Al mejor estilo de un presidente de república bananera, Donald Trump adelantó el lanzamiento del último estudio sobre cambio climático, para que coincidiera con la fiesta de Acción de Gracias. Su plan era que, entre el pavo, los encuentros familiares y el inicio de la temporada de compras, el informe pasara desapercibido.
Pero como la treta no funcionó, al menos con los periodistas que cubren la Casa Blanca, el presidente utilizó su conocida táctica de bully, descalificando el informe. “No lo creo”, fue su categórico juicio sobre el trabajo de 13 agencias del gobierno que él preside.
El informe que se produce cada cuatro años desde su creación por el Congreso de Estados Unidos en 1980, es devastador. No solo concluye que la temperatura del planeta está aumentando, sino que está impactando dramáticamente en la calidad de vida y la salud de las personas, en la economía y en el entorno natural que lo sustenta.
El impacto en la economía será gravísimo, algo que debería importar a Trump. Se prevé que se producirán cientos de millones de dólares en pérdidas por sequías o alteraciones drásticas en los ciclos climáticos, por el surgimiento de nuevas enfermedades, etc.
Los alarmantes datos de este informe que se enfoca en los efectos del cambio climático en Estados Unidos, coincide con las noticias que nos dieran en octubre pasado el grupo de científicos asesores de Naciones Unidas en materia de cambio climático, conocido por sus siglas en inglés IPCC.
El aumento del nivel del mar o el descenso del hielo en el Ártico, dos de los efectos más temidos del cambio climático ya están aquí, porque las emisiones de gases de efecto invernadero han elevado aproximadamente un grado centígrado la temperatura global.
Y para evitar el desastre que llegaría en un poco más de una década, el IPCC advierte la urgente necesidad de realizar una transición “sin precedentes”, así como cambios “rápidos” y de “gran alcance” en electricidad, agricultura, desarrollo urbano, transporte e industria.
En realidad, Donald Trump no está solo en su actitud conocida como disonancia cognitiva; o para que nos entendamos, puro y duro autoengaño. Por estos lares tenemos nuestra versión criolla de negación ante la evidencia.
Allí está el ministro 4.7, que asegura que los manglares y humedales no previenen las inundaciones o que permite que se realicen estudios de impacto ambiental de menor importancia para proyectos que impactan áreas protegidas. Todo un ministro de cuadro de honor.
Penosamente también, Trump no está solo en su descalificación de informes técnicos. Allí está el Estudio Integral de actuaciones de mitigaciones de inundaciones en la cuenca del río Juan Díaz, realizado por técnicos del Instituto de Hidráulica de la Universidad de Cantabria, España, donado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) a Panamá y entregado al municipio capitalino en octubre de 2016.
Todas las recomendaciones producidas tras meses de investigación, análisis de datos y contrastes de información con especialistas holandeses que tanto saben de inundaciones, para enfrentar el complejo problema de las crecidas del río Juan Díaz fueron tiradas a la basura con la bendición del ministro 4.7, para darle paso a una simple canalización del río, como las de siempre.
En la misma liga de la vergüenza está Andrew Wheeler, administrador interino de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, quien antes de llegar a la agencia del Gobierno, era nada menos que un abogado representante del magnate del carbón Roberto Murray y excabildero contra las políticas ambientales de Barak Obama. ¡Todo un caso de estudio en materia de conflictos de intereses!
Sí, Donald Trump no está solo en su actitud de negación y soberbia frente a los categóricos hallazgos científicos que nos advierten que estamos entrando ya en la zona de no retorno en materia ambiental, y que los grandes proyectos de infraestructura no pueden seguirse haciendo como hasta ahora.
Por acá seguimos ignorando el caudal creativo de ingenieros, arquitectos, urbanistas, que han producido alternativas para evitar los graves impactos del pasado al construir grandes obras de infraestructura. Desde el poder y con el apoyo del poder, especialmente del ministro 4.7, seguimos diseñando, construyendo y devastando con parámetros del siglo pasado. Puede ser que sea producto de la disonancia cognitiva. Pero solo se engañan a sí mismos, solo a sí mismos.
La autora es periodista, abogada y presidenta de la Fundación Libertad Ciudadana