Poseo la impopular cualidad de ser franco y directo. Desconfío del lenguaje políticamente correcto, eufemismo de la hipocresía. Para mí, y para un grupo creciente de panameños reflexivos e iconoclastas, tanto la realización de la JMJ como su próxima visita a territorio istmeño, resulta irritante. Sé que usted ha confrontado similares o peores disconformidades en sus viajes por naciones mucho más educadas y cultas que la nuestra. No asuma que en este país todos somos borregos de fe ni que minimizamos las violaciones de niños porque ocurrieron en la casa de “Dios”. Soy pediatra, investigador científico y humanista. No me cabe en la cabeza, por tanto, que una organización patriarcal, misógina, otrora inquisidora de mentes brillantes, discriminadora de grupos LGBT, enemiga de la educación sexual integral y perpetradora/encubridora de pederastas, lidere una cruzada para inculcar valores morales a la juventud. Esa paradoja es una bofetada al intelecto ético.
Reconozco en usted un pontífice que, al menos de palabra, intenta adecentar a la Iglesia. Para reformar a la más grande depredadora sexual de menores de la historia, no obstante, hace falta una profunda revolución de sus cimientos doctrinarios. A la fecha, sin embargo, su retórica ha sido más estética que funcional. Jerarcas de arquidiócesis satélites del Vaticano, declarados culpables por actos abominables o por encubrimientos criminales, han sido transferidos a puestos administrativos o alcanforados en el anonimato para evadir la justicia verdadera. JP2, el más conspicuo protector de la pedofilia clerical, fue canonizado durante su gestión, algo que podría interpretarse como una santificación del delito carnal. Ha permitido que se inventara el término “ideología de género” para discriminar a homosexuales en todo el mundo, alegando un concepto de familia “normal” que ni siquiera sus párrocos practican. Como han pedido perdón décadas después de sus aberraciones conductuales, me asiste el derecho en reciprocidad, de conceder credibilidad a sus arrepentimientos dentro de unos 50 años, asumiendo que desde ahora exhiban un comportamiento ejemplar.
Mientras la ciencia explora los confines del universo, descubre galaxias y planetas, comprueba por leyes físicas todo lo acontecido después del cataclismo cósmico, incrementa la expectativa de vida del ser humano, realiza edición genética para corregir errores congénitos graves, innova la tecnología hasta niveles insospechados y desarrolla la inteligencia artificial, su religión sigue afanada en que la juventud del siglo XXI crea todavía en fábulas bíblicas pueriles, en la parte nogénesis por inseminación aviar, en la resurrección de un cadáver al tercer día, en la existencia de ángeles, demonios, paraísos e infiernos o en el poder de predicadores para interceder ante entes invisibles por un destino jubiloso en el más allá. Seamos honestos, la JMJ no es más que un negocio espiritual para ganar adeptos, en una época en que el catolicismo pierde su clientela joven a pasos agigantados. De hecho, este encuentro se celebra más en países tercermundistas, acosados por sectas evangélicas, lugares donde prevalece el pensamiento mágico sobre el razonamiento crítico. Se aprovechan de que es harto más fácil creer que pensar. Lo decía Schopenhauer: “Las religiones, como las luciérnagas, necesitan de la oscuridad para brillar”.
El autor es médico