DISCURSO

Dicarquía y Panamá

El discurso del presidente Juan Carlos Varela en la Asamblea Nacional tuvo necesariamente que trasladar la imaginación del panameño a Dicarquía. O mejor dicho, nos convenció de que Panamá era Dicarquía.

En 1951, el médico y ensayista colombiano Roberto Restrepo publica la novela: Dicarquismo o si la razón fuera gobierno. Allí dice que un viajero visitó Dicarquía por varias semanas para enterarse sobre su sistema político, que fue producto de una revolución que terminó haciéndolo un modelo de país.

Cuando escuché el discurso presidencial, no tuve la menor duda de que estábamos en Dicarquía. ¿Pero qué ocurría en Dicarquía? Era un ejemplo de organización política en donde se usaban las armas de la razón para gobernar. La educación evitaba la delincuencia, las tres ramas del poder público estaban muy bien organizadas, existía la igualdad de castigo para los ciudadanos sin importar el poderío político o social, el modelo político era una especie de contrato social sin soberano ni nada que perturbara la libertad ni la felicidad de los ciudadanos, solamente había una fiesta patria, un día de fiesta nacional en donde todos salían orgullosamente a celebrar el pago del único impuesto y aquel que no lo hacía era objeto de vergüenza. Se tenía al ocio como la génesis de todos los delitos, el Estado daba todos los medios para que los ciudadanos alcanzaran sus aspiraciones a través de su propio trabajo.

Antes de todo eso, en Dicarquía: “la actividad del Estado, del individuo y del gobierno se apoyaban en las explosiones pasionales de hombres impulsivos a quienes se le daba el nombre de políticos, los cuales por las calles y veredas explotaban la credulidad y sembraban el odio entre hermanos”. “Se tenía la audacia por guía, el cinismo por escudero, la hipocresía por señora y por compañera de acción la fantasía”.

Juan Carlos Varela dijo que el más grande logro era el haber llevado el país en paz.

Realmente nos recordó Dicarquía. Es que la paz a la que se refiere es irreal. Porque no la hay con niveles de inseguridad, aun cuando hablen de cifras reduccionistas de homicidios, ni tampoco con un sistema educativo altamente retrasado, independientemente de los programas bilingües, de la posible construcción de 2 mil 300 escuelas, y de 864 proyectos en ejecución en el país, tampoco puede haberla con tímidos programas de vivienda y con crisis en el agro y en los servicios de salud.

El panameño perdió la fe y la confianza en el gobierno. Por más que se apuren en dibujar un país inexistente, solamente presente como Dicarquía en la mente de los que nos gobiernan, la cruda y mismísima realidad tiene su propia expresión.

El discurso para el propio consumo es perfecto; para la población, un fiasco. El problema es que a la altura de la mitad de la gestión presidencial no hay convencimiento alguno que permita la comprensión de que no ha sido exitosa. Al leer Dicarquismo o si la razón fuera gobierno, no queda duda de que era nuestro país el descrito en el discurso del primer magistrado de la nación.


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