La esbelta y reluciente ciudad de Colón quedó atrás . Quienes la conocieron dan fe de su esplendor y belleza, del orden garantizado por sus habitantes, pero también por la acción de las autoridades que tenían bien arraigado el sentido de pertenencia. Es decir, hubo un ser colonense que se fue expresando, de forma cultural, deportiva, política, intelectual y social, y lo hizo en la ciudad, en el país y en el extranjero. Aquí estuvieron (y algunos residieron): Eusebio A. Morales, Justo Arosemena, Juan Domingo Perón, Pedro Prestán, Héctor Conte Bermúdez, Enrique Geenzier, Porfirio Meléndez, Benito Reyes Testa, Gil Blas Tejeira, Manuel Celestino González, Juan Demóstenes Arosemena, para citar solo algunos nombres.
No cabe duda que fue asiento geográfico de una heterogeneidad poblacional y cultural que le dio sentido, muy a pesar de que el periodista chileno Tancredo Pinochet dijera que Colón era un pedazo del extranjero enclavado en América Latina. Distinto a esto, Jorge Artel escribió que para penetrar el espíritu auténtico de la ciudad era menester violentar las trincheras del extranjerismo inmigrante, porque había aquí más extranjeros que colonenses. No obstante, reconoció que dentro de esa movilidad urbana, la ciudad tenía un inmaculado, latente, puro y limpio corazón nativo de pueblo americano.
La ciudad de Colón con todas sus contradicciones fue estructurándose. En ello las administraciones municipales jugaron su papel. Unas consecuentes y algunas reaccionarias, se diligenciaron dentro de su óptica de ver el desarrollo citadino. Lo que sí queda claro, y eso no puede regatearse, es que los burgomaestres colonenses tenían la clara conciencia de qué significaba ser la primera autoridad del distrito.
Desafortunadamente, y de manera progresiva, se ha ido deteriorando la figura del alcalde, situando el asunto en la lucha por demostrar quién es el peor. La actualidad muestra cómo no se es alcalde y cómo se hace para desgobernar un distrito. Es ya imposible el desarrollo de la vida en la urbe. Cada vez más se va perdiendo, en lo material y espiritual. No hay una acción programática seria ni eficiente de la alcaldía que propugne por una ciudad y un distrito que vea en perspectiva su desarrollo. Todo es caos: la delincuencia se adueñó de la ciudad, los servicios públicos son desastrosos, reina la ineficiencia de los funcionarios, el desorden urbanístico, la anarquía vehicular y de los peatones, el desaliño en parques y áreas públicas, los edificios ruinosos, las calles destruidas, la basura por doquier; esto solo para hablar de la parte estructural. A lo anterior hay que sumar la desesperanza y el retraso manifiesto en materia de cultura, educación y deportes, con una empresa privada que poco aporta.
En todo está la inacción alcaldicia, que no da muestras de diligencia ni eficiencia, lo que expresa una rampante inmovilidad que deja claro la incapacidad para acometer con seriedad los problemas. Pareciera que la revocatoria del mandato alcaldicio es la salida a esta crisis.
