Lo que no se mide no existe, es cierto, pero nos interesamos solo en las cifras que reafirman nuestras percepciones. Los números no son buenos o malos, eso depende de lo que hagamos con ellos. Tampoco podemos analizarlos de manera absoluta en un país como Panamá, sin una contextualización regional, histórica, económica y social.
En Latinoamérica, el comercio se ha contraído, con reducciones consecutivas en su PIB, de -0.5% en 2015 y -0.8% en 2016, según la Cepal. Aun así, Panamá creció 5.8% y 4.9%, respectivamente. Y a pesar de que la tasa de desempleo aumentó de 4.8% a 5.5%, la informalidad subió más de un punto, y la empresa privada perdió 26 mil 156 plazas, 75 mil 350 panameños más encontraron una fuente para llevar sustento a sus familias.
La contracción del empleo en la empresa privada ya ha ocurrido en años recientes. En 2009, se perdieron 11 mil 51 puestos, gradualmente recuperados a partir de 2010, cuando el sector privado generó 13 mil 328 plazas; por lo que se espera la pronta recuperación del empleo empresarial, que representa 48.3% de la población ocupada en el país. En contraste, en los últimos dos años se ha visto la creación de 76% más empresarios formales, que en los 10 años anteriores juntos (2004-2014). De hecho, la generación de plazas asociada a los nuevos patronos y trabajadores que se independizaron de manera formal, entre 2014 y 2016, superó en 5 mil 764 empleos la pérdida de trabajadores asalariados en la empresa privada.
Desde 2009, el promedio de edad y escolaridad en las nuevas plazas es de 48 y 14 años, respectivamente. Esto plantea un reto para un país en el que la mitad de los estudiantes que inicia estudios secundarios no los termina, y el 95% de graduandos humildes se ve forzado a buscar trabajo. La informalidad y el emprendimiento suponen para muchos la única plataforma viable de inclusión social.
Ronald Reagan decía: “El mejor programa social del mundo es un empleo”. Esto será difícil, si no democratizamos el conocimiento y alineamos el sistema educativo con lo que requiere el sector productivo. La deserción escolar e incursión de jóvenes humildes al mercado, una vez culminada su educación media, así como el hecho de que (con suerte) solo el 20% de los que inician la universidad se gradúan, sugiere un escenario preocupante. Por cada 200 jóvenes que entran a premedia y media, solo 100 terminarán con éxito, 5 irán a la universidad y 1 se graduará. En este contexto, la tendencia a emprender se acentuará como principal fuente de generación de empleo e inclusión social, sobre todo, entre jóvenes. Esto exige seguir fomentando el emprendimiento, formalizar a los informales, la integración productiva de grupos vulnerables y formación técnica de rápida inserción laboral. Nuestro futuro, como país, depende de la capacidad para emprender.