Dos profesores de la Universidad de Harvard, expertos en democracias comparativas de América y Europa, analizaron en un libro el surgimiento, consolidación y colapso de los sistemas políticos occidentales. Steven Levitzky y Daniel Zibilat y su obra How democracies die (Cómo mueren las democracias), de reciente aparición, están convulsionando el mundo de las ciencias políticas.
En la actualidad –señalan- las democracias no colapsan por golpes de Estado o asesinatos de presidentes, sino a través de un proceso gradual, a veces silencioso, en el que las propias instituciones son manipuladas por líderes populistas que desprecian los balances y contrapesos de las instituciones del Estado.
Levitzky y Zibilat afirman que la consolidación democrática nunca debe darse por segura, porque puede sufrir alteraciones. Ninguna democracia está firmemente asentada. Puede colapsar.
Los procesos electorales llegan a convertirse en armas de doble filo y encubrir el desmantelamiento gradual de la democracia. “Las democracias mueren a través de las elecciones, cuando los nuevos gobiernos atacan a los árbitros, compran a los actores neutrales y alteran las reglas electorales”, afirman los autores.
Cuando hay elecciones en las que se permite a la oposición ganar, la tendencia es considerar que el régimen político es democrático, por más viciadas que estén las instituciones electorales. En ese escenario los actores políticos maniobran en entornos de inestabilidad, limitando su estrategia a acciones en el corto plazo que no favorecen la consolidación de las instituciones democráticas.
Levitsky y Ziblatt establecen cuatro semáforos que alertan sobre las derivas antidemocráticas. Con solo dar positivo en una de las siguientes acciones -si un gobernante no toma en cuenta las reglas del juego democrático, le niega la legitimidad a sus oponentes, tolera la violencia y limita las libertades civiles, incluyendo los medios de comunicación opositores- se está ante un actor político antidemocrático y un autócrata en ciernes.
Si bien, como señalan Levitsky y Ziblatt, en política no hay leyes perfectas, no dejan de promover lo que denominan la norma implícita, el acuerdo básico de tolerancia recíproca, sin el cual la democracia difícilmente sobreviviría. “Cuando la tolerancia recíproca existe, reconocemos a nuestros rivales como ciudadanos leales que aman a nuestro país tanto como nosotros”, sostienen.
Otra norma no escrita de la democracia es la autocontención de sus líderes. De acuerdo con los autores, los gobernantes deberían abstenerse de aplicar todas las facultades que les concede la ley. Ponen como ejemplo la discrecionalidad de los mandatarios al designar a los miembros de la Corte Suprema de Justicia para construir una mayoría automática favorable. Sin embargo, no identifican gobernantes que se contengan al respecto.
Aquí la pregunta que cabe es, ¿cómo ha llegado Panamá hasta este momento crítico en que se encuentra el país y su democracia?Desde el retorno de los gobiernos civiles en 1990, los distintos mandatarios surgidos de los procesos electorales, sin excepción, han erosionado la legitimidad y autoridad del Estado.
Grupos económicos, en complicidad con una clase política corrupta, cumplen en la actualidad funciones cuasiestatales y definen los derechos de propiedad. Sin detentar el monopolio absoluto del Estado, generan competencia entre sí y mayor fragmentación.
De los dos últimos gobiernos, uno fracturó las instituciones democráticas, ya de por sí debilitadas, atentó contra esos poderes económicos que, aunque fragmentados, conspiraron contra él y lo derrotaron. Su sucesor, al que esos poderes fácticos le entregaron la presidencia, ha gobernado con un particular mesianismo -dado su talante clerical- que confronta, no debate.
Levitsky y Ziblatt concluyen que los ciudadanos solo se dan cuenta de que están perdiendo la democracia cuando ya es demasiado tarde. ¿En qué etapa se encuentra Panamá?
El autor es periodista
