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Comen santos, defecan demonios…

Esta frase podría ser aplicada a muchas personas que hacen de la hipocresía su modo de vida. Los activistas pro-familia o los periodistas religiosos que pregonan frases bíblicas misericordiosas a diestra y siniestra, pero vomitan antipatías irracionales, discursos de odio o censuras informativas contra los que no comparten sus proyectos biológicos. Los jerarcas eclesiales que, de cara a la galería, dictan valores morales, pero a escondidas, practican o encubren abusos de menores. Los feligreses que acuden a misas para redimir pecados, pero de lunes a sábado cometen todo tipo de trasgresiones o violaciones éticas. En esta ocasión, sin embargo, el título escogido es para resaltar la dicotomía en las conductas del expresidente y de la procuradora de la Nación, quiénes portaron por un lustro el vocablo dios en sus labios y exhibieron éxtasis espiritual durante la JMJ, pero presuntamente por detrás, armaron o manipularon expedientes judiciales, prevaricaron, traficaron influencias, abusaron del poder, socorrieron a empresarios afines, intercedieron por impuestos fiscales, archivaron casos delictivos de amigos y pactaron noticias con algunos portales de comunicación o relacionistas de la sociedad civil para provecho particular. Por los escándalos de Odebrecht y de Blue Apple hubo gente indagada, investigada, procesada, impedida de viajar al extranjero o encarcelada, y otra que, por el contrario, resultó premiada con archivo de sumario o exención de culpa. Hubo incluso personas inocentes que aún están pagando la obsesión de fiscales por admitir todo tipo de denuncias, muchas sin fundamento o de exclusivo carácter administrativo, debido a la cruzada vengativa del régimen pasado. Las decisiones de imputación obedecían, al parecer, al grado de afinidad del involucrado con el círculo gobernante.

Interceptar conversaciones privadas es ciertamente una actividad ilegal, por lo que el responsable del pinchazo (o descarga del historial de un dispositivo digital o lectura de un celular extraviado) debe ser buscado y sancionado de manera ejemplar. Como señaló el abogado Rodrigo Noriega recientemente en este periódico, el contenido de los chats no puede ser utilizado como insumo penal. Si se comprueba la veracidad de los textos de mensajería electrónica, empero, estamos ante la presencia de un delito muy grave (“notitia criminis”), independientemente del nivel de simpatía o aversión que se le dispense a los implicados o a los potencialmente favorecidos por las filtraciones. Los intereses de un Estado democrático deben estar siempre por encima de cualquier interpretación que le queramos dar al asunto, porque las revelaciones son indicativas de la injerencia del Ejecutivo en los poderes económicos, jurídicos, legislativos y mediáticos del país, además de que lesionan peligrosamente la credibilidad del sistema de justicia.

La intromisión presidencial ha ocurrido seguramente en todas las administraciones anteriores, pero ahora parecen confirmarse las sospechas de la infame endogamia institucional. Los Varelaleaks, por tanto, deberían tener consecuencias profundas para nuestra inmadura democracia panameña, algo similar a lo ocurrido en otras latitudes, donde funcionarios tuvieron que renunciar, enfrentar acusaciones o sufrir humillaciones por los anómalos procederes. Todos esos aberrantes comportamientos ponen de relieve la urgente necesidad de tener una nueva Constitución que reduzca facultades a los cabecillas políticos y otorgue plena independencia a los tribunales de justicia.

Los ciudadanos decentes estamos hartos de tanta podredumbre pública y privada, de la conveniente selectividad e impunidad jurídica y de la farsa de supuestos “impolutos” que exhiben integridad en entrevistas y redes sociales, pero tras vestidores negocian componendas espurias de diversa índole. Daríamos lo que esté a nuestro alcance para que Panamá solo sea conocida internacionalmente por la eficiencia de su canal interoceánico, la operatividad de su núcleo aeroportuario, la innovación de su Ciudad del Saber, la calidad de su ciencia, la habilidad de sus músicos, la destreza de sus deportistas y la tolerancia a su diversidad cultural, racial, sexual o ideológica. Desafortunadamente, la imagen de nuestra marca-país es el juega vivo y, a juzgar por todo lo acontecido en la historia republicana, lo tenemos más que merecido.

Parafraseando una cita atribuida originalmente a Mafalda y ligeramente modificada para el propósito de esta columna: “En esta época, podemos conseguir café sin cafeína, gasolina sin plomo, leche sin lactosa, turrón sin azúcar, cigarrillo sin nicotina y hasta religión sin dios”. ¿Para cuándo podríamos diseñar un gobierno sin corrupción? Visto lo visto, una inalcanzable utopía…

El autor es médico



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