Cuando se habla de emprendimiento, la referencia inmediata es a personas que, con poca o mucha inversión, trabajan en función de materializar ideas que rompen esquemas establecidos y que buscan satisfacer –o crear– necesidades del cliente o consumidor, a través de productos y servicios innovadores.
El emprendimiento necesita un contexto que favorezca su viabilidad, por lo que es muy sencillo inferir que una economía de libre empresa es el ecosistema ideal para el surgimiento, desarrollo y consolidación de pequeños y medianos empresarios, con visión y posibilidades de convertir sus negocios en grandes corporaciones.
En ese sentido, ¿cuáles son los requerimientos que puede tener un emprendedor del sistema económico aplicado por los Estados? Es sencillo: Posibilidad de desarrollar su creatividad para la innovación, tener libre acceso a divisas, libre competencia, opción de fijar precios según sus propias estructuras de costos, estímulo a la producción y respeto a la propiedad privada.
Un factor imprescindible para el éxito del emprendimiento es la economía de libre empresa, la cual se basa en el poder de decisión del consumidor para elegir adquirir uno u otro producto o servicio.
Es por esta razón que se hace muy cuesta arriba pensar en la factibilidad de que un pequeño empresario logre llevar a cabo su idea de negocio bajo un esquema diferente, como por ejemplo, un sistema de gobierno socialista o comunista. En estos modelos, los gobiernos ejercen el control sobre la producción, fijan los precios eliminando la competencia, restringen la adquisición de divisas, establecen mecanismos altamente burocráticos para otorgar permisos, patentes, entre otros; y controlan, en general, la materia prima.
Esto, además de desestimular a los posibles emprendedores, hace que los que se aventuran a iniciar negocios encuentren tantas restricciones que, a pesar de tener grandes ideas y haber encontrado el nicho de mercado preciso, fracasen en el intento, perdiendo tiempo, esfuerzo y dinero, lo que se traduce en menor desarrollo, menos puestos de trabajo y, en general, menor poder para el consumidor, que debe conformarse con lo que hay en el mercado y no accede a lo que en realidad quisiera, aun teniendo la capacidad de compra.
En los sistemas socialistas y comunistas ya no es el consumidor el que incide en la oferta y demanda; es el Estado el que fija lo que estará disponible en el mercado. Bajo esta perspectiva, parece inviable la posibilidad de emprender.
Esto no quiere decir que no existan experiencias exitosas de emprendimiento en socialismo, pero, en general, este sistema no es una crisis, sino el generador de muchas crisis, por lo que, en general, resulta hostil el ambiente para el emprendimiento.
Teniendo en consideración las diferencias entre uno y otro sistema económico, para el emprendedor es imprescindible defender la libre empresa y así alcanzar alianzas, conformar redes, aprovechar la tecnología para combatir, en la medida de sus posibilidades, el panorama adverso que propone el socialismo.
Y la razón fundamental, más allá de lo evidente, la expresó quien es considerado el fundador del capitalismo, el filósofo escocés Adam Smith, quien decía que la combinación del interés personal, la propiedad y la competencia entre vendedores en el mercado llevaría a los productores, “gracias a una mano invisible”, a alcanzar un objetivo que no habían buscado de manera consciente: el bienestar de la sociedad.
El autor es miembro de la Fundación Libertad.
