La corrupción nunca debe darse por amortizada. El Partido Popular, con Mariano Rajoy a la cabeza, debió pensarse mejor las cosas antes de sacar pecho y decir que los casos de corrupción que afectan a su partido eran “casos aislados”. La sentencia de la Audiencia Nacional sobre el famoso caso Gürtel es demoledora. Dice textualmente que se creó “…un auténtico y eficaz sistema de corrupción institucional”. Y entonces se desató la tormenta perfecta.
Pedro Sánchez, líder del Partido Socialista Obrero Español, que por dos veces ha sacado (superándose a él mismo) los peores resultados de la historia de este partido (una historia de 139 años), ha presentado una moción de censura, amparado en el artículo 113 de la Constitución española. Un acto legítimo, constitucional y democrático para hacerle frente a la inacción y a la crisis institucional abierta por el partido en el gobierno.
El 1 de junio de 2018, y por primera vez en la historia de la democracia española, una moción de censura ha salido adelante y se desaloja del Gobierno a Mariano Rajoy. Ahora Pedro Sánchez, el mismo que hace unos ocho meses era fulminado por su propio partido y dejó su acta de diputado para reinventarse, lo ha conseguido: se ha convertido en presidente de España con los votos de los partidos nacionalistas, independentistas y de la izquierda populista.
Todos y cada uno de ellos con su propia agenda.
Este Frankenstein político que sustenta al nuevo presidente, creado para desalojar al anterior a como diera lugar, va a provocar una gran inestabilidad al no saberse a ciencia cierta cuál es el plan de gobierno del socialista. Todos celebran, eso sí, una cosa: han liquidado a Mariano Rajoy, eso era lo imprescindible, lo que no deja de ser preocupante en un país que es la cuarta potencia económica de Europa. La mentalidad “futbolera”, la del “no he ganado yo, pero tú tampoco”, es la que permea a los políticos de antes y de ahora.
La tormenta la han servido Rajoy y el Partido Popular. Sánchez y los socialistas exponen al monstruo a su influencia y los rayos de todos los partidos, cada uno más importante y potente que el del otro, le han dado vida: ahora veremos si no se da la vuelta y termina por estrangularnos a todos. Una criatura como esta, que además tiene delante la oposición del Partido Popular en el Congreso y en el Senado, no hará más que darnos quebraderos de cabeza en todos los frentes de la vida política española. Ojalá me equivoque, pero lean a Mary Shelley.
Lo mejor, cuanto antes, es disolver las Cortes y convocar elecciones generales. Claro que una moción de censura es constitucional, claro que es un legítimo presidente del Gobierno español el señor Sánchez, lo que ocurre es que, ante el silencio de sus plazos y compromisos con su criatura, es mejor que se someta una vez más al escrutinio general. La interinidad debe imponerse en el nuevo gobierno y no tomarse su llegada a la Moncloa como el de una suerte de salvador de la patria.
Ya se frotan las manos los independentistas y nacionalistas y, más allá, los populistas, que quieren acomodarse a su lado para salvarnos a todos. Si rechazo mayoritario y vergüenza institucional causaban los de antes, estos recién llegados dan miedo institucional: hacer llover a gusto de todos es muy difícil.
El autor es escritor