Panamá cayó ocho puntos en el Ranking de Competitividad Global 2017-2018, publicado recientemente por el Foro Económico Mundial. La educación, capacitación y eficiencia del mercado laboral continúan siendo debilidades históricas, que dificultan el crecimiento sostenible e inciden en que hoy seamos el tercer país más competitivo de Latinoamérica y el décimo más desigual del mundo.
Tenemos problemas de calidad, recursos, cobertura, acceso, pertinencia y alineamiento con lo que el sector productivo requiere. En los últimos cinco años (2012-2017), dos de cada tres nuevos empleos benefició a trabajadores con 12 o menos años de escolaridad, donde hoy se ubica el 66% de la población ocupada no agrícola. El promedio actual de instrucción formal de la fuerza laboral panameña es 11.3 años.
Pero existe una desproporción entre la demanda de empleo y la oferta académica para satisfacerla, fenómeno señalado en el Informe de la Alta Comisión de Empleo, en noviembre 2014. Dicho reporte indica que “este desajuste en el sistema de desarrollo de las competencias para el trabajo y para la vida, constituye un desafío que obstaculiza la estrategia de crecimiento económico inclusivo a la que aspira Panamá”.
La deserción en educación premedia y media es 56% (2009-2015), y 95% de los graduandos humildes no continúa sus estudios (Banco Mundial, julio 2012). Es decir, 98% de los jóvenes del quintil más pobre de la población no estudia más allá del bachillerato y se ve forzado a incursionar a un mercado laboral para el cual no está preparado.
Solo el 5% de los jóvenes de estratos socioeconómicos bajos que culmina educación media sigue estudios posecundarios y/o universitarios, versus 64% de aquellos de niveles sociales medios y altos, quienes ingresan a la universidad antes de cumplir 25 años de edad. Esto sugiere que los empleos mejor remunerados y de mayor calidad, asociados con niveles superiores de escolaridad, favorecen a los estratos sociales más pudientes.
Leonardo de Vinci dijo una vez: “aprender es la única cosa de la que la mente no se cansa, nunca le teme y de la que jamás se arrepiente”. Pero para la mayoría de los jóvenes humildes panameños, las posibilidades parecen remotas en el país que menos capacita a sus trabajadores en toda Latinoamérica (Banco Interamericano de Desarrollo, diciembre 2014).
La oferta de estudios posecundarios en Panamá se concentra en 5 universidades públicas con 455 carreras y programas, que incluyen licenciaturas, maestrías, doctorados, diplomados y especializaciones, a las cuales se le suman 41 universidades privadas, con 719 ofertas, así como 112 institutos técnicos superiores privados, con 779 planes de estudio. Es decir, hay mil 953 alternativas para el 2% de los jóvenes humildes y 64% de los de clases sociales superiores.
¿Cuántos de los graduados o egresados de estos programas obtuvieron empleo? ¿cuántos mantienen un empleo? ¿cuántos cotizan en la Caja de Seguro Social? ¿cuántos iniciaron y hoy viven de nuevos negocios propios? ¿cuántos pagan impuestos?
Nadie cuestiona el valor de la educación como instrumento de competitividad y equidad social, pero mientras como país no midamos la relación entre academia, empleo e inclusión productiva, nuestros programas educativos seguirán siendo “actos de fe”.
El autor es asesor empresarial