Latinoamérica sufre hoy la peor crisis de desempleo juvenil en lo que va de siglo. Desde 2016, el Foro Económico Mundial (FEM), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) vienen alertando del agravamiento del fenómeno en toda la región, particularmente en el segmento de 16 a 24 años, cuya tasa de desocupación la OIT ubica en 19.6% para 2018, la más alta en 14 años, y cuyo deterioro, según el FEM, “parece no tocar fondo”.
Panamá, cuyo desempleo para ese segmento de edad se ubica tres puntos por debajo de la proyección de la OIT (16.5%), no ha sido la excepción.
El problema es histórico y estructural. La Alta Comisión de Empleo (noviembre 2014) indicó que en “el año 2012 un total de 101 mil 626 jóvenes culminaron algún tipo de programa educativo o formativo” y muchos incursionaron en el mercado laboral, cifra que aumentó a 139 mil 513 en 2015. Agregando los desertores escolares, que promedian 12 mil por año desde 2010, y restando unos 45 mil que ingresan a la universidad, el promedio de nuevos solicitantes de empleo ronda los 85 mil por año.
Pero desde 2004, la economía solo genera un promedio de 44 mil nuevos empleos anuales, en total.
La matemática es sencilla, la cantidad de jóvenes que comienza a buscar trabajo todos los años es históricamente muy superior a la capacidad del mercado laboral para absorberlos.
Una deserción escolar del 56% en educación premedia y media, y 95% de los graduandos humildes saliendo a buscar trabajo, indican que la gran mayoría de los jóvenes de escasos recursos incursiona prematuramente a un mercado laboral para el cual no están preparados.
En Panamá las tendencias regionales son agravadas por tres factores: La desaceleración económica, la finalización de las obras de ampliación del Canal y el cambio en el perfil de expansión económica, siendo este último el de mayor trascendencia.
Entre 2004 y 2014 se acometieron importantes proyectos de infraestructura, siendo la ampliación del Canal el más relevante, con una inversión superior a los $6 mil millones, principalmente entre 2010 y 2014. En esa década, 52% de la expansión del empleo vino de la construcción, comercio y agricultura.
Hoy, esa proporción la genera la logística, turismo e industria.
Consecuentemente, en Panamá hace 10 años los jóvenes de 16 a 24 años, objeto del pronóstico de la OIT, obtenían 1 de cada 8 nuevos empleos, hoy es 1 de cada 258. La proporción entre adultos (más de 30 años) y jóvenes que encontraban trabajo era de 3 a 1, mientras que hoy, por cada 11 adultos que consigue trabajo, 1 joven lo pierde.
Las repercusiones sociales son también evidentes.
Hace una década los jóvenes menores de 30 años eran 30% del empleo, hoy son 25%, representando $54 millones anuales menos de aportes a la Caja de Seguro Social por parte de trabajadores.
Más aún, en 2008 un 6% de los panameños afirmó haber sido víctima de delito, porcentaje que subió a 19% en 2016, según la Encuesta de Victimización 2017 del Ministerio de Seguridad, lo que sugiere una triplicación de la delincuencia en ocho años.
El entorno laboral cambió, y es preciso atacar las raíces estructurales del problema a través de la inclusión productiva vía formación técnica y emprendimiento, que hoy aporta tres de cada cuatro nuevos empleos que genera la economía.
De lo contrario, los jóvenes seguirán siendo los grandes excluidos del crecimiento económico, en el que es ya el décimo país más desigual del mundo.
El autor es asesor empresarial