El presente transita por una serie de asuntos que llevan necesariamente a la reflexión y por consiguiente a la preocupación. A nivel de la región existen tensiones que han producido el desborde de la población, lo que anuncia la manifestación de un proyecto de reivindicación de los pueblos que se viene haciendo a sangre y fuego.
El país se sumergió en la celebración de las efemérides patrias, espacio que al sonar de trompetas y tambores, así como el de la exaltación de la simbología daba cuenta que se rendía honor al país.
Pero, precisamente, debió abrirse el momento para que la recordación de los acontecimientos novembrinos que con sus leyendas rosas y negras promueven el conocimiento de lo acaecido, tuvieran en el análisis la búsqueda de la correspondencia con un presente que en el fondo se mantiene y que en la forma igual, aunque algo sofisticada.
Transcurridos 116 años de lo acaecido en noviembre de 1903, la realidad se muestra inalterada: el poder económico, como siempre voraz, no escatima esfuerzos para la acumulación de riquezas a través del control político, la vinculación con intereses foráneos para la explotación de los recursos nacionales, su estrecha relación con las acciones imperialistas principalmente de norteamérica y el diseño de un populismo que no resuelve, pero que parece haberle servido.
Lo que aparece en los famosos Varelaleaks no debe llevar a la sorpresa a nadie. Las revelaciones que ponen al descubierto, la forma como particularmente se diligenció el gobierno pasado, dejó claramente expresada la reproducción de un modelo que no ha cambiado en lo absoluto. Extrañeza hubiera causado si se hubiera dado de manera diferente.
Para la población el debate sobre la legalidad o no de las filtraciones, se presenta como un subterfugio para enmascarar un contenido letal. La forma es lo que menos parece interesarle, pero sí las informaciones que deben llevar, principalmente las referidas a la gestión de gobierno a un tratamiento serio que debe alcanzar hasta el rendimiento de cuentas en los tribunales, pues la cosa pública fue manejada con criterios trogloditas, para la satisfacción de empresas, de políticos, de persecución y de personalismos que llevaron a la descalificación hasta de periodistas. Los personajes políticos que hacen parte de estas filtraciones con conductas muy reprochables deben, en un acto de contrición pedir perdón a la patria, pero igual someterse a los rigores de la justicia.
Los que fueron lapidados por no ser parte de la perversa tarea del gobierno que se dedicó a no gobernar, ser reivindicados.
Después de las fiestas patrias, y luego de haber jurado mucho amor a la nación, lo que aparece es la manifestación de un desamor que había venido transitando en la sombra, porque de esa forma no se puede querer un país.
La laceración a la patria es evidente. Después de estas fiestas patrias, tal vez, una de las más traumáticas, queda por hacer lo necesario para darle al país la tranquilidad que amenazada como está, puede llevar al desborde de pasiones. No hay que olvidar que los hombres públicos, decía alguien, no tienen vida privada.
El autor es docente universitario