En junio de 2016, el Foro Económico Mundial (FEM) publicó el informe El futuro de los empleos y las competencias, que detalla 10 competencias y habilidades que serán necesarias para los jóvenes que ingresan al mercado de trabajo para el año 2020.
Estas competencias son: 1. Resolución de problemas complejos 2. Pensamiento crítico 3. Creatividad 4. Manejo de personas 5. Coordinación con los demás 6. Inteligencia emocional 7. Juicio y toma de decisiones 8. Orientación de servicio 9. Negociación 10. Adaptabilidad.
¿Tenemos los procesos educativos y formativos para generar estas competencias en nuestros jóvenes? La respuesta es no, ¿tenemos los procesos de capacitación dentro de nuestras empresas para desarrollar estas habilidades en los colaboradores?, tampoco. De hecho, un informe del BID, de diciembre 2014, señala que Panamá es el país de Latinoamérica donde los empresarios menos capacitan a su personal.
En septiembre de 2017, el FEM también publica Por qué el futuro del trabajo podría estar en manos de los trabajadores independientes, donde afirma que “el incremento de los trabajadores independientes puede ser un indicador clave del futuro del trabajo, especialmente en términos de prácticas de colaboración. Los trabajadores independientes ya están facilitando la gestión conjunta de proyectos. Pronto, también producirán, se comunicarán y colaborarán con las empresas, los clientes y con la sociedad en general”.
La tendencia es mundial, vertiginosa e irreversible. La lectura es clara, hoy la inserción y sostenibilidad laboral de nuestros jóvenes depende de una serie de habilidades que nuestros sistemas educativos y formativos no están desarrollando, y son necesarias tanto para el empleo asalariado como para el emprendimiento.
Una educación premedia y media con una deserción del 56%, los índices de fracaso escolar más altos de la historia y 95% de los graduandos humildes incursionando en un mercado laboral para el cual no están preparados (en contraste con el 64% de bachilleres de clase media y alta, quienes ingresan a la universidad antes de cumplir 25 años de edad), dan pistas claras del por qué tenemos el ingreso per capita y salario mínimo más altos de Latinoamérica, pero la décima peor distribución de la riqueza en el mundo.
Solo 2% de los jóvenes humildes estudiará más allá del bachillerato, y 2 de cada 3 trabajadores panameños tienen 12 o menos años de escolaridad (promedio 11.3). Pero “glorificamos” la educación universitaria y estigmatizamos la técnica, acarreando grandes distorsiones entre oferta y demanda, así como un exceso de profesionales universitarios y déficit de técnicos.
Entre 2007 y 2012, 55% de los nuevos empleos requirieron títulos universitarios, pero entre 2012 y 2017 fue 35%. De hecho, el último año (2016-2017) fue solo 5% y la proporción entre profesionales y técnicos que encontraron empleo estable fue de 1 a 10.
El Gobierno, empresarios y sindicatos coinciden en la necesidad de impulsar la formación técnica, y se está trabajando activamente en ello. Sin embargo, el reto de inculcar en nuestros jóvenes las actitudes y competencias socioemocionales que hoy demanda el mercado va mucho más allá de los salones de clase, reto que debemos encarar si queremos dejar de ser el décimo país más desigual del planeta.
El autor es asesor empresarial
