El fútbol ha vivido conmigo desde niño, gracias a mi padre. Juani jugó en la segunda división española y, al emigrar a Panamá a sus 34 años, contribuyó sustancialmente al desarrollo de este deporte en La Chorrera. Llegó a ser seleccionador de la tierra del bollo y el chicheme por varios años, hace ya cinco décadas. Recuerdo, vívidamente, cuando se entretenía haciendo las alineaciones en un cuaderno, usualmente con el legendario esquema ofensivo del 3-2-5. Escuchaba, cada día, las crónicas y narrativas del fútbol ibérico, en radio de onda corta. Era, como la mayoría de los catalanes, un seguidor empedernido del Barca y acérrimo adversario del Real Madrid. El resto de tiempo lo dedicaba a su familia, a la medicina y a jugar dominó con sus amigos. Logró que habilitaran un espacio en el antiguo Hospital Nicolás Solano para organizar torneos entre los trabajadores del nosocomio. Lo acompañé a patear el balón durante sus turnos médicos presenciales en fines de semana. De esas vivencias, sin duda, surgió mi pasión inicial por Hipócrates, Pasteur, Kubala y Cruyff, sus sempiternos ídolos. En mi transitar evolutivo, fui reemplazando esos íconos por Darwin y Messi.
Según la afición personal de cada quien, hay goles que se recuerdan más que otros.
Los panameños, por ejemplo, difícilmente podremos olvidar el gol de chilena del Matador Tejada contra México, el de Román Torres contra Costa Rica que nos permitió clasificar para Rusia-2018, o el de Baloy contra Inglaterra que marcó nuestro debut mundialista. En mi caso, además, tengo grabados en el cerebro los goles de Iniesta contra el Chelsea en la Cham pions o contra Holanda en la final de Suráfrica 2010 (primer título universal de España), el cabezazo de Puyol contra Alemania, el de Belleti contra Arsenal, las numerosas anotaciones del equipo azulgrana contra el equipo merengue en su propio estadio y todos los de bella factura marcados por Lionel, que lo han convertido en el mejor jugador de la historia del fútbol.
He borrado los registros de Maradona, quien también fue jugador culé, porque su gol hecho con la mano denota una trampa que no debería ser exaltada y porque su comportamiento fuera de las canchas ha dejado un pésimo legado, tanto para la nobleza de este precioso espectáculo como para una juventud que requiere ser guiada por directrices éticas.
Finalizo comentando sobre nuestra participación en el magno evento. Habernos clasificado por primera vez ya constituye una magnífica proeza. Todo lo demás fue ganancia. Vaticinar hazañas adicionales era vender humo y no tener los pies en el suelo. No nos fue tan mal contra Bélgica, pero Inglaterra nos devolvió a la realidad.
El partido contra Túnez resultó decoroso. Quedamos en último lugar, pero sin hacer el ridículo. Toca, ahora, invertir en las categorías inferiores, dar continuidad a los jóvenes que permanecen en la selección, otorgar independencia operativa a Fepafut y dotar de mayor profesionalismo al campeonato local. Menos dinero a la política y más al deporte. Manos a la obra. Nos espera Catar.
El autor es médico