Ecuador se vio envuelto, hace dos semanas, en una crisis que estuvo a punto de derrocar al gobierno de ese país por el recorte de subsidios a los combustibles, vigentes desde hace 40 años, por imposiciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) a cambio de créditos por $4,200 millones. Ese ajuste fiscal que causó cinco muertos –que tampoco funcionó en Argentina donde el FMI prestó $57,000 millones y produjo la derrota del gobierno macrista y el retorno del kirchnerismo- también dejó sumido a Ecuador en un incierto futuro económico y político.
México vivió la semana pasada el nefasto precedente de cómo la fuerza del narcotráfico puso en jaque a un gobierno cuyo primer año ha sido un rosario de desaciertos en materia de seguridad, con una sangría de más de 100 muertos diariamente producto de la violencia incontenible.
Perú experimenta su propia crisis ante la disolución inconstitucional del Congreso y la convocatoria a nuevas elecciones legislativas por parte de un Ejecutivo envuelto en una vorágine de corrupción e ingobernabilidad. En Bolivia, Evo Morales, que lleva 14 años como gobernante, urdió un fraude escandaloso en las elecciones del domingo, rechazado con acciones violentas opositoras extendidas por las principales ciudades, dejando al país al borde de la confrontación.
Chile ha hecho sonar en los últimos días la mayor de las alarmas continentales. El supuesto milagro chileno y el oasis de estabilidad, se ha hecho trizas demostrando que eran un espejismo.
A lo largo de tres décadas de gobiernos democráticos posdictadura –en un relato similar al de Panamá- en el sustrato social chileno se ha estado incubando el descontento. El alza del pasaje del Metro de Santiago solo fue el detonante de una olla de presión en la que los chilenos han estado reprimidos por la desigualdad crónica de un sistema de inequidades, de carencias sociales, corrupción y delincuencia descontrolada. Esa fractura social chilena se explica por “la relación carnal” entre la elite política y económica insensible a lo que ocurre en la sociedad.
Después de jornadas de violencia que han dejado al menos 12 muertos, el gobierno renunció a subir el precio del Metro de Santiago y centró su discurso en el orden público y no en el hartazgo social.
Ante la deriva por la que se deslizan algunos países latinoamericanos, es oportuno reflexionar sobre lo que está haciendo el gobierno de Nito Cortizo por preservar la estabilidad social y promover previsibilidad en aras de la tranquilidad de Panamá y su futuro.
Es innegable que la llegada de un nuevo gobierno le ha significado un aire fresco al país y que un espíritu de optimismo sobrevuela los cielos panameños. Pero eso no es suficiente. Debe trazar el rumbo estratégico de la Nación, más allá de un mero programa de gobierno. Para anticiparse a los estallidos sociales registrados en países vecinos, debe concentrar sus esfuerzos prioritarios en reducir la brecha de desigualdades, inequidades y carencias que diariamente hincan sus garras en el alma de la mayoría de los panameños.
La ciudadanía espera de Cortizo liderazgo, visión de estadista, una mente despierta, un corazón grande y un espíritu justo; que gestione opciones para los panameños, porque quedarse sin opciones es la raíz de muchos males sociales. Y que atice la voluntad de la mayoría para trabajar por la construcción de una Nación en la que todos se vean identificados.
Por el momento, el Órgano Judicial parece haberse acomodado, desarrollando acciones dentro de la llamada “lógica de la defección estratégica” en la que sus decisiones están orientadas a lo que evalúa serán los intereses del nuevo gobierno. En el caso del Ministerio Público, aunque ya desapareció la Procuraduría Paralela con el Consejo de Seguridad Nacional como instrumento de persecución política, todavía subsisten líneas de trabajo de la administración que se fue.
Pese a que la Asamblea Nacional ha aprobado leyes claves para la reactivación económica, los debates sobre las reformas a la Constitución Política Nacional están demostrando que la mayoría de los diputados actúa de espaldas a la realidad nacional, regional y global.
Siempre existirán diversidades políticas e ideológicas, diferencias sociales y económicas, pero lo más preocupante es que el país cuente con el liderazgo capaz de construir instituciones fuertes, una democracia madura y la vitalidad de un gobierno nacional constituido en garante de la ruta y el camino a seguir.
Los presentes son tiempos para avanzar hacia el futuro, estimulando la confianza que permita anticipar el horizonte y perfilar el colectivo común en el que se vean beneficiados todos los panameños.
El autor es periodista