Me acerqué a la bibliotecaria y le pregunté por sus libros. Ya había leído Sombras nada más, Margarita, está linda la mar (que me hizo recordar su nombre en labios de la voz metálica de la Feria del Libro de Madrid, anunciando que por allí andaba él firmando ejemplares, a finales del siglo XX) y sobre todo, Charles Atlas también muere, que me empujó hacia el recuerdo del mito y me regaló dos cuentos. Había leído en Mentiras verdaderas lo siguiente: “Nuestros creadores, los que crean la acción, la imagen y la palabra, son héroes de la invención. La epopeya es la batalla libertadora, pero también la escritura, la descripción. A partir del hecho real, o del hecho artístico, creamos la tradición de búsqueda para identificarnos y así sentirnos idénticos, recibiendo y transmitiendo señales. Padres e hijos de una cultura múltiple que se arraiga en la historia vivida y contada, se enraiza, echa raíces, se hace raza. Una raza múltiple, de una sola lengua múltiple, de una sola geografía múltiple. El continente que desafía a su contenido, y viceversa”. Nadie me había dicho nada parecido.
La bibliotecaria buscó en su computadora, parecía sentada en medio de una sala de mandos de una nave espacial. Me dijo que no, que no tenía ninguno, que si quería solicitar algún ejemplar. “Todos, le respondí, todo lo que ha publicado, pronto le darán el Cervantes”. Se rió. Unas mañanas después de escuchar la noticia de que a Sergio Ramírez le habían dado el Cervantes, me fui a la biblioteca por curiosidad. Allí estaban un puñado de sus títulos, mirados por una foto suya en blanco y negro que pone, “Premio Cervantes 2017”.
Vi al Cervantes nicaragüense, delante de los medios, hablar con la calmada sencillez profunda con la que desgrana sus pensamientos. Le oí hablar de su tierra, de sus obras, de su oficio, del que dijo que si no fuera por el feliz acontecimiento que allí los convocaba, estaría encerrado allí, y señalaba con el rostro, quizás su despacho, con la puerta cerrada y desconectado de toda distracción: un artesano del lenguaje. Y habló de Centro América, de todos nosotros, y del apoyo que va a dar este premio suyo a su gran iniciativa: Centroamérica Cuenta. Un premio que comparte, generoso, con todos.
Siempre cercano, Sergio Ramírez ha construido una obra que ya es un clásico y que influye y transforma. Una obra en la que se arraiga a su tierra, que describe todas sus sombras para traerla a la luz, para ponerla en limpio, para que le veamos la cara a una Nicaragua que es mucho más de lo que nos han querido contar. Una obra que está en plena construcción y que tiene en la última peripecia del inspector Dolores Morales su última entrega: Ya nadie llora por mí.
El festival Panamá Negro, en el marco de la Feria Internacional del Libro, premió a Sergio Ramírez por su obra. El escritor español Juan Bolea sostuvo con él un excelente diálogo, repasando su biografía y bibliografía, dándonos en su propia voz una lección de oficio y vida. Y ahora, el Cervantes. Una excelente noticia que redondea para mí un año de inmensas alegrías literarias. Un acierto, un estímulo, una gran satisfacción. ¡Larga vida y muchas letras al Cervantes nicaragüense!
El autor es escritor