido para catalogarnos como un Estado democrático.
En la actualidad, la pérdida de interés de Estados Unidos hasta por las más elementales formalidades democráticas, aunada a una situación interna en Panamá caracterizada por trampas electorales cada vez más audaces, la conducta vomitiva de la clase política y crecientes frustraciones populares, nos pone en el camino de la autocratización. Solo falta que surja un liderazgo mesiánico, populista y xenófobo que nos empuje por esa senda.
El autor es politólogo e historiador y dirige la Maestría en Relaciones Internacionales en Florida State University, Panamá.
