En los años de la dictadura militar un presidente trató de destituir al exgeneral Noriega, pero lo destituyeron a él. Hace apenas unos años, un ministro renunció“irrevocablemente” por aparentes discrepancias con un subalterno, en lugar de destituirlo. En Panamá, el tráfico de influencias ha sido tradicional (la rosca, la papa etc.) más aún en el gobierno. Por ejemplo, usted ve cómo en Panamá, constantemente maestros o estudiantes (ellos mismos o sus padres) destituyen a directores de escuelas. Sin embargo, muy pocas veces tan…“patéticamente”, como hace poco en el Seguro Social.
Según se hizo público, el director de la Caja de Seguro Social destituyó a un subalterno y luego tuvo que restituirlo por injerencia del órgano ejecutivo. La restitución laboral es un procedimiento administrativo debidamente legalizado y permitido; tampoco es el primer ni el peor caso de desautorización (por no decir ridiculización) pública. ¿Pero por qué nos causa tanto ruido? Porque el señor director de la Caja de Seguro Social parecía tener la formación, pero sobre todo el carácter necesario para “poner la casa en orden”. Sin embargo, si no lo dejan destituir, y él se somete tan dócilmente… Independiente a la causal o justificación del despido en sí, debió seguirse un proceso de restitución elaborado y armonioso (según los intríngulis burocráticos), pero la forma en que se hizo, y la manera tan sumisa en que fue aceptado, hace que nuestra fe en el nuevo director se desmorone precipitadamente. Como si aún existiera el código de silencio “amo-vasallo” de cuando la dictadura en sus peores tiempos. Ahora bien, ¿si no manda a lo interno, podrá mandar a lo externo, con los proveedores de medicamentos o los “mala paga” de la cuota obrero patronal por ejemplo?
Para conseguir algo en la vida y mantenerlo es preciso tener orden en lo que se haga. El orden se basa en respetar la estructura que nos llevará a la consecución de lo que se hace. En los puntos en que el orden puede quebrantarse, o desviarse, surge la autoridad para ejecutar la reconducción hacia el éxito final. O dicho de otra forma: A más respeto mayor orden. En un país como el nuestro, en el que se ve como sinónimo de hombría embriagarse, orinar en la calle, ensuciar la vía pública, golpear a la esposa (jamás a la amante) En un país como el nuestro, donde existe tanto desorden y la gente anda más preocupada del matrimonio gay que de los feminicidios semanales es imposible que el orden surja por sí solo o por conciencia colectiva. Peor aún si consideramos que no hay estructura social; y lo más próximo a ello es la agenda, dicho sea de paso personal, del poder detrás del poder (entiéndase, quienes nos gobiernan anónimamente).
De tal suerte, y por más violentas o crudas que parezcan estas manifestaciones, no es que eventual y muy desafortunadamente nos fuercen cada cierto tiempo a presenciar la castración pública de ciertas autoridades, sino que ya de por sí nacen estériles.
El autor es ingeniero en Sistemas