El desarrollo de nuevas tecnologías parece marcar el compás al que se mueve el mundo, como quizás nunca lo hizo antes. Hoy, la inteligencia artificial y la transferencia electrónica de datos se articulan en aplicaciones informáticas, sistemas de geolocalización, de identificación biométrica, y muchos más, ofreciendo al usuario experiencias cada vez más ágiles y excitantes.
Nuestra información personal es constantemente escudriñada, almacenada e interrelacionada en bases de datos y utilizada por sistemas de seguridad, ventas, telecomunicaciones, salud y fintech, entre otros, para validar identidades, estudiar patrones de comportamiento, determinar tendencias y automatizar procesos.
El fácil acceso a datos personales a través de computadoras y teléfonos inteligentes integrados a casi cada aspecto de la vida cotidiana ha crecido hasta alcanzar volúmenes extraordinarios, conocidos colectivamente como big data, que solo pueden ser analizados por robustos sistemas informáticos. Además, desde la decodificación del genoma humano, la profundidad de la información nuestra que puede llegar a ser conocida por otros rebasa límites que hasta hace poco eran propios de ciencia ficción.
Aunque los datos de carácter personal no son compartidos exclusivamente en la red, el acelerado crecimiento tecnológico eleva exponencialmente la necesidad de que la sociedad fomente el desarrollo de marcos normativos adecuados para la protección de los datos de los individuos y de prácticas éticas en el uso de esa información y, en esto, el Estado tiene una cuota importante de responsabilidad. Se debe explicar a sectores vulnerables de la población, sobre todo a la infancia, tercera edad y personas menos favorecidas tecnológicamente, cómo es recogida y procesada su información, la importancia de la protección de su identidad y sus derechos al respecto, así como los riesgos asociados con los entornos digitales, más allá del uso de aplicaciones de mensajería instantánea y redes sociales.
Las personas pueden sufrir graves consecuencias en su reputación, patrimonio y hasta en su integridad física y emocional, cuando el tratamiento inadecuado de sus datos los expone ante estafadores, extorsionadores, depredadores y sociópatas que han aprendido a utilizar el entorno digital en su beneficio. Además, la interconexión de aparatos intensificada por tendencias como la de la internet de las cosas presenta mayores escenarios de riesgo en un futuro que ya no es lejano.
Hoy se celebra el Día Internacional de la Protección de Datos, recordando que el 28 de enero de 1981, el Consejo de Europa adoptó el Convenio Nº 108, considerado como el primer instrumento internacional para la protección de los datos personales respecto a su tratamiento automatizado. Es oportuna la fecha para detener el uso cándido de nuestra información individual, asumir una actitud más vigilante y exigir al Estado que satisfaga su obligación de proteger la honra y bienes de los ciudadanos en el contexto digital.
El autor es abogado y miembro de la Asociación Panameña de Derecho y Nuevas Tecnologías (Apandetec)