Se acaba de celebrar la primera conferencia internacional de salud pública en Panamá. Felicito a los organizadores por armar un gran evento. Destaco tres intervenciones que aportaron información relevante para valorar la situación sanitaria panameña. El prestigioso profesor Sir Michael Marmot, presidente de la Asociación Médica Mundial, disertó sobre los determinantes sociales de la salud. Da gusto escuchar a un experto analizando sus propias publicaciones académicas (Marmot M., Lancet 2005; 365:1099). El doctor Claude Betts, presidente de la Sociedad Panameña de Salud Pública, habló sobre las profundas disparidades sociales que influyen en las estadísticas del país y que ponen en riesgo la calidad de nuestros índices sanitarios. Por último, el profesor Juan Jované que desmenuzó las inequidades socioeconómicas más acuciantes que padece nuestra población, destacando la paradoja de que pese a más de una década de bonanza económica las brechas de desigualdad entre los sectores más y menos pudientes de la sociedad prosiguen intactas o incluso peores en algunos de sus marcadores.
Tener buena salud no depende únicamente de las intervenciones médicas, sino también de los hábitos personales, las peculiaridades laborales y las circunstancias del entorno. Los determinantes de salud son propiedades vulnerables al estilo de vida particular, que pueden afectarse por las fuerzas sociales, económicas y políticas que se ejercen en el escenario cotidiano. Estos condicionantes incluyen, entre otros, la educación, el empleo, el salario, la vivienda, el transporte, la nutrición, la seguridad hídrica-alimentaria, la raza, el género, la violencia y el estrés. Se ha demostrado que dichos factores se correlacionan de forma significativa con la propensión a padecer diferentes enfermedades, la expectativa de vida y el nivel de bienestar en general. En las últimas décadas, considerable evidencia científica ha confirmado que las disparidades en salud que ocurren en las poblaciones humanas, entre países y dentro de un mismo territorio, se asocian a la presencia de múltiples variables sociales. El análisis de los determinantes sociales en salud pretende comprender la génesis biopsicosocial del proceso salud-enfermedad, sabiendo que las condiciones en las cuales una persona nace, crece, vive, trabaja y envejece contribuyen al surgimiento de inequidades y desigualdades entre los seres humanos, tanto en el ámbito local como global.
Es inaceptable que la esperanza promedio de vida en Sierra Leona es de 34 años y en Japón de 82 años, o que exista una diferencia de casi 20 años entre los ciudadanos de clase pobre y adinerada que viven dentro de Estados Unidos. La mortalidad infantil en menores de 5 años de edad de las regiones africanas más humildes asciende a 300 por cada mil nacidos vivos, mientras en Islandia y Finlandia es tan solo de 3-4 por mil. Las tasas mundiales de mortalidad en adultos por causas no infecciosas (enfermedad cardiovascular, cáncer, diabetes, etc.) son también mucho más elevadas en la gente que pertenece a los estratos más desaventajados en materia socioeconómica y educativa. El más reciente informe ministerial sobre la situación de salud en Panamá (2013), nos permite conocer que nuestras diferencias regionales son francamente bochornosas. La esperanza de vida alcanza los 79 años en el área metropolitana, mientras que no llega a los 69 años en las comarcas. La mortalidad infantil, en niños menores de un año, es de 10 por mil nacidos vivos en zonas urbanas, pero más de 20 por mil en parcelas indígenas. La mortalidad materna ronda la cifra de 80 por 100 mil nacidos vivos a nivel nacional, pero oscila desde 20 en el sector metropolitano a más de 500 en suelo Guna Yala.
El impacto que desempeñan los determinantes sociales debería obligar a la Organización Mundial de la Salud a replantear su definición de salud adoptada en 1946, que expresa que es un estado de completo bienestar físico, mental o social y no solo la ausencia de afecciones o enfermedades. Las situaciones que afectan la salud son bastante más pródigas y complejas ahora que en tiempos pasados. Se requiere, por tanto, una acepción más específica, menos diluida, que evite insertar las dolencias dentro de una caja de Pandora y permita enfocar las estrategias preventivas de manera más efectiva. Se deben incorporar los componentes políticos, mediáticos e ideológicos que perturban la tranquilidad de la sociedad y propician el desarrollo de trastornos sicológicos u orgánicos. En política, la demagogia, la doble moral, la corrupción, la falta de transparencia o la politización de los temas de Estado, repercuten notablemente en el bienestar general. Los medios de comunicación nos agreden diariamente con asesinatos, accidentes fatales, desinformación, maquillaje o tergiversación de noticias según conveniencia, incultura, superstición y novelería. Las ideologías imponen pensamientos, moralidades y proyectos de vida a los demás, interfiriendo con leyes necesarias que procuran la prosperidad colectiva. La reciente disputa sobre un proyecto de ley de salud sexual y reproductiva, encaminado a reducir las vergonzosas tasas de embarazos e infecciones en adolescentes, es fiel reflejo de cómo las creencias religiosas menoscaban la salud de toda una nación.
En la era moderna, todos los sectores profesionales deben poner su grano de arena para mejorar la salud de la humanidad, sin fomentar exclusiones lacerantes. De más está decir que un individuo sano es en realidad un enfermo inadecuadamente estudiado, en espera del diagnóstico correcto… @xsaezll
