La Fundación Libertad fue anfitrión recientemente de la reunión anual del Instituto Fraser, que por más de 17 años ha producido el “Economic Freedom Index of the World”, reporte que analiza el comportamiento de 159 países midiendo 55 variables por país, para determinar de una manera dinámica cómo se posicionan los países anualmente para medir tendencias y presentar una especie de recetario de cómo los países pueden o deben proveerle a sus ciudadanos una mejor calidad de vida. Como lo expresó Severo Sousa en la introducción del informe del índice 2018, versión centroamericana: “Además de disfrutar de mayores niveles de prosperidad, los integrantes de las sociedades económicamente libres viven más tiempo, tienen mejor salud y son mejores custodios del medio ambiente e impulsan los logros del desarrollo humano en ciencia y tecnología mediante la innovación”. Y es esta parte, “…son mejores custodios del medio ambiente” en la que tal vez existe la mayor cantidad de confusión. No es cierto que el desarrollo es sinónimo de destrucción del medio ambiente.
Los países con los peores índices de degradación ambiental han sido los países socialistas tales como la Unión de Repúblicas Socialistas Soviética (URSS) y los antiguos satélites de la Unión Soviética. En la actualidad, la República Popular de China (#108 del Índice de Libertad Económica), donde el derecho a la propiedad privada no existe ya que el partido es el dueño del país, los derechos individuales se subrogan a la visión de Estado y el uso del “bien común”. Las fotos del esmog en la capital de Pekín hablan por sí solas.
En temas de la emisión del CO2 son la China y la India (#96) los mayores productores de estos gases, a pesar de las promesas huecas de estabilización o disminución en los foros internacionales. Paradójicamente, Estados Unidos (#6) que se salió de los acuerdos internacionales, es el que han disminuido sus emisiones de CO2 en la medida que su base de generación eléctrica ha transicionado del carbón al gas licuado producto del descubrimiento, producción, generación y exportación de esta nueva fuente de energía eléctrica.
Panamá, como miembro de la comunidad internacional y a pesar de ser un país pequeño, se ha acoplado perfectamente a los retos de ser un país comprometido con la libertad económica (#27 y #3 en Latinoamérica después de Chile #15 y Guatemala #23) y en la protección del medio ambiente. Con la ampliación del Canal, la reutilización del agua que en el Canal original se perdía, significa que ahora podemos pasar barcos del triple del tamaño posible en el antiguo Canal con menos agua. Un tráfico que no existía cuando se diseñó la ampliación hoy día representa el segundo rubro de mayor ingreso para la vía acuática, como lo son los buques transportadores de gas licuado desde el Golfo de México con destino a Asia. Con la entrada de tres plantas de generación local a base de gas licuado sumado al hecho que en la época lluviosa generamos el 68% de la oferta eléctrica a base de hidroeléctricas, la generación térmica es hoy día apenas 25%. Adicionalmente, ya hemos inaugurado plantas generadoras eólicas que representan el 2% con perspectivas de aumento de la capacidad.
No con estos hechos debemos sentirnos complacidos con lo logrado a la fecha, pero sí debemos ser conscientes de que ser amigo del ambiente no tiene sesgo político.
Pensando con la cabeza y no el corazón, sabemos que a mayor libertad económica dejaremos un legado de un mejor medio ambiente para las futuras generaciones.
El autor es presidente de la Fundación Libertad