Mi principal defecto es la franqueza. Esta cualidad me ha generado detractores por doquier. Eso, sin embargo, no me suprime el sueño. Aunque rara vez personalizo mi crítica, no tengo ningún problema en pedir disculpas si alguna vez emito apreciaciones erróneas. Nunca he sido “diplomáticamente correcto”, porque este tipo de comportamiento, a mi juicio, transita por el mismo sendero de la hipocresía. La diplomacia es un arte que disfraza lo que en realidad se piensa con el objetivo de no herir susceptibilidades. El vocablo es un eufemismo para camuflar la simulación. Después de mi último escrito, varios médicos se enojaron conmigo. Algunos, según me cuentan, profirieron improperios a mis espaldas. Los comprendo. Sentirse aludidos por una denuncia genérica de irresponsabilidad debe molestar. Lo cierto es que la única manera de mejorar los estándares de atención sanitaria de la población es que entonemos el mea culpa y colaboremos con las jerarquías administrativas para brindar un servicio de calidad, tanto en el cumplimiento laboral como en el trato dispensado al usuario del sistema. Otro tema que despertó profundas emociones viscerales fue mi cuestionamiento al movimiento homofóbico contra la igualdad de género y al proselitismo de la religión cristiana, católica o evangélica, para defender su imposición sobre lo que debe ser la familia contemporánea. Recibí una paliza en redes sociales. Dormí plácidamente, también. Cuando uno tiene la conciencia limpia, no esconde mugre moral y defiende principios éticos elementales, nada perturba.
Algo que sí me trastorna, empero, es la mezquindad del ser humano. Es uno de los más ruines atributos que puede exhibir una persona. El presidente, en su discurso truncado por el apagón, se refirió a que la lentitud en la ejecución de obras pasadas se debía a sus inquietudes por los sobreprecios. En primer lugar, la investigación por costos excesivos debe emanar de auditorías de la Contraloría y evaluaciones del Ministerio Público. Nada impide continuar los proyectos. En segundo lugar, como pasa en cualquier gobierno, también hubo funcionarios decentes, no todos delincuentes. A la gente deshonesta, curiosamente, le cuesta admitir que existen individuos íntegros. En la Ciudad Hospitalaria, por ejemplo, pese a la calumnia fabricada por auditores sin idoneidad, manipulados por Girón, no se ha evidenciado sobreprecio alguno. Un análisis objetivo, incluso, revela que es quizás la obra con mejor costo por m2 planeada en la última década. Fue paralizada por dos años y ahora costará el doble, seguramente en parte por la indemnización que habrá que pagar a la empresa constructora, hábilmente incluida en las enmiendas por supuestas modificaciones requeridas. Tampoco había necesidad de cambiar el nombre a la Ciudad de la Salud, bastaba con eliminar el apellido Martinelli y reemplazarlo por el nombre de algún médico prestigioso que brindó reputación académica y laboral a la CSS (verbigracia, Aníbal Tejada). La nueva Facultad de Medicina, también incluida en la propuesta inicial, se podría dedicar a la memoria del Dr. Tomás Owens o del Dr. Antonio Pirro.
Me parece fantástico que el Dr. Alfredo Martiz haya decidido retomar las acciones detenidas (software SAP, Loghos, sistema de información de salud (SIS), software de salud ocupacional, centro de diagnósticos de telerradiología, quioscos informáticos, depósito del almacén central, Hospital Rafael Hernández de David, policlínicas de Boquete, Penonomé, Aguadulce, San Juan, Colón, etc.) para satisfacer las necesidades de los asegurados, lo que demuestra su altruismo como director. En las declaraciones y cortes de cinta, sin embargo, no cuesta nada proferir alguna mención pública a las innovaciones gestadas por la administración anterior, quienes trabajaron arduamente para mejorar el funcionamiento técnico de la CSS, notoriamente desfasado de la modernidad. No se trata de confeccionar pergaminos, placas o bustos, algo solo reservado para políticos demagogos que, con “desinteresada” magnanimidad, apantallan a pueblos incautos. Las buenas ideas deben continuarse en sucesivos períodos gubernamentales, sin egoísmos partidistas. Mi hermano no es corrupto, no padece lepra ni tiene aspiración política futura. Dar reconocimiento a su equipo gestor, por ende, no resta ningún mérito a las iniciativas y capacidades del grupo actual; muy por el contrario, lo dignifica.
La irracional oposición al reclamo de la comunidad homosexual por legalizar sus uniones civiles, es una flagrante violación a los derechos humanos elementales. La familia es un ente social que debe adaptarse a las peculiaridades de cada época. A través del tiempo, las hordas, clanes y unidades familiares han variado notablemente. Basta repasar la historia para percatarse de que lo tradicional en cada etapa evolutiva, desde la antigüedad hasta el presente, ha incluido salvajismo, barbarie, poligamia, adelfopoiesis, infanticidio, exclusión de discapacitados, divorcio, adulterio, abandono de hogar, maltrato a la mujer, heterosexualidad fingida, etc. Causa perplejidad, por tanto, cuando los líderes religiosos contemporáneos y sus milicias pro-familia dicen que la familia ideal es la creada por Dios, implicando que en cada época de nuestra existencia, la deidad decidió cambiar el estereotipo propuesto. Es simple, así como no todos los sacerdotes son pederastas, no todas las familias son idénticas.
Si pretendemos convivir pacíficamente en Panamá, habría que comenzar por honrar el principio de otredad: ponerse en el pellejo del otro para poder entender sus ideas, sentimientos y legítimos proyectos de vida. La biología de los seres vivos es rica en matices y diferencias. Dejemos vivir y disfrutemos la extraordinaria diversidad.