Dios, patria y fútbol

Dios, patria y fútbol


Dios, que es redondo (así dice Juan Villoro), no anda metido en asuntos de fútbol. Tiene tanto trabajo y nos ama tanto y parejo a todos que no podía darle a la selección panameña el triunfo y dejar a los belgas, de antigua y olvidada tradición esclavista, sin su victoria. Los belgas también oran. Como buen padre, deja que sus hijos compitan y que gane el mejor. Porque no es cuestión de fe, es cuestión de poner el balón al fondo de la portería por lo menos una vez más que el contrario. Dios, redondo y todo, es mucho más que todas esas oraciones tricolor y vigilias y ayunos para torcer su brazo.

Aitana me insistió en ver el partido, “juega Panamá, papi”, y uno cae en la cuenta de que los afectos de los hijos, su comprensión de los terrenos sentimentales, es cosa de ellos. Con una bolsa de papas fritas sabor jamón, nos sentamos a verlo. Desplegaron una bandera inmensa sobre el verde de Sochi, y la tarde viguesa se llenó, desde Rusia, con los acordes de un viejo himno. “Papá, el himno”, y aunque Aitana no se lo sabe, sabe que es ese, el que tiene letra, porque el de aquí, el suyo de nacimiento, no tiene y a mí “ves rugir a tus pies ambos mares que dan rumbo a tu noble misión”, me conmueve siempre. Una mano pequeña, casi una caricia, me abrazó por detrás: “ya verás que ganamos”, y yo, que no soy futbolero, me sentí consolado de la distancia bajo el peso de aquel abrazo. Patria es tener fe en el trabajo bien hecho, es militar contra el absurdo y la ignorancia.

La primera parte, la breve historia invicta de la selección en el Mundial, fue sublime. Villoro me dice desde su libro que, a pesar de todo, “el fútbol no pierde su capacidad de asombrarnos”. Aitana se pasó la tarde sufriendo y animando a los jugadores panameños y reclamando al árbitro. Ella sabe lo que sabe de fútbol, poco quizás, pero tenía claro cuál era su equipo. “Pero jugaron bien, papi”, dijo al final del partido mi hija pequeña, que espera que por lo menos Panamá marque un gol en Rusia.

Pero en la portería patria, en el partido cotidiano de nuestra sociedad, el cancerbero que tenemos es peor que el del viejo mito. Deja que los muertos salgan del inframundo y permite que los vivos accedan a él. La muerte y todo su espanto van convirtiendo a los ciudadanos de este país en zombis embutidos en camisetas de fútbol. La literatura, los mitos, están para leerse, vernos reflejados y tomar decisiones para no acabar dando la razón a la sentencia futbolera: “jugaron mal, pero ganaron”, equivalente en política de la tan manida “robó, pero hizo”. Filosofías futboleras que conducen al extravío civil.

Ya nos metió gol Martinelli y también su compañero del equipo de los cínicos, Varela. Y qué me dicen de la gran cancerbera, Ábrego, que tiene cerrada la Asamblea a cal y canto para que no se le cuele ningún gol de las auditorías. Este es el partido bueno, el que juegan como siempre a nuestras espaldas, “¡y viene el gol!, ¡y viene el gol!” y aprobarán la subida de partidas y se gastarán la plata, pero fuimos al Mundial, mira cómo lloraban los de la Sele, y cuando vuelvan les tocará seguir llorando, porque el gol que viene no lo parará ni el mismísimo Penedo.

El autor es escritor

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