Por favor, perdóneme el título de este escrito, santo padre Francisco, ya que la enormidad de su figura como vicario de Cristo y dirigente de la organización no-gubernamental más grande del mundo exige naturalmente que le debamos reverencia, sea cual sea la religión que profesemos, incluso se la deben los agnósticos o ateos.
Pero, y en este caso el “pero” es positivo, usted ha elevado su figura haciendo precisamente lo contrario: siendo humilde, viviendo lo que predica, alejándose hasta donde ha podido de los lujos - propios de su elevada posición –y nos ha hablado familiarmente. “Salgan de las parroquias”, “hagan líos”, “sean valientes”… y “revolucionarios”. Nos ha hecho sentir que es uno de los nuestros, querido miembro de nuestra familia. Por eso al dirigirnos a usted nos brota
- sin querer ofenderlo - llamarle “Panchito” como si fuera un hermano, parte de la familia íntima de cada uno de nuestros hogares… como que entendiera todas nuestras preocupaciones y tribulaciones y estuviera con nosotros discutiéndolo todo y concluyendo con lo que debemos hacer, cómo debemos accionar, no solo para resolver, sino para ayudar a construir familia y nación solidaria y socialmente responsable.
Y sabemos que en ese andar suyo la curia romana tradicional está resistiendo con toda su fuerza los “líos” que va usted formando por tan solo hablar con sinceridad y naturalidad sobre los - hasta ahora - temas prohibidos, así es que a usted nadie le echa cuentos sobre los obstáculos que producen para resistirse al cambio.
Me presento, hermano Panchito: soy panameño de quinta generación, producto del matrimonio de un padre orgullosamente judío, muy espiritual, pero poco religioso, y una madre proveniente de una familia católica que asistía a misa diaria. Mi padre no quiso firmar que todos sus hijos, por fuerza, fueran católicos, así es que no pudo haber matrimonio eclesiástico, sino solo boda civil. Los hijos fuimos creciendo sin religión. Por allí de los 12 años sentí la necesidad de creer en a lgo, y pedí a mi padre que me llevara a la sinagoga. Él me contestó que tenía décadas de no asistir, y no se sentía cómodo en hacerlo; yo le dije que entonces le pediría a mi mamá que me llevara a la iglesia; no objetó porque aceptó que - para satisfacerlo a él - mi mamá había perdido su religión. Mi mamá me llevó adonde el recordado padre Maguregui, y luego de aprenderme el catecismo y algunas reglas y rezos básicos, él me bautizó (mis hermanos siguieron mi ejemplo)…y entonces mi padre y madre contrajeron matrimonio por la Iglesia, 15 años después de su boda civil y celebraron con una gran y alegre fiesta ecuménica.
Soy, como parte de su Iglesia, gran admirador y seguidor de Cristo, hombre cuyo ejemplo procuro imitar en mi vida diaria, aun cuando confieso ser crítico de muchas cosas que considero errores de mi Iglesia. Me considero Iglesia y también siento la responsabilidad de apoyarlo en los “líos” que está formando.
Como panameño con profundas raíces en esta tierra le digo… de todo corazón… ¡Bienvenido a casa, papa Panchito! Su sola presencia en nuestro país, hablando nuestro idioma, es inspiradora y una bendición enorme que nos impacta a todos los que hemos tenido el privilegio y la suerte de haber nacido -o estar residiendo - en esta tierra privilegiada.
Su presencia, santo padre, nos produce a todos una gran alegría e inspiración. Atendiendo su siempre humilde solicitud, ¡rezamos por usted!
El autor es fundador del diario ‘La Prensa’.
